Una novela es como un viaje por carretera. Puede discurrir sin mayores imprevistos, apaciblemente, siguiendo paso a paso la planificación inicial de un conductor responsable y experimentado. Escritores de mapa, llaman, a quienes buscan la seguridad en el recorrido y la puntualidad de cara al destino.
En otras ocasiones, quienes manejan el buga son los escritores de brújula, unos seres bastante más alocados e imprudentes. Autores que tienden a perderse por los caminos que van descubriendo y no dudan en cambiar de rumbo si lo creen conveniente. ¿Cómo sería el trayecto si se alternasen, kilómetro a kilómetro, párrafo a párrafo, dos de estos despreocupados aventureros de la palabra escrita?
En los locos años 20 (no, estos no, los del siglo pasado) los surrealistas franceses idearon un juego literario y artístico que potenciaba la creatividad: el Cadáver Exquisito. Cada participante continuaba un relato (o un dibujo) conociendo solo la última frase (o el último trazo). Los resultados solían ser impredecibles y muy divertidos.
Cierto día, Jorge Salvador Galindo, autor de Las croquetas del señor Keller y editor de Pez de Plata, se cansó de ser un tipo prudente. Decidió soltar el freno, meter primera, y pisar el acelerador. Al divisar a Leticia Sánchez Ruiz, autora de La biblioteca de Max Ventura y Cuando es invierno en el mar del norte, comenzó a tocar el claxon como si improvisase una batucada. Ella, sorprendida y contrariada, se giró justo a tiempo de escuchar los gritos del desvergonzado: «¡Hagamos un cadáver exquisito!» ¿Cómo resistirse? Leticia se subió en marcha y, al hacerlo, ambos se transformaron en Djuna y Soriano.
Es imposible saber cuál de los dos es más temerario al volante. Es más, es imposible saber quién conducía en cada tramo o quién imaginó a quién en este road trip surrealista. La teoría más probable apunta a que debieron atravesar un portal inter-dimensional diseñado por el mismísimo Francisco Ibáñez (y que habría sido extraviado por Mortadelo y Filemón), pues hay mucho de la T.I.A. en La Oficina de Peligros. Pero recapitulemos, ¿Qué sabemos con certeza?
1º – Que, en esa otra dimensión, Djuna y Soriano se hacen pasar por escritores, aunque en realidad trabajan para una organización secreta bastante peculiar.
2º – Que tras finalizar una feria (sin vender ni un solo libro) en un pueblo de cuyo nombre es mejor no acordarse, ingirieron vino de dudosa calidad, se subieron a su Tiburón (Citróen DS) y, en una recta, se encontraron con la chica de la curva.
3º – Que se les presume a ambos cierta obsesión por l@s poll@s.
El resto de datos que figuran en los informes son meras conjeturas y supuestos sucesos disparatados, todos acaecidos en la misma noche e imposibles de confirmar, aunque también de desmentir.
La carretera del infierno, primera entrega de la serie “Oficina de Peligros” es una obra surgida del amor por la literatura y del ejercicio de esta sin ningún tipo de límites o condicionantes. Una historia para adultos impredecible, surrealista, a veces políticamente incorrecta y siempre divertida. Una novela corta que encontró su propia deriva fusionando (y caricaturizando) clichés y obsesiones a través de un narrador omnisciente empeñado en distanciarse emocionalmente de las peripecias de sus personajes (excepto cuando decide cederles la palabra para que nos hablen en primera persona).
Hay gente que no puede vivir sin la literatura, y no me estoy refiriendo a quienes simplemente ganan dinero con ella, sino a quienes viven por y para ella. Leticia y Jorge son así y han llegado al punto de jugar a escribir y de escribir incluso jugando. Djuna y Soriano también querrían ser así, pero bastante tienen con salvar el mundo (o salvarse a sí mismos). Afortunadamente, el portal inter-dimensional funciona en una sola dirección y, gracias a eso, podréis salir indemnes de La carretera del infierno tras daros atracones de rosquillas, charlar con algunos de vuestros escritores favoritos, beber chupitos hasta el amanecer y acariciar exóticos animalillos ¿Os apetece un cadáver exquisito?
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