«Rizo-huevo 1.0. Mejórese, mejore su vida».
El anuncio de la nueva mejora de industria Bahr copaba todos los canales de holovisión. Amanda Bahr estaba en su despacho de la clínica revisando los números del primer trimestre del año y no podía creerse los beneficios que el descubrimiento de vida inteligente en Omicrón Persei Ocho le había reportado. El lanzamiento del Rizo-huevo había acabado incluso con las protestas que los evangelistas biológicos organizaban todos los días delante de su clínica. Esos malditos sacos de carne estaban en contra de cualquier mejora tecnológica del cuerpo humano. A Amanda le encantaba ver cómo ahora hacían cola para implantarse el Rizo-huevo 1.0.
«Vaya con los puritanos» pensó Amanda.
Explicar con exactitud qué era un Rizo-huevo llevaría horas y horas de tediosa palabrería anatómica, genética y cuántica, pero a modo de resumen: los omicronianos lo usaban para excitar a los cerdicalvos machos y así conseguir esperma y fecundar a las hembras —la carne de cerdicalvo era el principal alimento de Omicrón Persei Ocho —. Industrias Bahr descubrió que si se implantaba el Rizo-huevo de forma adecuada en la amígdala de la raza humana se conseguía un orgasmo que se sentía como una pequeña muerte, como la suma de un millón de chutes de heroína, como la explosión de un billón de galaxias. Las negociaciones con los omicronianos para la comercialización del Rizo-huevo en la Tierra fueron difíciles, hasta que Amanda consiguió dar con lo que más codiciaban en ese planeta: pelo, en concreto pelo humano. Ningún organismo vivo de Omicrón Persei Ocho tenía un solo pelo y a los omicronianos les había llamado mucho la atención la suavidad que podía tener un cabello bien cuidado. Así que una vez llegado a un acuerdo, lo único que tuvo que hacer industrias Bahr fue ofrecer rapados a todos los desarrapados de la Tierra a cambio de un tazón de Kellogs. La conciencia de Amanda estaba tranquila: podía haber repartido cereales de marca blanca, pero no quería que la prensa dijera que era una agarrada.
El teléfono del despacho de Amanda sonó.
—Señora Bahr, siguen sin reportarse rechazos —dijo el jefe de desarrollo al otro lado del teléfono —. Si seguimos así acabaremos este primer año de implantación sin ningún caso.
—Perfecto, eso significa que este ha sido nuestro mejor desarrollo —contestó Amanda.
Colgó el teléfono y se recostó en su butaca blanca de diseño. Amanda sonrió. Era increíble que el Rizo-huevo no hubiera generado ningún rechazo. Era un hito nunca conseguido en el mundo de las mejoras biológicas. Con ese precedente se podrían derogar las leyes que limitaban la expansión de los implantes. Sin duda se merecía una celebración. Amanda cogió el teléfono y marcó el número de recepción.
—Dile a número uno que suba.
Cinco minutos después su amante preferido entró por la puerta del despacho. No cruzaron ninguna palabra, solo se arrancaron la ropa y se empotraron contra la mesa.
—¡No aguanto más! —gritó número uno.
—¡No! Ni se te ocurra —contestó Amanda.
Pero número uno no pudo acabar la frase: su cabeza había explotado como un globo y trozos de cerebro y cráneo regaban las paredes del despacho.
—¡Mierda! —maldijo Amanda.
Se quitó el cuerpo inerte de encima y llamó al jefe de desarrollo.
—Ha habido un rechazo.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario.
Beatriz Aguilar Gallo nació en Tenerife el 10 de octubre de 1989 y actualmente vive en Barcelona. Es ingeniera de telecomunicaciones y trabaja de programadora por necesidad.
Tiene varios cuentos autopublicados en la plataforma lektu (El último aquelarre de Anaga, Leal servicio, Busca busca y Almidón de azúcar. Una invitación) y ha formado parte de varios números de la revista Círculo de Lovecraft y de la revista Penumbria. Su cuento, Al crujir los árboles, salió publicado en la Antología Terroríficas II.
Cree que su cuento Periplo de un pobre soñador que quería ir al Carnegie Hall —publicado por Orciny Press para el Inner Circle— podría cambiar la concepción que tiene el mundo sobre los juguetes sexuales. Además, ha colaborado en algunos episodios del podcast Café Librería. Cuando no escribe ni duerme se sube por las paredes de las montañas —literalmente—.
Antes tenía una cobaya que se llamaba Chipirón, pero en noviembre de 2017 se fue a R’lyeh. Ahora su compañero de fatigas —y quien realmente escribe— es su perrito Lolo. Un podenco muy simpático —aunque algunos afirman que es una barra de pan que tomó consciencia de sí misma y desarrolló patas, orejas y morro— al que le gusta ir a presentaciones de libros raros. ¡LIBERTAD A LA JIRAFA!
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https://cuervoalbino.wordpress.com/
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Siguen sin reportarse rechazos…este relato hace que vuelvan a mí preguntas que suelen rondarme cuando leo ciencia ficción, todo es muy futurista pero las cosas más simples no cambian, mismos nombres que en no ficción, mismas maneras de comunicación, y así con muchas cosas más, ¿serán estas dudas falta de conocimiento del género? El Rizo-huevo, que palabra tan singular.
La ciencia ficción es una plataforma única para explorar en nosotros mismos. Con ella se pueden exponer dilemas filosóficos y sociales con mucha facilidad. Se puede soñar con cosas asombrosas y, como comprobamos en este relato, se puede desplegar todo el humor del mundo.