Hay una etapa en la vida en la que todo se experimenta más intensamente. Una etapa en la que las ideas se defienden con pasión, en la que se aspira a tener respuestas para todo y en la que el amor se imagina puro y eterno. Durante esa fase que casi siempre se asocia a la adolescencia (aunque dura unos cuantos años más) y en la que está permitido creer secretamente en la inmortalidad, no es necesario adorar a ningún dios. De hecho, se tiende a rechazar cualquier autoridad humana o divina y suele ser imperativo romper o aflojar los lazos que nos atan a quienes nos criaron o a quienes nos dieron las coordenadas que nos condujeron a un modo de vida mediocre e insatisfactorio. Tomar las riendas del propio destino se vuelve tan necesario como respirar, pero hacerlo solos suele ser demasiado complicado.
Encontrar, en esa fase tan vital como irreflexiva, a quien nos comprenda, acompañe o incluso, guíe hacia un rumbo desconocido, puede ser una de las experiencias más importantes de nuestra existencia. Este periodo, tan enriquecedor como sensible, suele marcar el resto de nuestra vida y en él es fácil confundir el amor con el deseo o sentirse fascinado por quien se muestre diferente a nuestros ojos, enigmático o exento de mediocridad. Pero si ese alguien es un ser vulnerable, dolido y autodestructivo, puede arrastrarnos a su espiral. Existe una edad en la que todos tenemos derecho a equivocarnos, pero el precio de algunos errores puede ser demasiado alto.
Asur no tiene metas claras. Simplemente sabe que lo que tiene no le basta. Se siente perdido en un mundo que no le gusta, asqueado de su entorno, saturado y ajeno a su familia. Al terminar sus estudios universitarios decide independizarse y tomar las riendas de su vida. Pero todo cambia el día que una desgracia familiar le conduce al tanatorio donde reconoce a Itziar, una antigua compañera de instituto que ejerce como maquilladora de cadáveres. La inmediata fascinación que siente por ella es la antesala a un infierno personal del que nunca podrá salir.Conoceremos su historia en sus propias palabras gracias al diario que le hiciera llegar a Dioni Arroyo años después de la tragedia. Porque contar su historia buscando la comprensión y el perdón de los demás, es lo único que puede mantener cuerdo a quien no es capaz de perdonarse a sí mismo.
La maquilladora de cadáveres, historia que viese la luz por primera vez en 2012 como Los ángeles caídos de la eternidad, es una novela de amor y muerte ambientada en el Valladolid de los años 80. Una historia criminal dura, cruda y sórdida salpicada de elementos propios del romanticismo y la novela gótica.
Estamos ante una obra muy diferente a las que Dioni Arroyo, uno de los autores de Ciencia Ficción más prolíficos de este país, nos tiene acostumbrados. En ella, personajes magníficamente perfilados hacen avanzar la trama en vez de dejarse arrastrar por los acontecimientos (tal y como sucede en la mayoría de sus títulos). Su prosa, más adornada que en creaciones posteriores, es perfecta para el tono áspero y oscuro del relato y los pequeños detalles (que corren el riesgo de pasar inadvertidos debido a lo breve de la historia), aportan múltiples matices sobre los sentimientos y procesos psicológicos que experimentan los protagonistas. Gracias a todo esto, el autor consigue retratar a la perfección una relación apasionada, irracional y desenfrenada entre dos jóvenes (un hombre desencantado y nihilista y una mujer herida y atormentada) que creyeron encontrar la salvación el uno en el otro, pero cuya unión provocó la chispa que hizo explotar una bomba armada de sufrimiento y rencor.
Itziar es, a los ojos de Asur, estimulante, diferente, fuerte e independiente. Un patito feo convertido en Cisne, un reto. Alguien a quien intentar dominar para no ser dominado. Abrid esta novela y presenciaréis un terrible crimen. El amor y la pasión son más poderosos que la razón. Y el sexo, su puerta de entrada. Él, que arrastrará las consecuencias toda su vida, necesita que conozcáis lo que ocurrió. Que comprendáis quién era y por qué hizo lo que hizo. Si lo hacéis, tal vez pueda llegar a perdonarse.
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