El reloj de la pared indica que es la hora de atravesar esa cortina, así que toma aire y se prepara para lo que está por venir. Su madre, consciente de cuán bocazas puede llegar a ser, le ha dicho que actúe moderadamente y cuide sus palabras, pero no ha podido prometerle nada. «Lo intentaré», es todo lo que salió de su boca.
—Eres un completo idiota —se dice a sí mismo antes de que se prendan las luces del escenario.
Y, entonces, en un frenesí de sonidos, vítores y algún que otro abucheo, una voz se proclama sobre todas las otras:
—¡Y con todos ustedes, el Ajusticiador!
Con su portentoso atuendo, luciendo una capa negra, un reluciente escudo sobre los pectorales y los calzones a la vista, el Ajusticiador saluda a su público. Ha venido a verlo más gente de la que esperaba, aunque no puede decir que eso sea positivo. Había imaginado algo más íntimo y relajado, pues las multitudes suelen abrumarle. Desde luego, aquel rayo cósmico le brindó cualidades sobrehumanas al menos indicado.
—¡Es un placer tenerlo en el programa, señor Ajusticiador! —lo saluda el presentador, el polémico Alex Pearlmutter, mil veces llevado a juicio y mil veces indultado—. Esta es, si no me equivoco, su primera aparición en público desde el fatídico incidente del tres de diciembre.
Tan pronto como toma asiento frente a Alex, el Ajusticiador dibuja una mueca de disgusto. El presentador no ha tardado en hundir el dedo en la llaga.
—Sí, pero no —el héroe comienza a gesticular torpemente—. Está aquella vez en la que una periodista me interceptó, pero…
—Pero se escaqueó mediante su hipervelocidad y la onda expansiva la hizo chocar contra un camión que pasaba —aporta Alex, tan locuaz como siempre—. Tengo entendido que se llevó usted una notable denuncia por su parte.
—Cierto, aunque mi abogado me ha recomendado que no saque el tema a colación —el Ajusticiador sonríe con ingenuidad—. Tratemos, si no le importa, otros asuntos. ¿Qué hay del gatito que bajé de un árbol esta mañana? El vídeo se ha hecho viral en Facebook.
—Nadie menor de cincuenta años usa Facebook a estas alturas. Debería actualizarse, señor Ajusticiador. Salvar gatitos no es lo que vende ahora —el presentador ríe, a lo que todo el público lo sigue, según indican los carteles luminosos—. Me interesa en especial el sonado accidente en el que, a causa de un mal cálculo, arrolló a una ancianita inocente. Los doctores trataron de recomponerla, pero ni siquiera encontraron todos sus pedazos —Alex agacha tristemente la cabeza. El silencio se hace en el plató—. Supongo que ha escuchado las declaraciones de Utópico, el líder de la Legión de Ley. ¿Qué opinión le merecen, señor Ajusticiador?
Una vez más, el héroe se muerde de frustración el labio. Es consciente de que ese buitre con corbata solo busca ponerlo contra las cuerdas. No solo va a ensuciar su imagen, también va a destrozarla.
—Guardo un gran respeto por Utópico, no por nada es el mayor héroe de la Tierra —dice el Ajusticiador—. Sin embargo, creo que se ha excedido. Llamarme irresponsable por un accidente que no se podía evitar es excesivo. Además, no todos tenemos su superfuerza, superresistencia, supervelocidad y super-yo-qué-sé. Pero ya sabe, señor Pearlmutter, cuán fácil es difamar desde la altura de su atalaya.
—Desde luego —el presentador asiente—. Aun así, nuestro amado Utópico no es el único que lo ha criticado. Puño Lila, de la Liga de Heroínas Unidas, ha condenado el suceso como un atentado contra la seguridad de la mujer ante el afloramiento de hostiles héroes masculinos.
—No creo que lo que pasó tenga nada que ver con el género de la víctima. Las consecuencias habrían sido las mismas en caso de que hubiese sido un…
—Además, la Coalición de Superseniors ha interpuesto una notable demanda contra su representante por, según sus palabras, blanquear el accidente —explica Alex—. ¿Tiene algo que dedicarles, tal vez una disculpa?
—No, ahora mismo no es el mejor momento. De eso debería ocuparse la empresa que me representa, que para eso patrocino sus estúpidas alfombrillas de baño con mi cara —dice el Ajusticiador en voz baja, mordiéndose el puño enguantado.
Reordenando los papeles que tiene sobre la mesa, Alex Pearlmutter se aclara la garganta y retoma la preponderancia de la conversación:
—Me gustaría, señor Ajusticiador, que nos explicara ahora cómo le ha afectado el suceso y si piensa hacer algo para compensarlo. Ya sabe que existen, por ejemplo, reformatorios heroicos. Podría incluso impartir clases para mejorar su imagen.
—Yo no necesito esa clase de cosas —asegura el héroe, que no deja de sudar. La presión y el calor que produce el traje van a acabar con él—. Le repito una vez más, señor Pearlmutter, que solo fue un incidente aislado y que no volverá a repetirse, dado que procuraré actuar con extrema cautela de ahora en adelante.
—¿Y acaso no podría haber actuado de esa forma desde el principio?
—Sí, solo que uno no siempre es consciente de sus acciones, especialmente cuando adquiere poderes ajenos a los estándares sociales —de sus manos brotan por un instante rayos azules, una demostración de sus destrezas—. Pero bueno, más estragos causan los villanos y muchos de ellos reciben la impunidad.
Listo para aprovechar otra oportunidad, el presentador se inclina sobre la mesa y pregunta:
—¿Está comparándose con los villanos, señor Ajusticiador? ¿Acaso se ve a la altura del Amo de la Guerra o el Cachondo?
—En ningún momento he dicho eso —rebate el agotado héroe, deseoso de que la entrevista acabe cuanto antes—. Lo que quiero decir es que la bomba que Tibia Verde colocó en un jardín de infancia la semana pasada ha causado menos revuelo que mi incidente con una anciana, una persona que, al fin y al cabo, tenía los días contados.
—¿Está diciendo que la vida de esa inocente mujer carecía de valor debido a su avanzada edad? —pregunta Alex Pearlmutter, de nuevo ejerciendo una presión descomunal sobre el superhéroe—. ¿Es eso lo que pretende dejarnos claro, que, llegada a cierta edad, la vida humana no merece tanta atención?
—¡Pero bueno! —alarmado, el Ajusticiador se levanta de su asiento—. ¿En qué momento he dicho yo eso? Solo trato de encontrar una respuesta que contente a todos, pero se ve que su único objetivo es hundirme en la miseria con tal de que la audiencia de este estúpido programa suba un poco.
En ese entonces, el presentador mira a cámara y dice:
—Ya lo han oído, el Ajusticiador ha calificado como estúpido a este programa tan querido por los niños, los jóvenes, la gente mayor, ya saben, con gran corazón.
Los abucheos no tardan en llegar, e incluso el foco cambia a una luz roja para señalar despectivamente al Ajusticiador.
—Su público ya ha visto su auténtica cara, señor Ajusticiador —le dice Alex Pearlmutter con una pícara sonrisa—. ¿Qué piensa decirle a quienes aún lo admiran, si es que queda algún incauto?
—Yo…
—Oh, vaya, me informan que ha sido destituido de la Alianza Heroica y no podrá volver a ejercer la labor si no es bajo la supervisión de un auténtico superhéroe licenciado —anuncia el presentador, que deja de piedra al Ajusticiador. Una irónica música dramática se proclama en el plató—. Díganos, en exclusiva para el programa, cómo se declara ante estos sucesos.
Pero entonces, cansado de tanta humillación, con el sudor comenzando a rebasar los límites del propio traje, el Ajusticiador levanta la mirada hacia Alex Pearlmutter. Sus ojos brillan ahora como faros en la mar, inyectados en sangre letal. La energía cósmica del rayo que le dio poderes comienza a brotar de sus cuencas.
—Me lo ha quitado todo y ni siquiera se lo ha tomado en serio —gruñe, su voz enmudeciendo a todos los presentes—. ¿Cómo se declara usted?
Antes de que pueda decir nada, el Ajusticiador desata su ira contra el presentador y vuelca su visión calorífica contra él. Un poder ilimitado hace saltar en un instante su cabeza, cubriendo de sangre su noble traje. No olvida ocuparse del resto del cuerpo, derramando sus entrañas por todo el plató mientras lo agarra por la pierna y lo golpea contra la mesa. Gracias a su superfuerza logra hacerlo pedazos, acabando sin dificultad con su arrogancia y manipulación.
Aunque también con la poca reputación que le quedaba.
—¿Qué opinión le merece esto, pedazo de cabrón? —dice el Ajusticiador mientras toma su cráneo y lo hace estallar con el puño.
Pero, al mirar de nuevo hacia el público, el supuesto héroe se encuentra con un asombro unánime. Niños llorando, hombres y mujeres aterrados y alguna que otra señora mayor saliendo por patas. Al mirarse las manos solo encuentra sangre, la misma que tiñe de rojo la ropa de los conmocionados espectadores.
—Mierda —dice entonces—. Creo que la Alianza Heroica no me va a readmitir.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Lucas Naranjo es un apasionado de la fantasía, el terror cósmico y los superhéroes, aficionado desde la infancia a escribir historias cortas. Ha publicado varios relatos, como ´´Ventajas y desventajas de ser un nigromante´´ en Orgullo Zombie 2021 y ´´Ojos celestes´´ en Revista Tártarus.
Podéis encontrar a Lucas Naranjo en Twitter como: @sangretano
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De todos los que llevo leídos a día de hoy, este es el que me ha hecho reír, un esperpento de superhéroe.
No todo iba a ser Marvel.