La lista de películas de las que poder disfrutar es enorme, inabarcable. Por suerte para todos, y por muy adictos que seamos al séptimo arte, siempre nos quedará mucho cine por descubrir. Simplemente nos faltan vidas para verlo todo, así que puestos a escoger, ¿por qué no tratamos de elegir aquellas películas que tienen una buena historia en vez de fiarnos de criterios tan azarosos como las modas? Cada vez hay más razones por las que huir de la inmediatez de los estrenos, aparte de que ir al cine ha dejado de ser algo asequible y popular para convertirse en un lujo que rara vez se justifica por lo visto en la pantalla. O igual es que me hago mayor y las perspectivas, los gustos y los intereses cambian.
El caso es que poco a poco me estoy sumergiendo en las producciones de otras épocas, más limitadas en la técnica y de ritmos más pausados, pero también con mayor espacio para la experimentación y cierta “obligación” de poner a la historia que se quiere contar en el centro, por delante de otros aspectos, como el visual. Vamos, justo al contrario de lo que, demasiado a menudo, sucede en el cine actual. Eso por no hablar de la insistencia machacona con la que Hollywood pretende vendernos una y otra vez las mismas historias más o menos remozadas para la ocasión. Y es que la mayoría de las veces uno intuye cómo va a acabar la cosa casi antes de sentarse en la butaca de la sala o de llegar a arrebujarse bajo la manta en el sofá de casa.
A todo esto daba vueltas, precisamente, este fin de semana, en el que he estado viendo una de esas películas clásicas de terror que aún tenía pendiente: El abominable Dr. Phibes. Y es raro que no hubiera puesto hasta el momento más atención sobre ella, porque, a priori, tiene todos los ingredientes necesarios que se le pueda pedir a una película de este tipo.
Para empezar, está protagonizada por uno de mis actores preferidos, un Vincent Price que hace aquí una epatante labor dando vida al vengativo doctor, quien ha perdido el habla tras un accidente. A través de su voz (recomendable en ese sentido ver la versión original), la fuerza expresiva de su mirada y su lenguaje corporal, Price consigue transmitir toda una gama de emociones que dan profundidad al personaje. Por momentos consigue que empaticemos con él y su sufrimiento. Porque aunque sea un asesino, un monstruo, es además un genio en varias disciplinas científicas, trastornado por haber perdido al amor de su vida. Por otra parte, que los investigadores que deben detenerle sean bastante torpes sirve de coadyuvante a un humor inglés bastante macabro. Otro punto interesante de este protoslasher es que los asesinatos parten de un elaborado plan de venganza del Dr. Phibes y son presentados de forma espectacular, pero sin necesidad de recrearse en el horror.
Pero, sin duda, lo más llamativo de la película es que El abominable Dr. Phibes no deja de ser un trasunto, deliberadamente histriónico, de El fantasma de la ópera, uno de los monstruos clásicos más interesantes, por su compleja personalidad llena de contrastes. Quizá por eso mismo, es por lo que se han realizado tantas adaptaciones de esta historia, más o menos fieles a la novela original.
El Fantasma de la Ópera: entre la obsesión y la belleza
Y es que pocas historias de terror y romance han calado tanto como El fantasma de la ópera. Esta novela gótica del escritor y periodista francés Gaston Leroux fue serializada en el diario Le Gaulois a partir de 1909 y fue publicada por primera vez en 1910.
Cuenta la historia de Erik, el misterioso “fantasma” que habita en los sótanos de la Ópera Garnier de París y vive obsesionado por la joven soprano Christine Daaé. La vida del fantasma, obligado a ocultarse entre las sombras en un espacio destinado a la reunión y el disfrute de multitudes, es una vida de soledad, y a la vez de resentimiento, pero también de deleite de la belleza y de anhelo de ser amado.
Antes de dedicarse a la literatura, Leroux fue un reportero de crímenes apasionado por los temas de misterio. Estas influencias se traslucen en la obra, cuyo equilibrio en la mezcla de thriller, terror y romance puede ser la clave de su interés. Pero El fantasma de la ópera va más allá de una simple historia de terror romántico. La obsesión de Erik hacia Christine trasciende el amor para convierte en un deseo de posesión. Su obsesión no es solo física, también desea ser reconocido por su talento e ingenio, aunque siempre es rechazado por su aspecto. Christine, el objeto de amor enfermizo, es la posibilidad de sentirse aceptado y amado a pesar de su aspecto. El contraste entre talento y apariencia evidencia la superficialidad de la sociedad, que valora la apariencia por encima de las cualidades internas.
Erik ha pasado tanto tiempo en la soledad que su identidad está completamente fusionada con el edificio de la ópera. La ópera es su refugio, un lugar donde puede ser quien realmente es sin miedo al rechazo. Pero, esta misma soledad le hace perder parte de su humanidad, volviéndose alguien egoísta y peligroso.
Adaptaciones Cinematográficas
Muchas son las ocasiones en las que la novela de Leroux ha sido adaptada al cine, el teatro y la televisión. Y cada una de las versiones ha aportado una mirada diferente respecto a la historia original. Hay adaptaciones más fieles que otras, pero también hay películas que deconstruyen al personaje para tomar parte de sus elementos y características y crear algo nuevo y muy diferente.
La primera adaptación cinematográfica no se hizo esperar mucho. En 1916 se estrenó Das Phantom der Oper, una versión muda alemana dirigida por Ernst Matray. Sin embargo no hay copias conocidas de la película y solo se conservan algunos anuncios y resúmenes de texto.
De 1925 tenemos otra adaptación muda dirigida por Rupert Julian y protagonizada por varias estrellas de la época, con Lon Chaney (senior) en el papel del fantasma. Este logró una interpretación inolvidable que se apoyaba en un diseño de maquillaje, elaborado por él mismo. Su aspecto aterrador causó gran impacto en la época. La película difiere en algunos aspectos de la novela, pero mantiene su atmósfera gótica y la esencia de la tragedia de Erik, convirtiendo al fantasma en un mito del terror. Aunque la película está rodada principalmente en blanco y negro, contiene algunas escenas a color realmente impactantes. A destacar las secuencias del baile de máscaras, donde el fantasma aparece vestido como la muerte roja, y los siete pecados capitales.
En 1943 Arthur Lubin dirigió una adaptación (muy libre) de la novela de Leroux que se llevó dos Oscars (fotografía a color y dirección artística). Esta versión no deja de ser un musical con algunos toques de humor más que una película de terror. Lo interesante está en que crea un pasado al personaje del fantasma que explica cómo es traicionado y que justifica su desprecio hacia los otros. Esta idea, no muy bien definida en la película, sería explotada a conciencia por algunas versiones posteriores.
Hubo que esperar casi 20 años para una nueva adaptación dirigida en 1962 por Terence Fisher, director franquicia de la productora británica Hammer y autor de películas como Drácula o La maldición de Frankenstein con las que saltaron a la fama los actores Peter Cushing y Christopher Lee. Su versión del fantasma tiene una buena ambientación y mantiene cierta intriga, pero no pasa de ahí, ni aporta nada nuevo a la historia.
De 1983 tenemos una adaptación para la televisión británica que sigue la estela de 1943 en cuanto a crear un pasado al personaje del fantasma, pero con mejor puesta en escena y selección musical, y protagonizada por ese pedazo de actor que es Michael York. Esta versión es bastante potable, pero los cambios introducidos no aportan gran cosa.
El éxito de Pesadilla en Elm Street propició que Robert Englund protagonizara en 1989 la versión más gore hasta la fecha, dando vida a un fantasma con poderes sobrenaturales que pacta con el diablo y persigue a Christine a través del tiempo. Curiosa, pero sin más.
Más interesante resulta la miniserie de dos capítulos de 1990 dirigida por Tony Richardson. A destacar el intenso duelo interpretativo de los actores que dan vida Erik y Christine (Charles Dance y Teri Polo) y Burt Lancaster como gerente de la ópera, y también una cuidada ambientación, que incluye un rodaje desarrollado en la auténtica Opera Garnier de Paris. La adaptación tampoco es fiel a la original, pero sí mantiene su esencia. Las novedades que presenta son el personaje de Gerrad Carriere, exgerente de la ópera, y una interpretación mucho más romántica de la relación entre el fantasma y Christine.
Dario Argento dirigió en 1998 Il fantasma dell´opera, a la que pondría banda sonora Ennio Morricone. Aquí el fantasma es un hombre sin deformidades, criado entre ratas y con poderes sobrenaturales. Mucha sangre y altas dosis de erotismo para una película en la que, para mal y para bien, queda patente la impronta personal del director italiano. Joel Schumacher dirigió en 2004 una de las versiones más conocidas que adaptaba el famoso musical de Lloyd Webber y que protagonizaba Gerard Butler como el fantasma. La película capta la esencia visual y estética del musical, haciendo la historia accesible para quienes no han visto la producción en teatro.
Los otros fantasmas
Pero este repaso de las películas que han adaptado (con sus licencias) la historia gótica original del fantasma no podía quedar aquí. Estaremos todos de acuerdo en que si la tragedia de Erik se ha merecido tantas revisiones a lo largo del tiempo es porque debe contener potentes elementos que la han convertido en un clásico digno de imitación. No es solo por su ambientación gótica y el contraste entre un espacio grandilocuente y luminoso como la Ópera de Paris con lo misterioso y lúgubre de sus pasadizos secretos y catacumbas. Tampoco por lo enigmático y aterrador del personaje del fantasma, con la deformidad de su rostro o la parafernalia de la máscara y la capa. Es posible que el triunfo de esta historia se encuentre en que nos enfrenta a algunas de las emociones más básicas que podemos sentir y que suelen aparecer contrapuestas: el amor y el odio, la posesión y la pérdida, la necesidad de compañía frente al rechazo y la soledad o el miedo. También otros elementos aparecen en dualidad: luz y oscuridad, belleza y fealdad, éxito y fracaso, vida y muerte. Representar tal gama de sensaciones y conceptos en una sola película de, pongamos, dos horas es tremendamente difícil. Quizá por eso aún no tenemos una versión que sea en ese aspecto totalmente satisfactoria y definitiva (aunque la de 1925 sea una obra maestra en mayúsculas). Y quizá, por eso mismo, muchos de estos elementos han servido como punto de referencia y han sido reciclados en otras películas en las que la conexión con El fantasma de la ópera se puede establecer de forma más o menos evidente. Aquí van algunas:
Hay una sorprendente reinterpretación de 1937 del clásico de Leroux que procede de China y cuyo título fue traducido al español como Canción a media noche (Song at Midnight). Aunque la historia se basa principalmente en El fantasma de la ópera, también tiene influencias de El jorobado de Notre Dame, con una atmósfera que debe mucho al cine de monstruos de la Universal. La historia es un drama que mezcla romance, terror y musical, además de tocar algunos temas políticos. Fue rodada en blanco y negro y se encuentra en bastante mal estado de conservación, por lo que su visionado puede ser complicado, pero está considerada una de las mejores películas de la historia del cine chino y es la primera del género de terror.
En 1995, la película hongkonesa The Phantom Lover (1995), dirigida por Ronny Yu, funcionaría como un remake de Canción a media noche, en la que se incide en la relación romántica entre los protagonistas, tomando algunas ideas de Romeo y Julieta.
Aparentemente El fantasma de la ópera y El silencio de los corderos pertenecen a mundos muy diferentes. Sin embargo, rascando un poco en la superficie, pronto encontramos algunos puntos coincidentes en ambas obras. Tanto Erik (el fantasma) como el doctor Hannibal Lecter son personajes antagonistas complejos, genios en sus respectivos campos (la música y la psiquiatría) que resultan a la vez fascinantes y amenazadores. Las decisiones que toman los convierten en monstruos, pero tienen un pasado trágico que expresa su humanidad y condiciona su comportamiento. Los dos actúan impulsados por una obsesión, la de Erik es Christine Daaé a quien pretende controlar para ejercer su influencia sobre la Ópera de París y demostrar su talento. Hannibal, por su parte, está también obsesionado con otra mujer, Clarice Starling, a quien trata de manipular psicológicamente para sus propios fines. Erik y el doctor Lecter son marginados sociales que buscan el contacto humano, pero de una manera que suele ser destructiva. Por otra parte, tanto la ambientación gótica de la Ópera de París, con sus catacumbas y pasadizos secretos, en El fantasma de la ópera, como lo opresivo de la prisión subterránea en El silencio de los corderos, crean una sensación claustrofóbica que predispone al terror.
Pero si no os convencen las similitudes anteriores, podemos probar con otro título. Es cierto que El fantasma de la ópera toca tantos temas universales que no es difícil encontrar algo en común con muchas otras historias, pero son varios los puntos de conexión con una película como El cuervo. Sin tener en cuenta la coincidencia en el nombre de sus protagonistas (Erik-Eric), que es puramente casual, ambos buscan venganza por las injusticias sufridas. Mientras el Fantasma trata de vengarse de quienes lo han despreciado y marginado, en El cuervo, Eric Draven regresa de la muerte para vengar su propio asesinato y el de su novia. Y es que el amor (trágico) es un tema central en las dos historias. El dolor de la pérdida de Draven y la tragedia del fantasma les convierte en personajes torturados cuyo sufrimiento los empuja a actuar de forma extrema y obsesiva. Si el fantasma es temido como una presencia cuasi mítica que parece tener habilidades sobrehumanas, en el El cuervo, Draven resucita de entre los muertos directamente con habilidades sobrenaturales. Otra similitud entre un personaje y el otro es la ocultación del rostro (su identidad) en la búsqueda de venganza. Mientras el fantasma esconde la deformidad de su cara bajo una máscara, Eric Draven pinta su rostro de blanco y negro como si fuese también una máscara. Pero aún hay más similitudes: el fantasma y Eric Draven comparten un profundo aislamiento, en el caso de Draven motivado por su resurrección y deseo de venganza. La música ocupa un lugar central en ambas historias: el fantasma es un compositor brillante que utiliza su talento para atraer a Christine. En El Cuervo, Eric Draven también era un músico en vida y en la película la banda sonora sirve como reflejo de su estado emocional. La estética gótica y oscura enmarca ambas historias, en el caso de El cuervo a través de las calles lluviosas y sombrías.
El fantasma de la ópera también sirvió de molde para que Sam Raimi diera forma a su propio superhéroe (o antihéroe, por mejor decir) cinematográfico. Darkman, el hombre sin rostro, incapaz de sentir dolor, comparte igualmente una historia de sufrimiento, amor no correspondido, aislamiento, obsesión y venganza. Al igual que el fantasma, oculta sus facciones desfiguradas bajo múltiples máscaras, en este caso de una piel sintética de su invención que le pueden dar el aspecto de cualquier otra persona, además de poseer cualidades casi sobrenaturales. Lo interesante de Darkman es que el personaje es consciente de su evolución y su deriva le lleva a dudar de su propia humanidad, lo que paradójicamente le hace mucho más humano que los criminales sin escrúpulos que destruyeron su rostro y su vida.
Hay muchas más películas que le deben mucho, sino todo, al personaje y la obra creados por Leroux, como esa de cuyo nombre no quiero acordarme y que cometía el atentado terrorista de sustituir la Opera Garnier por un centro comercial en yankilandia. Pero entre todas ellas hay una que merece un altar reservado en el templo del cine de culto. Estoy refiriéndome a El fantasma del Paraíso de Brian De Palma, una ópera rock excesiva y apoteósica, de expresión simbólica y estética hortera a la par que brillante que De Palma da forma con las componentes esenciales que conforman El fantasma de la ópera y unas gotas del drama de Fausto. El fantasma del paraíso es una genialidad no apta para cualquier paladar, una película atípica en la carrera de su director que jamás volvió a rodar nada que se le asemejara ni por asomo. He dicho que El fantasma del paraíso es una película de culto, pero no es de ninguna manera una película pesada o pretenciosamente culta, al contrario, su propuesta es divertida, de ritmo intenso y plagada de escenas psicodélicas y un humor oscuro cargado de mala leche. Todo es histriónico y excesivo, y los personajes que pululan por ella están tremendamente estereotipados. Sin embargo, cada pieza funciona como el engranaje de un reloj de forma que nunca llega a caer en la autoparodia. Podríamos considerarla como una puesta a punto de la historia de El fantasma de la ópera, un reverso histriónico de la versión de 1925. De todas las adaptaciones posibles, estas dos son mis favoritas, quizá por sus estéticas tan profundamente opuestas. Pero ¿qué sería la vida sin contradicciones?
Un artículo de Alberto de Prado
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