Qué fácil les resulta provocar pavor a quienes han vivido en el infierno, pues saben que hemos enterrado lo que tememos en los lugares más lóbregos de nuestra alma. Que intentamos ignorar, tal vez olvidar, aquellas manos retorcidas que buscaron nuestro cuello en sueños febriles. A esas ratas y gusanos que podrían devorarnos. Aquellos sótanos con techos desconchados que podrían sepultarnos y a los escorpiones que llevan años habitando nuestro dormitorio.
Son conscientes de que nada es más dañino que la luz cuando desgarra las tinieblas que nos protegen. De que, empleado adecuadamente, un alfiler puede sobrecogernos más que un cuchillo. Sí, un alfiler… qué deleite supone clavarlo y cuánta angustia imaginarlo profanando nuestra carne.
Los demonios no nos aguardan entre llamas eternas; viven entre nosotros y su tarea es iluminar, como un faro, aquello que preferiríamos no ver. No nos conducen al averno, nos hacen saber que este se halla en nuestro interior. Tampoco necesitan del apocalipsis para aniquilarnos, les basta con lo ínfimo y lo cotidiano. ¿Creéis que no conocéis a ningún ser del inframundo? Eso es porque aún no habéis leído a Iván Humanes.
El autor catalán ha decidido recordarnos que el microrrelato existe. Lo ha traído de vuelta para que pueda vengarse de nuestro desprecio mediante imágenes grotescas y desasosegantes, capaces de clavarse en la piel y de arrebatarnos la cordura. Exhibiendo una gran malignidad, ha reunido cerca de ochenta textos sorprendentes y afilados, la gran mayoría inconexos, pero con la capacidad de tejer una tela de araña de la que es muy difícil escapar. Todos tienen la misión de provocar reacciones en el lector y son capaces de causar daños irreparables en los pusilánimes literarios.
Teoría del Gran Infierno no es gore. No es un fix-up. No es lineal. Ha sido escrita en total libertad y sin miedo al juicio ni al fracaso. Es una antología emponzoñada de humor negro y predestinada a convertirse en obra de culto para los nihilistas literarios; esos que están cansados de lo tradicional y ansiosos por vender su alma a quien les prometa, con prosa precisa y un toque irreverente, el retorno de la gran literatura.
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