La última novela de Estela Melero Bermejo es íntima, puede que forme parte de esa literatura que sale de dentro y se nos muestra sin represión. La voz de Isaías sobresale a la tercera persona del narrador y nos lleva a lo oculto de los hogares, de las cocinas, de los grupos que, en secretos a voces, saben lo perteneciente a cada uno de sus componentes. No hay enigmas en el pueblo de Isaías. La falta de discreción es tan importante que incluso queda personificada, es otro personaje de Yerro: «El simple acto de apartar la cortina de tiras de plástico provoca que el estruendo del interior salga como buscando una escapatoria». Esta novela corta es literatura que mira de dentro hacia fuera. Isaías relata, como en un diario, los sentimientos que surgen en él desde que regresa a su pueblo y rememora las experiencias de antaño, las que pertenecían a su yo más íntimo.
Yerro es una novela en la que la inseguridad que se vive en los pueblos y la posición que ocupa la mujer en ellos es la idea principal; esta nos llevará, por supuesto, a la dureza a la que se enfrentan sus habitantes cada día, marcándolos con cierto resentimiento y resignación capaces de herirlos en cualquier momento. Todos adquieren un compromiso infranqueable con cargas y estereotipos. Vivir en un pueblo es algo parecido a tener una familia, no demasiado bien avenida, en la que todos quieren destacar, todos aspiran a la admiración, a ser vencedores. Es la envidia que aparece con el roce continuo cuando faltan alternativas a la situación establecida.