Dexter posee una tremenda maestría en la creación de pistas falsas, ni una sola línea de las trescientas páginas del libro está escrita inocentemente. El narrador y el protagonista se dirigen al lector, incluso lo manipulan para que simpatice con quien les interesa, en ocasiones con personajes irrelevantes, en otras con el propio asesino.
Aunque parece sencillo en un principio, el crimen es bastante intrincado, por lo que el protagonista, Morse, aventura diferentes hipótesis, todas plausibles, para entender lo ocurrido. El inspector lo plantea como un problema de lógica y para resolverlo no dudará en saltarse las normas oficiales que considera que pueden alterar sus análisis y razonamientos.
La realidad es que nos gusta Morse, se hace querer a pesar de contar con una mente machista, llena de estereotipos que infravaloran a la mujer, a pesar de beber demasiado y a pesar de su elevada autoestima. Pero el inspector es sensible, aunque prefiera hacer gala de mal humor, y está dotado para analizar cualquier caso desde la perspectiva más insospechada, probablemente por su desconfianza en el ser humano pero, sobre todo, por su confianza y conocimiento de la literatura, la mitología, la ópera y la correcta escritura.