La nieve continúa cubriendo las calles y las casas bajas del pueblo.
Jack, nervioso, deja su bicicleta en el suelo y se sienta al lado de Phil en uno de los bancos del parque.
—Phil… —dice Jack, y se levanta la gorra y se aparta la bufanda de la cara— ¿Te acuerdas de Ted Sarkusky, el gordo de séptimo, el que murió el año pasado porque le cayó un rayo? ¡Ha revivido!
—¿Revivido? —contesta Phil, y se sube el cuello de la cazadora.
—Sí —dice Jack—. Lo he visto por la avenida principal, pálido, arrastrando los pies, como un zombi de esos de las películas. Le he preguntado adónde iba.
—¿Y adónde coño iba?
—Ted me dijo que iba a comprar una colección de cómics que se quedó con ganas de leer. Y, aprovechando que a estas horas su madre y su padre aún están en el trabajo, se pasaría por casa a hacerse una paja delante del ordenador —dice Jack—. En el Otro Mundo no hay porno.
—¡Vaya mierda!… ¿Te puedes creer que el otro día mi madre me hizo andar cinco kilómetros para que le comprara un cartón de leche?
—Me lo creo… —dice Jack— La semana pasada mi padre, en pleno temporal, me mandó a comprar otro enanito para el jardín porque decía que teníamos enanitos impares y eso daba mala suerte.
Los dos chicos miran el cielo cubierto de nubes grises.
—Me voy a ver qué tal le ha ido a Ted Sarkusky —suelta Jack.
Y se levanta del banco. Se coloca su bufanda, se ajusta la gorra, coge su bici y se despide de Phil.
Phil se despide también, y se queda sentado mirando cómo cae la nieve alrededor.
Horas después, cuando ya ha oscurecido, Jack, sujetando la bici con las dos manos, regresa al banco donde continúa Phil, ahora cubierto de nieve.
—He visto a Ted Sarkusky en la avenida —dice Jack, tras bajarse la bufanda—. Regresaba al cementerio. Me ha dicho que sus padres estaban en casa. Habían salido antes del trabajo por el temporal y le echaron a perder la paja. Según me dijo, nada más verlo, su madre lo puso a quitar la nieve de la entrada y a colocar la compra del mes en la alacena. Su padre llamó al colegio para decir que Ted había regresado. Y le pusieron todos los deberes que no había hecho durante este tiempo. Ted ha salido corriendo de vuelta a su tumba.
Los dos muchachos se miran. Acto seguido miran las casas bajas que los rodean, sepultadas por la nieve.
—Yo tampoco quiero volver a casa —dice Phil.
—Ni yo —añade Jack.
Los pájaros vuelan bajo en busca de un lugar donde esconderse de la tormenta.
La nieve sigue cayendo.
Las calles continúan vacías.
A lo lejos se encienden las luces de las casas, el único sitio del pueblo donde a esas horas parece haber vida, o algo parecido a la vida.
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
Me llamo Eduardo Quijano Sánchez.
He trabajado como periodista en medios como El Mundo, la agencia Europa Press y el diario ABC. De todos me han echado.
Con el maestro Ángel Zapata he aprendido el oficio de escribir. ¡Qué difícil encontrar la palabra exacta de las cosas!
Me gusta el humor de Charles Bukowski, Quim Monzó y Javier Tomeo. Si no los conocéis, ¡leedlos ya!
¿Mis sueños? Viajar a Marte, descubrir la Atlántida y ser denunciado por la Conferencia Episcopal porque he escrito algo que les ha ofendido. También sueño con comprarme una guillotina. (Hay mucho hijo de puta suelto).
“El frágil orden del universo” es mi primer libro de relatos. Podéis encontrarlo en Amazon, en la web de la editorial y en todas las librerías.
No es caro y os va a gustar.
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