Inmerso en la maraña tormentosa de la ciudad, donde parece que el horror nunca te puede alcanzar, buscaba encontrar precisamente eso, el más insondable miedo. Le encantaba esa emoción que activa la parte más primitiva del cerebro y dispara la adrenalina hasta casi llegar al éxtasis místico. Porque el terror forma parte de la especie humana y padecerlo es terrible, pero provocarlo es delicioso.
Su primera víctima fue algo experimental donde probar su método, ensayo y error. Un par de puñaladas en el bajo vientre y ella había muerto sin apenas sangrar, algo que le disgustó, de hecho, ni siquiera aquel crimen sería considerado como una creación suya.
Con las siguientes mujeres iría perfeccionando su técnica, cortes rápidos que seccionaban la yugular, para lentamente proceder con su estudio profundo de anatomía. Y es que el vulgo y los de la Metropolitana pensaban que aquellos rituales eran simples carnicerías, incluso sospechaban de los matarifes y barberos, irónico. Ni el médico de la Reina había alcanzado tal nivel de precisión y conocimientos tan sublimes como los que estaba adquiriendo él.
Pero todo cambió aquella madrugada del 9 de noviembre. Él pensaba que había elevado el sacrificio ritual a lo más profundo de la santidad, y que gracias a sus creaciones la noción de pecado perdería su significado. Cuán equivocado estaba.
Al igual que había hecho con las otras, siguió a la muchacha oculto entre las sombras de la siempre sucia Londres, esperando encontrar el momento preciso para proceder al glorioso sacrificio de la mujer. De repente ella aceleró el paso, como si presagiara que Satanás iba a por su alma. Rápidamente, la chica llegó a su cuartucho y abrió la vieja puerta de madera, penetrando en el interior iluminado por una tenue vela.
Jack esperó un tiempo prudencial, merodeando en el exterior. No era necesario apresurarse, y más cuando su víctima estaba prisionera en su propio hogar.
A través de un ventanuco roto atisbó una grotesca situación. Tumbada en un mugroso jergón se encontraba una joven, semidesnuda, y sobre ella, con una majestuosidad propia de un cirujano experto, Mary Janne Kelly estaba amputando y seccionando con profundo esmero el cuerpo de la chica.
Parte de sus entrañas permanecían tiradas en el frío suelo, mientras Mary le arrancaba el corazón y lo ponía en un puchero a hervir. Jack, admirado con el espectáculo permanecía absorto, reflexionando, ya que toda su magna obra se estaba convirtiendo en un trabajo de torpe principiante.
Cuando Mary Janne Kelly terminó de mutilar el cuerpo yacente, se cambió de ropa dejando entrever su pecho desnudo y manchado de sangre, imagen que Jack consideró la más excitante que había contemplado nunca. Una vez aseada, Mary observó su creación y sonrió. Salió del cuartucho cerrando la puerta con llave, perdiéndose entre la niebla de Whitechapel.
En aquel preciso momento, Jack, sintió un ansia irrefrenable de matar, mutilar y eviscerar a Mary Janne Kelly. El frío de la madrugada se estaba colando como un torbellino por todos sus huesos, y Jack apresuró el paso buscado a Mary en las callejuelas de la cuidad. No podía consentir que aquella joven, aquella ramera, fuera quien pusiera el punto final a su trabajo. Sabía que la prensa le atribuiría a él la carnicería, pero no podría soportar que Mary siguiera matando, era su campo de acción y lo quería en exclusividad.
Al doblar Dorset Street, Jack sintió un frío corte en su cuello. La sangre comenzó a brotar salpicando el suelo adoquinado, y Jack se desplomó.
El resto de la historia es simple fantasía, una quimera nebulosa que se funde con la realidad.
Una semana después de encontrar el cuerpo destrozado de una joven, identificada como Mary Janne Kelly, se halló flotando en el Támesis un torso de un varón de unos cuarenta años, sin cabeza y sin miembros (incluido el viril), y dado que no encajaba con el modo de operar del Destripador de mujeres, fue catalogado como un ajuste de cuentas entre marineros borrachos.
No obstante Mary sabía que el cadáver mutilado guardaba una estrecha relación con los crímenes de ese otoño tan peculiar, y se regocijaba en ello, mientras se daba un homenaje con las criadillas encebolladas de Jack y una buena pinta de cerveza.
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
Juan Mamán: Filólogo e Historiador, estudiante en la actualidad de Criminología. Ha publicado diversos artículos sobre historia antigua del Oriente Próximo. Autor del libro Lilith & Golem, Veterano del Yunque y autor de relatos por simple divertimento. Cada día más inmerso en las pesadillas de Poe, los universos de King y sombrío hasta la grosería, como el melancólico Bécquer.
Podéis encontrar a este sensacional autor en Twitter como: Juan Antonio Garcia (@JuanAnt91783536) / Twitter
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