Amanece en Playa de Nueva Esperanza; un lugar tranquilo al norte de Túnez.
—¿Quién es? —dijo Alí al teléfono.
—¡Alí, ven pronto! –contestaron al otro lado, con nerviosismo–. Hay una persona muerta en la playa.
—¡Voy para allá!
Otra mañana en la que un nuevo cadáver aparece en la orilla del mar y él, como cada vez que suena el teléfono anunciando esa terrible noticia, se viste todo lo rápido que puede con su túnica beige inmaculada, chaleco gris y sandalias marrones. Coge algo de fruta para pasar la dura jornada que le espera por delante. Le da un beso a su mujer, Amira quien, con gesto serio, apenas se lo devuelve, arranca su vieja y destartalada furgoneta de color blanco para dirigirse a Playa de Nueva Esperanza.
La furgoneta olía a una mezcla de pescado, salitre, difunto y hedores varios. A pesar de ello, Alí ya se había acostumbrado a esta pestilencia del interior de su vehículo.
—”Salamalaikum.
—”Alaikumsalam–contestó Alí–. Ya veo el cadáver. Te puedes ir.
—No he tocado nada.
—Tranquilo. Yo me encargo de todo. Muchas gracias.
Se acercó al muerto con paso cansino, atusando su barba, que ya empezaba a peinar canas y mascullando unas ininteligibles palabras. Era una mujer, estaba semidesnuda y por su piel se podía deducir que era de origen subsahariano. Otra persona ahogada en la ruta del Mediterráneo Central que había terminado en Playa de Nueva Esperanza. Y ya iban 57, a pesar de que todavía estaban en el mes de mayo.
—Hola “Shaira” –le dijo a la mujer, como si esta le pudiera responder.
Poner nombre a las personas ahogadas que llegaban a la playa era la primera parte del ritual, que él ya tenía automatizado después de siete años actuando siempre de la misma manera.
Alí fue hacia la furgoneta para acercarla todo lo posible hacia “Shaira”. Por el camino repetía frases que desgraciadamente no eran nuevas para él.
—Pobre mujer. Pobres hijos. Pobres padres. Si supieran cómo ha terminado “Shaira”. ¡Maldita humanidad! —grito, con profunda rabia y tristeza a partes iguales.
Una vez hubo acercado la furgoneta continuó con su viejo protocolo. Cogió en brazos a la mujer y con mimo infinito la dejó en la parte trasera. Comenzó a limpiarse él para después asear a la difunta. Recitó en voz baja: “Bismillah Ula’Alá Millati Rasulillah”. Tapó con una tela a la pobre desventurada para despojarla de sus ropas y lavar el cuerpo. Al terminar la ablución menor, la secó con una toalla limpia. Luego presionó con las palmas de sus manos sobre el estómago de la mujer, quien evacuó los pocos restos de lo que podría ser su última comida; pan y algo de arroz junto a la abundante agua que provocó su ahogamiento. Lavó de nuevo el cuerpo, ahora con agua y jabón una y otra vez hasta que estuvo limpio. Para finalizar con la ablución normal lo duchó de arriba hacia abajo, lo secó, lo peinó y lo perfumó. Una vez limpia, Alí rezó el salat al yanaza y se dirigió al hospital para dejarla allí.Antes de irse se acercó a la puerta principal para hablar con el Doctor Muhammad, el único forense de la zona.
—Salamalaikum.
—Alaikumsalam–contestó el doctor, con voz profunda.
—Aquí le dejo a una nueva ahogada –dijo Alí, apesadumbrado.
—De acuerdo. Mañana a esta misma hora puedes recogerla. Si hay alguna novedad, te llamo.
—Seguro que no la hay –contestó con cierto enfado–. ¡Hasta mañana!
De nuevo en Playa de Nueva Esperanza, Alí descansa de la dura mañana y se dispone a comer las tres piezas de fruta que se ha llevado de casa. Se sube a lo alto de una duna desde donde se ve el mar. Su mar. El mar que quiere, el mar que adora, el que le da de comer y el que le da la vida. Pero donde tantos inocentes han muerto.
Alí conocía la playa como la palma de su mano. Por eso decidió cavar en lo más alto todas las tumbas de las personas migrantes que llegaban a su costa. De hecho, su improvisado cementerio empezaba a quedarse pequeño después de más de setecientos entierros. Todos ellos por el rito musulmán. En su momento decidió que su religión sería la de los ahogados; Dios estaría contento y se haría cargo de las almas.
“Shaira” descansaría mirando hacia la Meca. Se dispuso a preparar su morada ayudándose del pico y la pala. De fondo tan solo se oía el golpear de las olas en la orilla y el cantar de los pájaros. A lo lejos, se veían restos de otro naufragio: el zapato de un niño, ropa y maderas que un día formaron algo parecido a una embarcación. Cuando el sol estaba a punto de ponerse, Alí terminó.
La casa de Alí era de ladrillo,escasas en el lugar. La mayoría de las de sus vecinos estaban construidas con adobe. Era de los pocos que disponían de casa propia. La había construido él con su suegro poco después del matrimonio con Amira. Tan solo estaba formada por una estancia. La cocina tenía un fogón, una mesa y sus sillas alrededor. Separadas por una cortina estaban las dos habitaciones, una la del matrimonio y la otra la de sus cuatro hijos varones.
—Estoy destrozado. Ha sido un día muy difícil. Cenaré y me voy a la cama.
—¡Al menos cenaremos todos juntos! –dijo Amira, de no muy buena gana.
—Tienes razón –asintió Alí.
Couscous, kefteji y algo de carne componían la suculenta cena que ella había preparado. Después de devorarla, debido a la ansiedad y los nervios del día, se dispuso a acostar a los chavales. Cuando terminó, regresó a la cocina para despedirse de su esposa e irse a la cama.
2
—Estás dejando de lado la pesca.
—Lo sé –contestó Alí, en tono conciliador.
—Si no pescas, no vendes. Y si no vendes, no tenemos dinero para dar de comer a nuestros hijos.
—Lo sé –repitió.
—¿Por qué tienes que encargarte tú de esos muertos?
—Esos muertos son personas que salen de sus casas para buscarse una vida mejor y mueren en el mar sin que nadie lo sepa. Sin que nadie les atienda –contestó Alí, cambiando su tono conciliador.
—Están los Cascos Azules, la O.N.U. y los gobiernos. ¿Te parecen pocos?
—¡Parece que sí!
—¡A mí no me lo parece! –gritó Amira con fuerza, dando muestras de su hartazgo.
—¿Qué quieres que haga? ¿Que los deje ahí tirados?
—¡A mí me da igual!
—¡Sí! ¿Te gustaría que nuestro hijo hubiese quedado a expensas de los animales al hundirse su barca cuando marchó a Europa? ¿O preferirías que algún idiota como yo le hubiese dado sepultura?
—Eso me duele en el alma y lo sabes –contestó Amira con profundo dolor.
—Me voy a dormir –Alí finiquitó la conversación.
Al día siguiente se levantó antes de que saliera el sol para terminar su cometido. Llamó a su primo Farroq y le pidió que fuese a la playa para ayudarle a enterrar a “Shaira”, mientras él iba al hospital a recoger su cuerpo, ya que había pasado un día y no había llamado nadie.
Se dirigió al hospital en un silencio sepulcral, como procedía ese momento. Una vez allí, salieron dos enfermeros con un féretro que contenía el cuerpo de la mujer envuelto en una sábana. Lo introdujeron en la furgoneta y Alí, sin mediar palabra, se marchó a Playa de Nueva Esperanza donde ya le esperaba su primo.
—¡SalamAlaikum!
—¡Alaikumsalam!–contestó Farroq.
Sacaron la caja de la furgoneta, cogieron el cuerpo de “Shaira” y, en silencio, lo dejaron cuidadosamente en la tumba. Al finalizar, Alí colocó sobre la tumba un trozo de metal, a modo de placa, donde se leía: “Shaira” 057.28.05.2020.
Sin mediar palabra se montaron en la furgoneta. Alí acercó a Farroq a su casa y luego se marchó a la suya.
—Me voy directamente a la cama –dijo al entrar en casa.
—¿No vas a cenar?
—No. Estoy destrozado.
—Como quieras –contestó Amira con sequedad.
—Mañana iré a pescar.
—De acuerdo.
—Cuando termine de pescar me iré al mercado a vender.
—Me parece bien –contestó Amira.
—Hasta mañana.
—Descansa.
3
A las tres semanas recibí una carta de Amira.
Me dio la triste noticia de la muerte de Alí. Me contó que una mañana, después de haber recogido del hospital a otro migrante ahogado y mientras se dirigía a Playa de Nueva Esperanza para enterrar al difunto, perdió el control de su furgoneta y fue a caer a un acantilado. Tardaron varias horas en rescatarlo y aunque llegó con vida al hospital, al día siguiente falleció. Y que decidió darle sepultura en el cementerio, junto a todas las personas que él mismo había enterrado.
También me contaba que Farroq se hizo cargo, desde entonces, de los ahogados que aparecen en la playa. En su playa. En la playa de Alí. En Playa de Nueva Esperanza.
(Historia basada en hechos reales)
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Mi nombre es Guzmán Villardón
Escribo desde siempre. Tengo publicados dos libros. Uno como coautor: Inversos, todos somos poesía. En este libro están recogidos un grupo de poemas escritos durante el confinamiento domiciliario de hace casi dos años por varios autores.
Y otro como autor: Memorias olvidadas. En este poemario recojo poemas escritos durante toda mi vida. Estoy muy contento de la experiencia ya que la escritura siempre me ha apasionado.
También he publicado varias biografías noveladas en el
Diario Vasco y un artículo sobre Arthur Rimbaud en la Revista purgante. Además he colaborado con la web cultural @IMPACTARTE2.
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