
Mi mujer murió y no sé qué hacer. “Eso está muy trillado”, dirán ustedes; pero debería contarles algo primero para que entiendan lo extraordinario del caso.
Cecilia (es decir, mi esposa) se entusiasmó bastante con la escritura cuando un día envió un relato a un concurso y obtuvo una mención honorífica. No puedo decir que en otros aspectos fuera particularmente buena: cocinaba pésimo, la casa era un asco, y siempre andaba por los rincones quejándose de todo y de nada en particular. En fin, una piedra de molino atada al cuello. Pero este acontecimiento pareció devolverle la vida que alguna vez tuvo, aunque a mí me resultara indiferente.
Se embarcó en una novela que le tomó casi dos años escribir y se dio a la tarea de buscar editoriales para su publicación. Recibió puras negativas, hasta que se hartó y se sumió en su ya conocida depresión. Un día me preguntó si no me importaría que mandara su manuscrito con mi nombre, alegando que escribir con seudónimo le podía acarrear problemas legales y económicos en caso de tener éxito. En cambio, si el autor fuera una persona real, no habría inconvenientes. Especialmente si era hombre.
Al principio me negué, ¿qué sé yo que clase de sandeces escribiría con mi nombre? Pero al final le dije que sí, solo para que me dejara en paz y se acabaran las pataletas. Resultó que la idea funcionó y la novela tuvo un éxito arrollador. Me tocó firmar ejemplares, asistir a presentaciones, y lidiar todo el lío, mientras ella se quedaba en casa escribiendo otra novela. ¡Regalías por ediciones de bolsillo, ediciones de lujo, e incluso por la producción de una serie, una maravilla! Y la muy inútil se murió.
Al principio, la editorial no me presionó mucho por consideración al luto y porque el contrato era bastante flexible con el plazo de entrega del primer borrador. Sin embargo, hace poco recibí una llamada que hizo que me sudaran las pelotas. No tenía ni idea de qué hacer, salvo que la contactara a través de un tablero Ouija.
¿Y qué les parece? Esa era la respuesta. Hurgando en esos libros locos que tanto le gustaban, encontré varios de Eliphas Levi y descubrí la manera de establecer comunicación con ella. No voy a colocar aquí la fórmula, no vaya a ser que todo se vaya al carajo por andar de presuntuoso. Mejor callado que fracasado.
Algo hice mal, quizás, pero los resultados me bastan. Cuando me senté a escribir en el ordenador, sentí un hormigueo extraño en las manos. Era como si no me pertenecieran, como si estuvieran desconectadas de mí, y ellas solas (lo juro por lo más sagrado) buscaron el archivo en donde estaba grabada la novela que Cecilia estaba escribiendo antes de morir. Mis manos empezaron a escribir por sí mismas, manteniendo el estilo y la coherencia de la novela ¡No lo podía creer! Lo logré, ella volvería a escribir y yo ganaría paladas de dinero. Como siempre debió ser.
Pero ahora debo comentar algo: al principio, la cuestión de mis manos se limitaba a una suerte de “escritura automática” que se activaba solamente al tocar el teclado, pero el hormigueo se hace cada vez más presente en mi cotidianidad. Cuando me baño, me acaricio con mucha sensualidad. No voy a comentar aquí qué sucede cuando orino, por pudor y por respeto a mis lectores. Mis manos se van solas a tocar perros y gatos, los cuales detesto. Incluso le acaricié el rostro a mi suegra, esa yegua detestable y metomentodo. Y lo peor no es esto: de un tiempo para acá estoy viendo a una mujer que me atrae mucho, y la última vez que estuvimos juntos, la abofeteé, cosa que hizo que me devolviera la cachetada y que me dijera que nunca más querría verme.
Le grité a mis manos por lo que habían hecho y, cuando quise sentarme a escribir, se negaron. Les grité de nuevo y se cerraron en puños. A punto estuvieron de destruir el ordenador. Las apacigüe con crema hidratante y les prometí que no se repetiría, que solo ellas formarían parte de mi vida, que eran mis amores, para toda la vida.
Hace poco le pedí a un amigo que buscara en mi lugar fórmulas para deshacer el encantamiento (no creo que tenga que explicar por qué yo no puedo hacerlo). La novela está casi lista; tan pronto esté terminada, lo haré, no hay remedio. Pero el inútil no consiguió nada y no me extraña; para que las cosas salgan bien, uno debe hacerlas por sí mismo. Así que voy a cortarme las manos; hoy en día hacen prótesis maravillosas para cualquier parte del cuerpo.
Apenas pude cortarme ligeramente la mano izquierda, y los vecinos que atendieron a mis gritos de frustración me mandaron al loquero. Los psiquiatras hablan de disociación y de trastorno de identidad de la integridad física (IDD), y lo peor no es esto: poco a poco, el hormigueo está subiendo por mis brazos y está alcanzando el torso, y no sé hasta qué punto llegará esta invasión. Cuando estoy dormido, escucho la voz de Cecilia a lo lejos, como si pegara la oreja a una concha marina y escuchara el mar. Parece que mi destino es quedar encerrado en este maldito hospital lleno de orates.
Entrevista a la famosa escritora trans Cecilia Albornoz
Ayer, en horas de la tarde, tuve el gusto de entrevistar a la afamada escritora Cecilia Albornoz, autora de los libros: Renacer de las brasas y Juegos y recovecos de la mente. A mi pregunta de cuál era su fuente de inspiración, me contestó:
− Puede ser cualquier cosa: recuerdos de mi estadía en el hospital, una canción, o ese prisionero que llevamos dentro de la mente y que alza su voz, reclamando su identidad propia. A veces sólo murmulla, a veces grita, y me limito a transmitir lo que dice. Lo plasmo no solo en el papel, sino en mis conversaciones y en mi vida diaria. Atiéndele si tienes una voz así; pueden suceder cosas extraordinarias−.
Relato nominable al IV Premio Yunque Literario

Damaris Gassón Pacheco, venezolana, nacida el 16 de diciembre de 1970. Participante Participante en el Taller “Introducción a la Escritura Creativa” dictado por la Escuela de Escritores, junio 2016. Mención de Honor por el Cuento “EMET” en el Concurso Solsticios- Venezuela. Diciembre 2017. 63 cuentos publicados en diversas revistas latinoamericanas como: El Narratorio (Argentina), Penumbria (México), El Callejón de las 11 esquinas (España), Editorial Cthulhu (Perú), entre otras
Podéis encontrar a Damaris en Twitter como: La Dama 💋 (@damarisgasson) / X
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