Hay momentos en los que una persona debe dar marcha atrás para llevar a cabo algo que se dijo que no haría jamás. Eso me ha ocurrido a mí y lo agradezco enormemente. Me encanta la forma de escribir de Rosa Sanmartín; he disfrutado, sobre todo, con Te parecerá raro, aunque Un brindis por el desamor y Cuando la vida te alcance son novelas recomendadas que alientan a la mujer a llevar una vida plena sin la necesidad de tener un hombre a su lado. El estilo de Rosa es ágil y su narrativa nos introduce en la historia desde el primer momento. Sin embargo estuve dudando leer su última novela, Negra y oscura porque, al contrario que a la mayoría, la acumulación de imágenes violentas no me ha insensibilizado. Sufro muchísimo cada vez que recuerdo las atrocidades cometidas por antepasados nuestros contra nosotros mismos. ¡Qué equivocada estaba! Nunca agradeceré bastante a Rosa Sanmartín que haya escrito una novela sobre este episodio de la historia española, en el que la oposición de modelos diferentes de gobierno y cultura enfrentó a familias y marcó no sólo una lucha ideológica sino también de clases.
Negra y oscura son casi quinientas páginas que se leen en un suspiro, la narración de Rosa Sanmartín es inconfundible aunque en esta novela ha aparecido la gran autora que apuntaba; el narrador en tercera persona omnisciente se une al monólogo interior de los personajes, llegando a ser la voz interna de cada uno de forma que los puntos de vista van cambiando y, aunque el protagonista es Luis, el que se va a luchar, pensando en que será una revuelta de unos días, sin haber cogido antes un arma, la protagonista emerge de la primera frase de la novela, esa con la que Rosa abre la puerta al mundo de Negra y oscura. Una frase que alude al tiempo, a la clase social y a la actitud de la mujer a la vez que anticipa el conflicto «Las gotas de sudor empapan la camisa de Dolores […] Un cubo de hierro en cada mano […] Y ella, sonrisa y brazos fuertes […] saluda a las vecinas. Mujeres de negro». Las verdaderas protagonistas son las mujeres que se quedan llevando la casa, soportando la ausencia de los hijos, de los enamorados, sin saber si volverán o no, viviendo, ya para siempre, estigmatizadas por el miedo.