Partiendo de situaciones cotidianas, el autor conforma un desvarío hospitalario donde tienen cabida una recepcionista con muy poca paciencia, un inspector de policía que ejerce de paciente, investigador y negociador, un técnico de mantenimiento dislálico dispuesto a ayudar y un protagonista al que, en principio, parece que no le interesa vivir sino sobrevivir, por lo que desata en el lector mucha pena, bastante aversión y cierta inclinación hacia alguien que, no cabe duda, es un vago.
Si la literatura del absurdo se inspira en el surrealismo para crear obras marcadas por el humor, que denuncian situaciones sociales, Minuto 116 se inspira en el desatino esperpéntico para culpar a los responsables del abandono infantil y revelar sus consecuencias, algunas de ellas en principio inofensivas como el deseo de agradar, de recibir afecto y comprensión, de amabilidad, de amor, aunque terminarán pasando factura.
Probablemente estemos ante un nuevo escritor del nuevo absurdo.