LA GÉNESIS DE MAD MAX
George Miller nació en 1945 en el pueblo de Chinchilla, Australia. Se graduó en medicina, pero le apasionaba el cine. Ya en la universidad realizó su primer cortometraje y en 1971 estrenó otro en el Festival de Cine de Sydney. El éxito le llegó en 1979 cuando, junto a su amigo Byron Kennedy, firmó su primer largometraje: Mad Max.
Mad Max es un inteligente juego de palabras que puede traducirse como “Loco Max” (Mad Max) o “Máxima Locura” (Maximum Madness). Se ambienta en un futuro postapocalíptico, en el que la civilización se está derrumbando por culpa de la escasez de petróleo y de agua. Bandas de malhechores ruedan por las carreteras y las fuerzas del orden tratan de detenerlos con métodos tan brutales como los de los delincuentes. El protagonista es Max Rockatansky, un policía interpretado por un desconocido Mel Gibson.
La película destacó por su originalidad: futuro apocalíptico, estética que se regodea en la fealdad, acción a raudales, violencia, dudosa moralidad de los “buenos” y una venganza que se gesta no en el principio (que es lo habitual en las “revenge movies”) sino a mitad de rodaje. Estos ingredientes polarizaron a la crítica de entonces pero encandilaron a los espectadores: partiendo de un magro presupuesto de 400000 dólares australianos, logró una recaudación de 100 millones de dólares estadounidenses.
El éxito de la primera película dio lugar a toda una saga. Siguieron Mad Max: El guerrero de la carretera (1981), Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno (1985), Mad Max: Fury Road (2015) y Furiosa (2024).
Cabe preguntarse de dónde sacaron Miller y Kennedy las ideas que llevaron a Mad Max. La primera gran influencia fue la cultura del automóvil que vivió Miller en su pueblo natal. El sábado por la noche se juntaban los jóvenes con sus autos y, en las inacabables llanuras australianas, donde no había policía que impusiera límites de velocidad, las carreras y los accidentes abundaban.
La segunda gran influencia fue la Crisis del Petróleo de 1973. En resumen, un grupo de países árabes decretaron un embargo de sus exportaciones de petróleo a aquellos países que apoyaban a Israel. Con ello esperaban lograr un doble objetivo. Por un lado, castigaban a los aliados de Israel y por otro, con la esperable subida de precios, ganaban más dinero. De octubre de 1973 a marzo de 1974, el precio del petróleo se cuadruplicó, pasando de 3$ por barril a 12$ por barril.
La escasez de petróleo causó verdaderos estragos en los países importadores de petróleo. Largas colas en las gasolineras, y eso cuando había gasolina. El ascenso del precio del petróleo disparó la inflación y, con esta, subieron también los tipos de interés. La combinación de los tres factores hundió sus economías y el desempleo se convirtió en una plaga.
En cambio, para los exportadores, como Irak o Venezuela, fue una época dorada.
Miller y Kennedy fueron testigos del doloroso impacto de la Crisis del Petróleo. En la ciudad de Melbourne, llegaron a cerrar todas las gasolineras excepto una. En las largas colas de gente desesperada por conseguir un poco de gasolina, la tensión creció. Miller rememoraba que “diez días después llegó el primer disparo” y se preguntó qué pasaría si, en lugar de padecer escasez durante unas semanas, esta se alargara meses o años.
¿Es científicamente verosímil una situación así? Es más, ¿se inspiró Mad Max en la ciencia?
Abróchense los cinturones y prepárense para un viaje al centro de la Tierra.
¿CUÁNTO PETRÓLEO HAY?
Para saber si es posible un futuro a lo Mad Max primero tenemos que saber cuánto petróleo tenemos disponible. Pero, como veremos, la cuestión no es nada sencilla de responder.
Lo primero que tenemos que considerar es CUÁNTO PETRÓLEO HAY EN LA TIERRA. El petróleo es un hidrocarburo fósil, que se ha ido generando a lo largo de millones de años. Aunque se sigue generando en la actualidad, lo hace a un ritmo mucho más bajo que nuestro consumo. Debido a esto, la cantidad de petróleo que hay en la Tierra es finita y lo que se gasta no se va a reponer.
La siguiente variable a tener en cuenta es CUÁNTO PETRÓLEO SABEMOS QUE HAY. Obviamente, para poder extraer petróleo primero tenemos que saber que está allí. Para eso se efectúan prospecciones. Obsérvese no obstante que a lo largo de la historia se ha priorizado la prospección de los yacimientos más rentables (aquellos ubicados más cerca de los centros de consumo, a menor profundidad, en tierra…). Conforme los yacimientos más “sencillos” se agotan o hay necesidad de extraer más petróleo, se efectúan más prospecciones y se encuentra más petróleo.
En tercer lugar, debemos saber CUÁNTO PETRÓLEO PODEMOS EXTRAER. Sorpresa: no logramos sacar todo el petróleo de un yacimiento. A principios del siglo XX, el factor de recobro (o recuperación) rondaba el 10%, hoy en día oscila entre el 25% y el 50%. Para entender por qué, hay dos factores: el primero es cómo se perfora, el segundo es qué se hace una vez se ha perforado.
- Los primeros usos del petróleo aprovechaban el que emergía a la superficie. Aunque los chinos ya empezaron a extraer petróleo mediante perforación en el siglo IV, el primer pozo “moderno” (Pensilvania, 1859) tenía una profundidad de 21 metros. Hoy en día hay pozos que extraen petróleo a más de 10000 metros de profundidad. Además de la fuerza bruta de extraer de más abajo, se suma el hecho de que antes los pozos eran verticales, mientras que ahora podemos dirigir la dirección de la perforación, lo que aumenta la cantidad de petróleo extraíble.
- Los yacimientos de petróleo no son como nos los pintan en educación primaria. Se suele presentar una especie de “lago subterráneo” pero en realidad lo normal es que el petróleo esté empapando las rocas (imagínese arena o piedra pómez mojadas en petróleo), por lo que su extracción no es sencilla. El cine también ha contribuido al error, presentando el petróleo como algo que sale vistosamente él solito del suelo, lo cual generalmente no es lo que sucede. Por ello, geólogos e ingenieros han ideado toda una serie de instrumentos de tortura para obligar al petróleo a salir: bombear un fluido al yacimiento (generalmente agua, pero también aire o dióxido de carbono), calentar el yacimiento, inyectar disolventes o fragmentar la roca.
En último término, tenemos la cuestión de QUÉ PRECIO ESTAMOS DISPUESTOS A PAGAR POR EL PETRÓLEO. Cuanto mayor sea el precio que estemos dispuestos a pagar, más incentivo tendrán las empresas para hacer prospecciones, perforar más hondo y buscar nuevas técnicas. Por el contrario, cuando baja el precio hay pozos que cierran por no ser rentables y las empresas restringen las inversiones en nuevas prospecciones.
Obsérvese que de los cuatro parámetros, el primero (cuánto petróleo hay) viene dado por la naturaleza y, por más que hagamos, disminuirá conforme lo consumamos. En cambio, los otros tres (cuánto sabemos que hay, cuánto podemos extraer y qué precio estamos dispuestos a pagar) dependen de la tecnología, el interés que le pongamos y las condiciones de mercado. Se produce, pues, una pugna entre la primera variable y las otras tres. Esto lleva a dos formas de encarar la cuestión, radicalmente opuestas.
Algunos se centran en la cuestión de que la cantidad de petróleo existente en nuestro planeta es finita y no renovable y, por lo tanto, de forma inevitable disminuirá con el tiempo. Es más, si el consumo crece sin parar podría producirse un agotamiento súbito del petróleo, con consecuencias potencialmente funestas. Estos reciben el nombre de (NEO)MALTHUSIANOS, en referencia a Thomas Malthus, erudito que en 1798 predijo que la población crecía más rápido que los recursos y que, por tanto, estábamos abocados a la hambruna.
Por otro lado, tenemos quienes tienen fe en los avances científico-tecnológicos y la habilidad de los mercados para encontrar nuevas fuentes de petróleo o bien de sustituirlo si es preciso. A estos se les llama CORNUCOPIANOS, en referencia a la cornucopia, el cuerno de la abundancia de la mitología grecorromana.
NEOMALTHUSIANOS CONTRA CORNUCOPIANOS, QUE COMIENCE LA BATALLA
A partir de aquí vamos a centrarnos en Estados Unidos. Allí es donde se empezó a explotar el petróleo de forma moderna, allí se encontraba la economía más poderosa del siglo XX, es puntero en desarrollo tecnológico y, al tratarse de una democracia, es bastante transparente respecto a sus reservas estimadas.
En 1879 se fundó el United States Geological Survey (en adelante, USGS), agencia federal encargada (entre otras cosas) de estimar los recuros minerales en EE.UU. En 1884 advirtió que algunos pozos de Pensilvania estaban a punto de secarse. En realidad, la producción bajó, pero no tanto como había predicho el USGS. En 1909 el USGS, de la mano de David Day, publicó su primera estimación de las reservas de petróleo para el conjunto de los EE.UU., llegando a la conclusión de que para 1935 podrían agotarse las reservas. En 1919 el USGS, dirigido por David White, publicó que EE.UU. alcanzaría su máxima producción hacia 1923 y a partir de entonces iniciaría un descenso de la producción hasta agotarse las reservas hacia 1937. Tal fue la preocupación que se incitó a las compañías petroleras yanquis a buscar petróleo en el extranjero. En 1921 el USGS unió sus fuerzas con la Association of American Petroleum Geologists y reestimó las reservas un 50% al alza respecto a su informe de 1919, una cifra más optimista pero que seguía prediciendo un agotamiento en pocas décadas.
Desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX las estimaciones de las reservas de petróleo estuvieron dominadas por los neomalthusianos, resultando en predicciones erradas por demasiado pesimistas. Era hora de un cambio de paradigma.
Las décadas de 1920 y 1930 trajeron grandes descubrimientos de nuevos campos petrolíferos en el Golfo de México, Texas y California, borrando las preocupaciones por la escasez. Si los descubrimientos daban razones para el optimismo, la teoría no se quedaba atrás. En 1931, Harold Hotelling, estadístico y economista, publicó un artículo titulado “The Economics of Exhaustible Resources” en la que argumentaba que los mercados conservan los recursos mediante el aumento de precios y reducción de consumo. Aún más radicales resultaron las ideas de Erich Zimmermann, economista que en 1931 desafió las ideas preconcebidas al defender que los recursos naturales no son fijos, sino que los creamos los humanos mediante tecnología y mercados. El remate final vino con David Potter, que en 1954 publicó “People of plenty”, en donde argumentaba que los Estados Unidos no eran ricos en recursos naturales sino en talento humano.
Hacia 1950 los cornucopianos parecían haber ganado la batalla: las estimaciones de los neomalthusianos habían resultado demasiado pesimistas y el ritmo de descubrimientos excedía al consumo.
IMPERATOR FURIOSO MCKELVEY
A principios de la década de 1950, con los cornucopianos cómodamente sentados en el trono, conoceremos al villano de esta historia: Vincent Ellis McKelvey (1916-1987). Comenzó su carrera como geólogo de fosfatos y, posteriormente, amplió sus estudios a otros materiales como uranio e hidrocarburos. Desde 1941 trabajó para el USGS y se convirtió en su director en 1971. Un colaborador lo describió como “brillante, siempre lo sabía todo, trabajador persistente y a veces arrogante”.
McKelvey estaba en la USGS cuando la dirigía Tom Nolan, quien animó a sus empleados a participar en el debate público. Aquel era el caldo de cultivo ideal para alguien ambicioso como McKelvey, que aspiraba a ser algo más que un geólogo; quería ser conocido como una persona de vastos conocimientos, intereses y gran autoridad. Así, se puso a hablar en público sobre el estado de las reservas de petróleo y extendió sus charlas a temas de los que no era experto, como la superpoblación. McKelvey era un optimista nato; para él, los avances tecnológicos y el ingenio humano nos permitían solventar cualquier crisis.
MAD HUBBERT: EL GUERRERO DE LA GEOLOGÍA
Tras conocer al villano ha llegado el momento de presentar a nuestro héroe. Marion King Hubbert (1903-1989) fue un geólogo estadounidense, que pasó buena parte de su vida laboral trabajando para la petrolera Shell (1943-1964), tras lo cual se unió al United States Geological Survey hasta su jubilación en 1976. En paralelo, trabajó también como profesor en las universidades de Stanford y California.
Hubbert era un convencido seguidor de la tecnocracia, un movimiento que abogaba por basar la sociedad en las leyes de la ciencia en lugar de la economía. En palabras del propio Hubbert, buscaba “una estructura social cuyos fundamentos fueran la energía y los recursos minerales y cuyo sistema contable estuviera basado en relaciones físicas, como la termodinámica y cosas así, más que en el sistema monetario”. No soportaba la obsesión de los economistas por el crecimiento y daba por sentado que existían límites a la población y el consumo de energía.
Quienes conocieron a Hubbert dicen que era brusco, jactancioso y belicoso. También dicen que era un científico brillante.
Su fama se la debe a un artículo que presentó en Texas y que apareció en Drilling and Production Practice, una publicación del American Petroleum Institute, en 1956. Bajo el anodino título de “Nuclear Energy and the Fossil Fuels”, Hubbert predecía que la producción de petróleo de Estados Unidos alcanzaría su máximo hacia 1965 y, a partir de allí, empezaría a declinar. Respecto a la producción mundial, esta alcanzaría su pico hacia el 2000 (Ilustración 1).
El resto de combustibles fósiles no lo iba a hacer mucho mejor. El gas natural iniciaría su declive poco después y solo el carbón parecía capaz de aguantar uno o dos siglos antes de declinar. Para Hubbert, la solución estaba en la energía nuclear, que era capaz de garantizar nuestro suministro energético durante milenios.
A ningún vendedor de un producto le gusta que digan que no es capaz de garantizar el suministro y la industria del petróleo no fue una excepción. Hay que ser muy intrépido para decir en Texas, a la cara del American Petroleum Institute y cuando tu nómina te la está pagando la Shell, que las petroleras tienen fecha de caducidad. Pero más allá de la resistencia de quien ve peligrar su negocio, la industria petrolera tenía motivos para el optimismo: como hemos visto, Hubbert no era el primer científico en predecir el fin del petróleo y, hasta ese momento, todos los profetas de la fatalidad habían errado. El prestigio de Hubbert como geólogo fue suficiente para que, en privado, su trabajo fuera respetado, pero en público las petroleras siguieron alardeando de que no había motivos para preocuparse.
MCKELVEY CONTRA HUBBERT
En 1962 el Committee on Natural Resources, trabajando bajo los auspicios de la National Academy of Sciences (NAS) y el National Research Council (NRC), elaboró el enésimo informe de las reservas minerales. A Hubbert, que pertenecía a la NAS, le asignaron un asiento en el comité de energía. En paralelo, se solicitó al USGS que colaborara con el NAS y el NRC. Al frente de la delegación del USGS sobre energía, y encargado de coordinar el trabajo, estaba McKelvey.
Y, lo que hasta ese momento había sido un acalorado debate entre neomalthusianos y cornucopianos, adquirió un cariz más siniestro.
Hubbert estimó las reservas de petróleo de EE.UU. en 175000 millones de barriles. Su informe llegó a manos de McKelvey que, como hemos dicho, coordinaba el estudio. Otro informe, entregado por Alfred D. Zapp del USGS, elevó la cifra a 300000 millones de barriles. La discrepancia entre uno y otro se debía a que Zapp, cansado de que la industria hubiera hecho siempre corto en sus estimaciones, encontró una solución creativa: incluir reservas “por descubrir”. La ingeniería contable de Zapp no gustó nada a Hubbert, que pidió a McKelvey que interviniera. Este, lejos de darle la razón a Hubbert, alegó que incluso las cifras de Zapp eran demasiado pesimistas y que en realidad la cifra debía ser unos 590000 millones de barriles. Hubbert elevó su protesta al director del USGS, a la NAS y al NRC. McKelvey contraatacó publicando un artículo en el Oil and Gas Journal en el que cifraba las reservas de petróleo de EE.UU. en 600000 millones de barriles, en línea con las previsiones más optimistas (cómo no, las suyas). Hubbert enfureció, al entender la maniobra como una forma de desprestigiar el trabajo que estaban realizando en la NAS y el NRC.
En este ambiente enrarecido, en 1964 Hubbert fue a trabajar al USGS, bajo el mando de McKelvey. Puede parecer una decisión sorprendente, dada la manifiesta animadversión que se profesaban, pero Hubbert tenía sus motivos. En primer lugar, estaba obligado a jubilarse de la Shell tras cumplir 60 años. En segundo, el USGS era una institución científica de primer nivel.
Hubbert siguió realizando análisis de las reservas y producción de petróleo y gas. En 1967 redactó un estudio para la American Association of Petroleum and Gas llamado “Degree of Advancement of Petroleum Exploration in the United States” en el que criticaba la entusiasta metodología de Zapp&McKelvey pero, sobre todo, demostraba que con el paso de los años los sondeos retornaban cada vez menos petróleo. Era un torpedo en la línea de flotación de los cornucopianos.
¿La reacción de McKelvey? Ni él ni el USGS reaccionaron, fue como si no existiera. Pero no se detuvo allí. Cuando, en 1971 lo ascendieron a director del USGS, se vengó de Hubbert: el lunes siguiente lo dejó sin secretaria. Humillado, Hubbert se vio obligado a escribir sus informes a mano y que luego su esposa se los pasara a máquina, en su domicilio.
NUBARRONES EN EL HORIZONTE
Los cornucopianos se mostraban convencidos de su triunfo, pero aparecieron señales de alerta. Más allá de los informes de Hubbert, algunos países empezaron a quedarse sin petróleo. Ya se habían visto secarse pozos, después se habían visto secarse regiones pero ahora eran países enteros. Por ejemplo, Alemania alcanzó su pico de producción en 1966 y Rumanía en 1977 (Ilustración 2), desde entonces la producción de ambos países no ha parado de bajar.
Entre tanto, aparecía un nuevo movimiento: el ecologismo, que retomaba muchas ideas neomalthusianas. En 1962, Rachel Carson publicaba “Silent Spring”. En 1968, veía la luz la obra de Paul R. Ehrlich “The population bomb”. En 1971, se fundaba Greenpeace. En 1972, aparecía el informe del Club de Roma “The limits to growth”…
En el informe de 1969-70, por primera vez en la historia, el USGS estimó a la baja las reservas de petróleo de EE.UU. Ese mismo año hubo problemas de suministro que, aunque en parte fueron debidos a malas regulaciones (en resumen: algunos pozos tenían prohibido extraer al límite de su capacidad), demostraron que la industria petrolífera no iba tan sobrada como algunos pretendían.
En 1970, tal y como había predicho Hubbert, la producción de petróleo de EE.UU. alcanzó su pico y empezó a descender.
En 1972 un ufanoso McKelvey se presentó a ser elegido como miembro de la National Academy of Sciences (NAS) y la American Academy of Arts and Sciences (AAAS). Resultó que Hubbert, que era miembro de ambas organizaciones, dio todo tipo de detalles de la “competencia” e “integridad” de su contrincante. McKelvey recibió su particular dosis de realidad y su candidatura fue rechazada en ambas. Ay, el karma…
LA CRISIS DEL PETRÓLEO DEL 73 Y EL CAMBIO DE PARADIGMA
Cuando, en 1973, unos simpáticos árabes decretaron un embargo de petróleo a los amigos de unos simpáticos israelíes, el mundo quedó sobresaltado. Aunque se trataba de una situación coyuntural, muchos creyeron ver un problema crónico. ¿Y si la era de petróleo abundante y barato se había acabado para siempre? Entonces se acordaron de Hubbert, aquel loco que había predicho que la producción de petróleo de EE.UU. alcanzaría su máximo en 1965-70. Súbitamente, Hubbert pasó a ser una celebridad, un héroe del medio ambiente. Lo apodaron “el profeta del petróleo”.
El cambio de mentalidad fue tan radical que incluso la industria del petróleo empezó a criticar las alegres predicciones del USGS. John Moody, vicepresidente de Mobil Oil, calificó las estimaciones del USGS como “inconcebibles, muy superiores a las que mi compañía defiende”.
En este contexto, cabe preguntarse hasta qué punto los creadores de Mad Max se inspiraron en las ideas de Hubbert. Si bien nunca lo han mencionado y, por lo tanto, es posible que no conocieran ni su nombre ni el detalle de sus ideas, resulta poco probable que no supieran que, según algunos científicos, el petróleo podía empezar a escasear.
Aunque la reputación de McKelvey quedó seriamente tocada, dentro de la USGS seguían considerándolo un gran científico. Pero en 1977 McKelvey recibió una ingrata visita: un emisario de la Casa Blanca. Le pedía su renuncia. Se trataba de un movimiento inusual, no exento de polémica puesto que se trataba de una injerencia política en temas científicos. McKelvey dimitió y, olvidado por todos, siguió trabajando en la USGS hasta su fallecimiento en 1987.
Las ideas de Hubbert persistieron en el tiempo. En los años 90 sus seguidores eran legión. Uno de ellos, Colin Campbell, fundó en el 2000 la Association for the Study of Peak Oil (ASPO), que tendría gran influencia en los años posteriores. Aunque la industria del petróleo negaba que hubiera ningún problema, poca gente se lo creía. El pico mundial del petróleo parecía inminente y, con él, nuestra civilización corría peligro. Así, por ejemplo, en el 2005, Matthew Simmons, uno de los “peak oilers” más conocidos, pronosticó que en el 2010 el petróleo alcanzaría los 200 dólares por barril.
Pero, como hemos ido viendo, esta historia está llena de sorpresas.
QUIEN RÍE EL ÚLTIMO, RÍE MEJOR
En el año 2005, los peak oilers se las prometían muy felices (o infelices, según se mire). Sucesivos países habían alcanzado su máximo de producción para luego decaer: EE.UU. (1970), Rumanía (1977), Indonesia (1991), Noruega (2000), México (2003)… El pico máximo de producción mundial parecía cosa inminente.
Entonces sucedió lo inesperado. Una revolución llegó a la industria del petróleo: el fracking (o fractura hidráulica). En realidad, no se trataba de un nuevo actor que entraba en escena. El fracking llevaba con nosotros desde 1947, pero su uso había sido residual hasta 2008. En resumen, el fracking consiste en inyectar agua en el yacimiento para fracturar la roca; con eso, se facilita la liberación del petróleo que se encuentra en esta. Al fracking se le pueden unir otros métodos de tortura (la inyección de agua y disolventes son los más habituales). Se trata de una técnica no exenta de polémica pues, como cualquier otra forma de explotación de petróleo, puede causar problemas de contaminación si se hace mal y, debido a eso, se ha prohibido en la mayor parte de Europa. Pero en EE.UU. se han puesto a ello con entusiasmo y, como resultado, su producción se ha disparado (Ilustración 3).
McKelvey debe estar carcajeándose en su tumba…
¿Le parece poco? Espere, que hay más. A petróleo “normal” se ha unido el petróleo “no convencional”, como el de esquisto (shale oil) y las arenas bituminosas. Gracias a estas últimas, la producción de petróleo de Canadá muestra un comportamiento muy parecido al de EE.UU.
Esta unión de factores ha hecho que, lejos de disminuir a partir del año 2000, tal y como había predicho Hubbert, la producción mundial de petróleo ha seguido en aumento (Ilustración 4).
Los neomalthusianos no reaccionaron demasiado bien a una realidad que contradecía sus bonitas teorías: ese petróleo era demasiado caro, ese petróleo no tenía calidad suficiente y no servía para nada, aquello era una burbuja especulativa que se derrumbaría en unos 2 años, el retorno energético era mínimo, Hubbert no se había equivocado sino que no lo había previsto (?!)… Cuando su pataleta terminó, el petróleo seguía allí. La mayor parte de los peak oilers desapareció y, de los pocos que quedan, casi ninguno es geólogo.
¿Y si incluso todo este petróleo se acaba? ¡Ningún problema para la magia de los cornucopianos! Como cualquier otro producto químico, el petróleo se puede sintetizar. Ya en el lejano 1925 se inventó un proceso llamado conversión de Fischer–Tropsch que, partiendo de productos baratos y abundantes como el carbón y el agua, es capaz de producir hidrocarburos. El invento se puso en marcha a escala industrial durante la Alemania nazi y llegó a suministrar al despreciable régimen nazi la nada despreciable cifra de 124000 barriles de combustible al día pero, afortunadamente, insuficiente para que ganaran la II Guerra Mundial. Hoy en día se usa ampliamente en Sudáfrica, donde da cuenta de buena parte del consumo de hidrocarburos del país, pero apenas se usan en otros lugares por el sencillo motivo de que suele ser más caro que partir del petróleo natural.
A pesar de esto, los neomalthusianos aún tienen un as en la manga: el EROI (Energy Return on Investment – Tasa de Retorno Energético). El EROI se define como el cociente entre la energía obtenida y la energía que se ha invertido para obtenerlo (prospección, perforación, transporte…). A principios del siglo XX el EROI del petróleo era en torno a 100 (es decir, que si uno invertía 1 barril de petróleo en fabricar maquinaria, hacer prospecciones, perforar, bombear, etc obtenía a cambio 100 barriles de petróleo). Hoy en día el EROI del petróleo convencional y el del proceso Fisher-Tropsch está en torno a 10 y el petróleo no convencional está por debajo de esta cifra, en algunos casos incluso por debajo de 1 (es decir, que se invierte más energía en extraer el petróleo que lo que se consigue del petróleo extraído). Por muchas mejoras tecnológicas, es inevitable que el EROI siga disminuyendo. Ciertamente, las cosas no pintan bien a largo plazo para la industria del petróleo…
EL PROBLEMA DE LA DEMANDA
Hasta ahora hemos enfocado la cuestión planteando si la industria del petróleo sería capaz de satisfacer la demanda. Pero oferta y demanda están fuertemente interrelacionadas. ¿Y si la clave no fuera la oferta sino la demanda?
Antes de entrar en materia, conviene recordar para qué se usa el petróleo. Simplificándolo mucho, históricamente el petróleo se ha usado para: generar electricidad, generar calor, mover vehículos e industria química.
Por sorprendente que pueda parecer, ya nos hemos librado del petróleo en uno de estos usos: la generación eléctrica. Antes de la crisis del petróleo de 1973, se miraba el petróleo como el sustituto ideal del carbón: era barato, abundante y menos contaminante. Su consumo para producir electricidad fue creciendo a lo largo del siglo XX y en 1973 produjo el 24,79% de la electricidad mundial. A partir de ese momento, su importancia fue decayendo, en 1980 produjo el 20,02% de la electricidad mundial, en 1990 era el 11,30%, en 2000 el 7,87%, en 2010 solo era el 4,59%. A pesar de eso, no nos quedamos sin electricidad, simplemente buscamos fuentes alternativas: carbón, nuclear, gas y, más recientemente, renovables.
El siguiente abandono ya está en marcha: los vehículos. Actualmente el 60% del consumo de petróleo se dedica a mover vehículos; coches y camiones se llevan ellos solos el 45%. Aunque las ventas de coches eléctricos aún son minoritarias, se han disparado. En el 2018 eran solo el 2% del total mundial, en el 2022 eran el 14% y en el 2023 el 18%. Se espera que para el 2030 la mitad de los coches que circularán por el mundo serán eléctricos, lo que ahorrará 6 millones de barriles al día. Una vez caiga el consumo de petróleo para coches, el consumo global de petróleo probablemente caerá con él. Tras los coches eléctricos, vendrá el transporte marítimo (el diésel se sustituirá por combustible sintético, hidrógeno, amoníaco, baterías o nuclear) y, en última instancia, vendrá el transporte aéreo (mucho más difícil de sustituir por las restricciones de peso, volumen y autonomía necesarios).
A largo plazo, se seguirá usando petróleo para el transporte aéreo, calentar y la industria química.
Después de muchas décadas de negar que la era del petróleo fuera a acabar, las propias compañías petroleras han terminado admitiendo a lo largo de este siglo que su negocio decaerá, aunque no por falta de oferta sino por falta de demanda (en especial, por precio y consideraciones medioambientales). Las estimaciones varían según el estudio (véase por ejemplo la Ilustración 5), pero la mayor parte ponen el pico del petróleo en algún momento de las décadas del 2020 al 2050. La Agencia Internacional de la Energía, en su último informe, prevé que el consumo de petróleo alcance su máximo en el 2028.
Tal vez la frase que mejor resume la situación la dijo el ministro de petróleo de Arabia Saudí, el jeque Zaki Yamani, en el año 2000: ‘‘La Edad de Piedra terminó, pero no porque nos quedáramos sin piedras, y la edad del petróleo terminará, pero no porque nos quedemos sin petróleo”.
CONSIDERACIONES FINALES
Como hemos visto, la evaluación de las reservas de petróleo ha sido –y continúa siendo– de vital importancia para nuestra civilización. No obstante, las voces más reputadas de la ciencia a menudo lo han hecho bochornosamente mal. El motivo es que existen numerosas incertidumbres, asociadas a la incompletitud de datos sobre la cantidad de petróleo que hay realmente en la Tierra, las presunciones respecto a la tecnología que estará disponible y las condiciones del mercado futuras. Por añadidura, las especulaciones sobre tecnología y economía son propensas a dejarse llevar por un sesgo ideológico que lleva a cometer errores graves. Sirva esto de advertencia a los aspirantes a videntes.
También hemos visto cómo la ciencia no deja de ser una actividad humana, capaz de lo mejor (la búsqueda honesta de la verdad, el análisis profundo y el debate apasionado), pero también de lo peor (comportamientos rastreros, partes interesadas e injerencias externas).
A pesar de todo, el contraste de ideas entre cornucopianos y neomalthusianos ha resultado en un mejor conocimiento de las reservas y producción de petróleo. Estas técnicas se han extendido a ámbitos de la geología ajenos a los hidrocarburos, proponiéndose otros “picos” como el del fosfato o el del uranio.
Volviendo a Mad Max, no existen pruebas de que sus creadores se inspiraran en la ciencia para crear su obra. A pesar de eso, cuando imaginaron un mundo en el que la gasolina escaseara es indudable que algún tipo de influencia debieron tener las ideas de Hubbert.
¿Podría ser que el futuro imaginado por Mad Max se hiciera realidad? Hoy en día no parece factible. El mundo podría –si quisiera– producir aún más petróleo o bien hacerlo al ritmo actual por bastantes décadas. No obstante, esto no parece que sea lo que va a suceder porque la combinación de avances tecnológicos, la continua bajada del EROI, el precio y las consideraciones medioambientales, producirán en breve o medio plazo una bajada del consumo. Aún hay peak oilers que proclaman el inminente colapso de nuestra civilización o la necesidad de un decrecimiento para evitarlo, pero casi invariablemente son personas ajenas a la geología o la industria petroquímica y, por tanto, sus opiniones deben ser consideradas con la debida cautela.
Un artículo de Pedro P. Enguita Sarvisé
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