En esta novela hay sólo dos personajes: Manuel y su tío político, el narrador de la historia. El resto son los Asquerosos.
A ellos enseguida los amaréis. Os preocuparéis por lo que pueda pasarles e identificaréis mucho de su mundo interior en vosotros. Y será así porque la naturaleza insociable de ambos, tan creíble como alejada de lo políticamente correcto, se convierte en el vehículo perfecto para señalar todo lo que detestamos de la comunidad a la que nos tocó pertenecer, del capitalismo desatado, y del comportamiento estúpido y egoísta de la mayoría. Un comportamiento del que, en mayor o menor grado, todos participamos.
Manuel es un joven inteligente, inquieto e independiente. Anhela sentirse integrado en la sociedad pero, por algún extraño motivo, no es capaz de conseguirlo. Se siente maltratado por todos los que le rodean y la ciudad de Madrid, el único hábitat que conoce, le parece el lugar ideal. Así que ahí es donde, ayudado por la fuerza que le concede su destornillador-talismán, intenta construirse una buena vida.
Pero todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos: una tarde, un policía antidisturbios arremete contra él confundiéndole con un manifestante. La violencia con la que es atacado le obliga a defenderse, y a cambiar el rumbo de su existencia. Su tío político, el narrador de la historia, será la única persona con la que podrá contar.
Con un manejo prodigioso del lenguaje, combinando cultismos con lo chulesco, términos olvidados con otros inventados, y sobriedad con ironía, Santiago Lorenzo nos hace amar a dos hombres. Uno que nos muestra lo estúpido de nuestro modo de vida y otro que, siendo consciente de que su tren ya partió, nos inspira lástima al verle intentar aliviar su soledad a través del periplo vital de su protegido. Pero, además, el autor nos sacude violentamente mostrándonos que todo es una gran mentira. Que la felicidad está en otro sitio, que la única riqueza es la posibilidad de disponer de tu propio tiempo y de tu propia vida, que las necesidades que tenemos no tienen nada que ver con las que nos crean, y que incluso tu verdugo puede ser tu salvador.
Hay seres insalvables que llevan consigo el absurdo de la civilización allá donde van. Ellos, como punta de lanza de esa sociedad que nos roba cada minuto y nos hace olvidar lo esencial, han de ser tratados como un agente infeccioso. La resistencia y la venganza de Manuel es la nuestra, la de la parte no contaminada que queda en nosotros.
Tras leer esta novela, lo único coherente que podremos hacer es guardar un destornillador en nuestro bolsillo, y partir hacia el lugar donde podamos ser quien debíamos haber sido.