Adriana ha recorrido medio mundo acompañando a su padre, único familiar que le queda y que, por cuestiones laborales, es difícil que permanezca más de tres meses en un lugar. Esto hace que, con diecisiete años, sepa más geografía, idiomas, historia y arte que cualquiera, tenga la edad que tenga y consigue, con estupendas descripciones, que los lectores vayamos internándonos en sitios más o menos conocidos.
Pero, su elevado nivel socioeconómico y el cambio constante de ciudad o país no suponen solo ventajas; Adriana echa de menos enraizarse en un sitio y ser feliz porque, a pesar de todo lo que tiene, no se siente afortunada. Le gustaría tener un referente donde refugiarse de verdad. Posiblemente, al percatarse de que no forma parte de ningún núcleo ha hecho que ella experimente con todo lo que tiene a su alcance para conseguir estar bien consigo misma.
No es necesaria una familia tradicional, pero es imprescindible cierta estabilidad que nos aporte seguridad y Adriana no pide más, la busca en su padre y se lo dice constantemente, con comidas que no hace, con autolesiones leves, con enfados, con rencor, con indiferencia hasta que él también lo entiende porque probablemente estaba buscando lo mismo.