—Estaba en los túneles.
—¿Cómo ha podido ocurrir? —Pasé de los brazos del primer al segundo hombre cuyo aliento a tabaco me abofeteó la cara— ¡Cómo! —los gritos eran roncos y hacían vibrar su pecho.
Apenas podía moverme por el dolor. Excepto sus voces, todo lo demás eran ruidos que no podía distinguir, tenía sabor metálico en la boca y sangre mezclada con arena. Casi no podía respirar, “¿Era de noche? Todo estaba oscuro”.
—La ambulancia está aquí director ¡Por Dios! ¡Pero qué… —Alguien había llegado corriendo. Los pasos eran ahora un trote ligero, con cada zancada escuchaba mis propios quejidos incoherentes.
Apenas puedo respirar. Nadie dice nada. Ya tan solo escucho los latidos de mi corazón retumbando en mis sienes. “¿Dónde estoy? ¿Qué pasa?”. De repente me acuerdo de todo, pero no puedo hablar. Me acuerdo de lo que ha pasado en la prueba, pero no puedo contarlo. Como única respuesta obtengo el golpear de mi corazón iracundo que parece querer abrir en canal mi tórax para gritarles a todos. Cojo aire aunque me arañe los pulmones y, al soltarlo, sale un sonido gutural parecido al de un animal moribundo.
—¡Tranquila! ¡No hagas esfuerzos! —Había pánico en esas palabras, me llegaban de una forma casi histérica y se quedaban enganchadas a mi piel. Todo se volvió negro y agradecí esa soledad infinita como tantas otras veces.
Unos pitidos acompasados y demasiado fuertes me despertaron, estaba mareada, tenía sed, tosí y todo mi cuerpo se contrajo por el dolor.
—¡Laura! —De nuevo, gemí como pude— ¡No intentes hablar cariño! ¡No! Tienes los ojos vendados mi vida, no te toques la cara —era mi padre, tuve la impresión de que mi madre lloraba intentando que no la escuchara—. Respira, enseguida llegamos.
Notaba como volvían las taquicardias y el sabor a sangre. Aunque mis padres estaban allí, no me aclaraban nada y yo necesitaba saber. Me sacaron de lo que había adivinado que era una ambulancia y entré en el hospital. En urgencias, las enfermeras palpaban mis venas, auscultaban mi pecho, tomaban la tensión… todo a la vez, atropellado, sin orden, con demasiadas prisas.
Deseaba con ansia que alguien me dijera qué era lo que estaba pasando. Todo lo que sentía era un dolor insoportable, incluso por dentro. Cada intento que hacía por hablar era frenado por la negativa de los médicos a que hiciera absolutamente nada. Estaba entrando en pánico. Despacio, un mareo inducido me forzaba a anular mi consciencia. Gota a gota, el líquido helado entraba por mi brazo como un chorreo constante.
No sé cuánto tiempo pasó. Horas, días, semanas… mi estómago se retorció, agarré fuerte las sábanas para incorporarme, pero una mano me cogió por la nuca.
—Despacio, échalo hacia un lado —alguien giró mi cabeza—. Así muy bien, sé que te duele, pero vomita todo lo que puedas e intenta respirar más despacio —no podía hacer lo que me pedía—. Le pondré el tranquilizante más rápido pero no podemos dejar que se duerma.
—¿Pero no ve cómo está? ¡Llevamos así casi una semana! Esto es una tortura. ¡Ella no sabe nada!
—Señora, créame, cuando un niño llega en estas condiciones tenemos los brazos atados. Ya han hablado con la policía y se lo han explicado claramente, tienen que volver a entrar. Sé que no es fácil, pero tenemos que intentar que colabore. ¿Laura me oyes? ¿Estás más relajada? —No estaba más tranquila aunque sí más mareada. Levanté una mano— Laura, soy el Dr. Martínez, estás en el hospital. —Llevé la mano más arriba y me la cogió— ¿Recuerdas algo de lo que te ha ocurrido?
Mil imágenes vinieron a mi mente, sentí el miedo, la rabia, sentí como creí que moriría… “Había sido real”. De un tirón me zafé de sus manos y las vendas de las que no me había percatado en un principio se aflojaron un poco.
—Espera. —Mi respiración se convirtió en jadeo. Escuché arrastrar una silla hasta el cabecero de mi cama— Laura, voy a ser totalmente sincero para que empecemos a confiar el uno en otro y para que tu recuperación sea más rápida ¿Vale? —Mientras hablaba colocaba de nuevo en su sitio los vendajes de mi mano—, a cambio necesito que tú hagas un último esfuerzo. —No quería escuchar nada más, solo necesitaba que alguien me dijera cuál era mi estado.
Ultimo día de clase…
—¿Preparados? ¡Ya!
Salí corriendo y me metí en los túneles, así llamábamos al laberinto de hormigón por el que mi instituto era conocido. Un bloque circular con tres entradas y una sola salida. Era una réplica exacta de un túnel de la segunda guerra mundial que unos estudiantes universitarios, antiguos alumnos, donaron para aumentar el prestigio de la escuela. El armatoste se introducía en un denso bosque que había conseguido casi sepultarlo por completo con sus raíces y plantas trepadoras. Esto le daba un aspecto más tétrico aún. La vegetación también había logrado sobrevivir en el interior de esa húmeda oscuridad. Lo que para la mayoría era una maravilla, para mí era todo lo contrario.
Hacía años que ese ritual se había convertido en un tipo de festejo para los alumnos de último curso. La prueba final de gimnasia consistía en lo que coloquialmente llamaban “sobrevivir”. Durante todo el año preparábamos ese día para ver quién era el alumno que conseguía salir de allí lo más rápido posible. El premio, un pequeño trofeo en forma de tubo con el nombre del centro de estudios grabado. Yo ni siquiera lo quería, no era buena en gimnasia y bastante calvario había pasado ya todos esos años en el instituto como para tener que demostrar nada a nadie.
Los alumnos como yo, los invisibles, los que pasan sin pena ni gloria ese preciado tiempo entre pupitres, pizarras y ejercicios, lo último que deseábamos era llamar la atención, algo que con aquella prueba era imposible. Ese día, el resto de clases se concentraba en el patio, justo en la verja que nos separaba del bosque. Los participantes atravesábamos la puerta metálica y nos colocábamos en fila ante esa mole redonda que se internaba en la oscuridad del bosque. De forma antiestética había pasado a formar parte de la espesa naturaleza, de la jungla repleta de árboles viejos y secretos con leyenda.
Desde niña había escuchado historias sobre jóvenes desaparecidos allí misteriosamente. Por supuesto todo eran cuentos que nadie creía, utilizados en campamentos, noches de verano y cosas así. En el instituto, los profesores no permitían hablar sobre el tema que rodeaba de incógnitas extrañas a aquel lugar y, para quitarnos el miedo, se decidió realizar la maldita prueba que estaba a punto de empezar.
Cuando llegó mi turno entré torpe, como siempre. Odiaba mi cuerpo y su forma de gastarme bromas como si se uniera a todos aquellos que me habían hecho la vida imposible.
Pegada contra la pared curva, me planchaba la ropa y arrastraba los pies para no tropezar. Las raíces de los árboles junto con las trepadoras que habían proliferado dentro me agarraban los tobillos. Aunque no los veía, sabía que muchos insectos crecían como una plaga en aquel infierno. Casi podía oírlos caminar, eso, o mi imaginación jugaba conmigo como si fuera el enemigo.
Tenía la sensación de ser una intrusa dentro de ese laberinto. El suelo me atrapaba dificultando el avance, las paredes me lastimaban con sus espinas híbridas agarradas al cemento, mi pelo era una maraña que intentaba no perderse entre las ramas del techo.
No escuchaba nada, solo mi respiración junto a leves crujidos, y aunque sabía de sobra que ahí dentro no se veía, tenía los ojos totalmente abiertos. Llegué al primer pasillo. Solo tenía que sortearlo para continuar de frente. Agarrada a la enredadera me guie sin pensar en las heridas que producía en las palmas de mis manos. Cuando salvé la distancia y alcancé la continuación del túnel temblaba todo mi cuerpo. Ni siquiera pensaba en el daño que me estaba haciendo, ni en lo patosa que era, solo pedía no hacer demasiado el ridículo. No ser la última.
Una de mis piernas se hundió en un hueco como si la succionaran. Tuve que sacrificar la deportiva de mala gana, consciente de que terminaría con más de un tajo en la planta. Igual de patética, llegué al segundo recoveco, ahí debía torcer, sabía por desgracia la salida debido a la cantidad de veces que me habían obligado a meterme allí. Cogí aire, seguí con la espalda contra la pared y las manos palpando cada centímetro. Me daba igual que se desollaran, me era indiferente haber perdido una zapatilla. Solo quería salir.
—¿Dónde estás, gilipollas? —Era Cristina “¿Cómo había entrado? ¿Nadie la había visto?” Me quedé lo más quieta posible, con los ojos muy abiertos intentando no hacer ruido— ¿Eres tonta? ¡Sal!
Apreté la mandíbula maldiciendo mi suerte. Las chicas que me habían perseguido durante tres años, todos los días, y me habían hecho objeto de sus burlas, de alguna forma estaban allí. Las risas las delataron al instante.
Controlé la respiración. En realidad no quedaba mucho para poder salir al bosque, intenté continuar, pero mi pie descalzo se clavó en algo semejante a una zarza. Mi grito se escuchó con eco por todas partes, había caído de rodillas y sin darme cuenta eché las manos al suelo. Sentí la tierra y la sangre chorreando, colándose por la trampa de gruesas plantas e imaginé que se alimentaban de mí como había oído en esas historias que siempre decían que eran mentira.
—¡Está aquí! —Una de sus amigas ya había tropezado conmigo— ¡La muy imbécil ni se ha movido! ¡En la segunda entrada!
—¡No! ¡Déjame! —Me tenía agarrada del pelo, sentí tanto miedo que hasta pensé en que quizá fuera mejor hacer lo que ellas quisieran. Cualquier cosa que me pidieran.
—¡No grites, joder!
Lo primero que recibí fue una patada en la boca. No lo esperaba, así que me mordí la lengua y mi cabeza golpeó contra la pared como si lo hubiera hecho contra miles de agujas. La mitad de mi cara tenía púas, barro y más sangre chorreando hacia la barbilla. Las plantas del tétrico bosque parecían haber hecho un pacto con ellas.
—¡Joder no se la oye! ¿Dónde le has dado?
—¡Qué más da! ¡Qué la jodan! ¡Empollona de mierda!
Llegaron más patadas e insultos. Cada vez que quería levantarme, las ramas se enredaban en mi cuerpo recordándome que ellas tampoco estaban para ayudarme. No podía ponerme en pie, mis manos eran un amasijo de carne y al poco tiempo caí echa un ovillo al suelo. Ni siquiera rindiéndome decidieron dejarme en paz. Tampoco el lecho tenía piedad; resbaladizo por el musgo, ensortijado por las raíces que me retenían en esa posición. Tenía la impresión de que querían arrastrarme con ellas, hundirme entre sus espinas para luego recomponerse como si nada de aquello hubiera pasado.
Con los ojos entrecerrados intentaba adivinar dónde estaban las chicas que me habían arruinado la vida. Sin embargo, solo distinguía tres siluetas extrañas, tres cuerpos que daban la impresión de haberse unido a las ramas, como si se las hubieran tragado y pudieran salir por cada parte de su cuerpo. Debían haberse disfrazado con hojarasca y barro, porque de otro modo, alguien las tendría que haber visto entrar desde fuera.
Cuando me aplastaban la cara contra la tierra y dejaba de respirar, incluso podía sentir que invadía el espacio de los insectos a los que había pillado desprevenidos. Escuchaba cómo corrían, cómo subían por mi piel, huyendo. Esperaba desmayarme pero continuaba gritando y tragando tierra con cada bocanada. El pánico hizo que dejara de hacer ningún tipo de esfuerzo, el miedo se convirtió en espera. Una larga espera hasta que decidieran parar. No podía apenas ver pero sí escuchaba sus risas y, ante mí, se dibujaban sus caras deformadas por muecas burlonas. El bosque las protegía a ellas, no a mí. Ellas pertenecían a ese mundo tenebroso, yo solo era algo que destruir.
Creí ver como ascendían por la pared semicircular del túnel, enredadas con la vegetación, sin dejar de mirarme. Me dio la impresión de que sus huesos crujieron cuando quedaron ensartadas por las fuertes raíces, las cuales salían y entraban por sus cuerpos como si las reclamaran.
En el hospital…
—Lo siento señor —un joven policía se acercaba a su superior negando con la cabeza—. El doctor lo ha vuelto a intentar, ha seguido las mismas pautas pero la chica sigue sin decir nada coherente. Todo indica que es otra víctima de ese horror.
—¡Mire estas fotos! —El policía sacó de dentro de su chaqueta varios papeles—. Tuvo que ver algo. Esto no pasa simplemente porque sí. Necesito respuestas ¡Me exigen una explicación!
—Escuche —el médico apareció e intervino en la conversación— entiendo que tiene que hacer su trabajo, no obstante llevamos días con el mismo proceso y debo negarme a seguir forzando a mi paciente. La chica tardará en recuperarse y no puedo asegurar que su salud mental no se vea alterada. Tengo que protegerla y hacerle pasar por todo esto no la beneficia en absoluto. Lo siento pero a partir de ahora nos dedicaremos de lleno a su recuperación. Los padres se niegan a seguir colaborando, así que, al menos que un juez avale este sinsentido, ya no puedo permitirles la entrada. —El policía encargado de la investigación asintió con el ceño fruncido
—¿Qué pasó? —susurró abatido— ¡Qué narices ocurrió ahí dentro y por qué ella está viva!
—Quizá con tiempo y una terapia adecuada logre decirnos algo que pueda ayudar —el médico era consciente de la rabia que el hombre contenía.
Y lo entendía. ¡Como no iba a comprenderlo! ¡Él mismo entraría en la cabeza de esa chica si pudiera! Lo que tuvo que ver, lo que ocurrió en los túneles era algo que jamás olvidaría en toda su carrera.
“Dónde estás gilipollas…”
Sus rostros. Sus risas. Sus golpes. El rebotar de mi cuerpo contra las raíces tramposas. Las heridas causadas por esas chicas y acrecentadas por todo lo que me rodeaba, plantas con espinas, insectos en mi boca, barro en los pulmones. El dolor de mis manos en carne viva buscando ayuda encontrando solo el castigo de la naturaleza que habitaba en el túnel. Mis tres compañeras con sus rostros deformados, sus ojos sin vida, con esos movimientos robóticos que no las hacían humanas. El silencio de después. La sangre. El dolor. Me abracé porque me sentía sola, notaba calor entre las piernas, también me había hecho pis. No podía moverme, no podía llorar…
—¡Laura! ¡Quieta por favor, soy papa! ¡Para! ¡Doctor!
INTERVENCIÓN POLICIAL
Intervención número 8776 / 2020
Fecha: 27/06/2020 Hora: 18:35
Localidad: Madrid.
Motivo: Desaparición de cuatro adolescentes. “Bosque del Lince”
Agentes: 2389 / 3567
HECHOS
Los agentes de policía local abajo firmantes ponen en su conocimiento:
Que durante el transcurso del turno de mañana del día 27/06/2020 se reciben en la Central de transmisión de la Policía Local, varias llamadas por la desaparición de cuatro adolescentes.
Que el alarmante es el director del instituto: “Sagrado corazón” quien solicita ambulancias medicalizadas para las personas desaparecidas. Que los policías se personan en el lugar de los hechos encontrando a multitud de alumnos en estado de shock. Que el director del nombrado instituto, sostiene en brazos a una de las víctimas, la cual es trasladada a una de las ambulancias de inmediato. Que el director y el profesorado insisten en que hay más chicas (3) en el interior.
Que los agentes proceden a entrar en el monumento perteneciente al instituto e inspeccionarlo según el protocolo. Que en la entrada del segundo túnel, los agentes encuentran los cuerpos de las tres víctimas en un estado que requiere de la presencia de forense y perimetraje de la zona y así se realiza.
Que el forense junto con los agentes y Policía Científica encuentran:
El cuerpo de la primera joven, Cristina 17 años, ensartado y perforado por multitud de zonas de su cuerpo por las raíces de los árboles que limitan el instituto con el “Bosque del Lince”. Quedando la víctima sujeta al techo de la estructura.
El cuerpo de la segunda joven, Sofía 17 años, se encuentra en semejantes circunstancias. Hay que destacar, que la segunda víctima tiene el cráneo perforado por la zona occipital por dos fuertes raíces que lo atraviesan saliendo por las cuencas de los ojos. El cuerpo se encuentra colocado al lado del primero ocupando la posición central.
El cuerpo de la tercera joven, Ana 17 años, se encuentra incrustado a la izquierda de la escena. Hay que recalcar que la víctima es atravesada desde el recto hasta la boca por una de las tantas raíces de los centenarios árboles del “Bosque del Lince”.
Que todos los cadáveres han sido mutilados y/o atravesados utilizando la naturaleza que crece dentro de los túneles de hormigón. Que todos los cadáveres asomaban solo en parte, ya que se aprecia intención de querer ocultarlos entre la espesura y/o sujetarlos “como si formaran parte del lugar” palabras textuales del forense a los agentes.
Se protege la zona por parte de la Policía Científica para poder esclarecer lo ocurrido.
Los agentes entrevistan al director y profesorado del instituto, quienes insisten en no saber qué ha podido ocurrir. Que los agentes informan del estado de los tres cuerpos hallados. Que el director y el profesorado insisten en su declaración de no saber nada sobre la muerte de las tres jóvenes.
ESTADO DEL EXPEDIENTE
Abierto a falta de autopsias y esclarecimiento de pruebas que puedan resolver el caso.
A falta de una coherente explicación por parte de la única superviviente, cuyo diagnóstico médico es por ahora reservado.
Lo que comunico a usted para su conocimiento y efectos oportunos.
Firmado:
EL JEFE DE LA POLICÍA LOCAL DE MADRID.
Agentes: 2389 / 3567.
Relato cedido por la autora. No nominable al I Premio Yunque Literario
Nací en Madrid, el 28 de diciembre de 1977. Desde mi infancia, desarrollé el gusto por la lectura, el teatro y la escritura, lo que me ayudó a aceptar y superar los problemas causados por la profunda dislexia que padezco.
Los primeros libros que leí a una edad temprana, y que marcaron mi escritura, fueron El Hobbit, La historia interminable, Momo y El guardián entre el centeno. Esto ha hecho que, en parte, sienta predilección por la escritura de género fantástico e infantil. Durante un año estudié un curso titulado “Narrativa Fantástica” en la Escuela Oficial de Escritores de Madrid (EOEM), que me ayudó a mejorar mi expresión narrativa.
–En 2020 me seleccionan dos relatos para la Antología Show Your Rare (a beneficio de FEDER), uno para T.Errores (Dentro del Monolito) y auto-publico mi tercera novela, Iris: Rota Hermosura (primera parte de una saga compuesta por dos libros).
–En 2019 publico mi segunda novela titulada Las Crónicas de Querra (Editorial DonBuk) y participo en la antología Ende.
–En 2014 mi relato “El árbol sin hojas” es seleccionado para la Antología Golpe a la Violencia de Género (Editorial Atlantis).
–En el año 2013 la Editorial Atlantis publica mi primera novela titulada La fuente eterna, que actualmente se encuentra a la venta en una nueva edición revisada y auto-publicada en febrero de 2020.
Ahora me encuentro centrada en varios proyectos. Entre ellos, una colección de cuentos y la segunda parte de la novela Iris: Rota.
Web: https://fantaseandosintinta.weebly.com/
Twitter: @noheabadjimenez
Facebook: nohe.abadjimenez (Nohemí Abad)
Instagram: @noheabadj
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Qué sensación de ahogo y malestar, ¡enhorabuena!!
Muchas gracias! Jejejeje (siento el malestar) pero muchas gracias!
Imposible no querer seguir leyendo.
Como me dejas así?
Necesito la segunda parte ya!!!
Lo acabo de pasar fatal. El desenlace, por decirlo así, me dejó muy sorprendida, no lo esperaba para nada.
Muy buen relato