Como cada mañana, cerró la maltrecha mochila.
Estaba muy deshilachado junto al tope el pespunte de la segunda cremallera, la más larga, la del compartimento grande, el que usaba para guardar la fiambrera de colores con forma de pan de molde. Aun estando cerrada parecía que ese orificio fuera una boca que le hacía una mueca. Había intentado coserla, pero el tejido era demasiado duro para hacerlo a mano.
—Papá te comprará otra pronto —le prometía cada día, cuando observaba cómo miraba esa abertura su hija.
—No pasa nada, papá —oía decir a Paula con su voz de pito, despacio, como para no preocuparlo—, es solo que no quisiera que se cayese algo de lo que llevo dentro. ¿Hoy tampoco nos acompañará mamá?
Raúl la miraba y sonreía. Negaba con la cabeza para responder a la pregunta. Volvía a concentrase en el descosido. El espacio no era lo suficientemente grande como para que se perdiese nada del contenido. Además, él llevaba ahora siempre la mochila hasta el centro escolar y procuraba mantenerla en una posición adecuada, con la abertura hacia arriba.
El trayecto era de una media hora; miró el reloj de la cocina: tenían que ponerse en marcha si no quería llegar tarde.
El día estaba despejado y se podía percibir que la temperatura subía. Después de salir de la casa y cruzar la carretera, Raúl comenzó a hablar. Era algo que hacía en cada trayecto al colegio, sin faltar ni una sola vez en los últimos tres años. Con la mochila colgada del hombro derecho, caminando lento pero con un ritmo sostenido, le contaba alguna de las últimas películas que habían visto los tres en el cine. Es cierto que, en un periodo tan largo, se acababan por repetir las historias, lo que le relataba, pero a Paula no parecía importarle.
Ella caminaba a su lado en silencio, con idénticas mallas y suéter que aquel día, el último de clases. Raúl la miraba de tanto en tanto, cuando se recolocaba la mochila que le había regalado el verano anterior por su cumpleaños, la misma con la que ahora cargaba él, y en la que con tanto cariño guardaba la fiambrera con el sándwich de jamón dulce y queso para la hora del patio. Aquel día recorrieron el trayecto los tres por última vez antes de que un conductor borracho se saltase el semáforo.
Lo único que perduró tras el accidente fue la mochila, rota y vacía tras perder todo su contenido en el pavimento: los lápices, los cuadernos y el almuerzo. Quedó abierta y escuálida, como agotada de vomitar lo que llevaba dentro.
Ahora su vida era como esa mochila: un espacio hueco, sin nada para llenarlo; el interior, sin embargo, estaba abarrotado de tiempo deshabitado, de ese que pasa y no lleva a ninguna parte.
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
Libertad García-Villada ha autopublicado dos novelas (Nostalgia y El final de Melancolía) y tiene una tercera novela en valoración por editoriales. Ha participado con relatos en Legado, Sueños, Visiones, Terrores y la revista Literentropía.
Ha publicado poemas y relatos escritos a cuatro manos con Jesús Durán en Droids and Druids (fanzine), La Savia de El Bosque, Melodías de papel, Una biblioteca sin libros, Muchas patas, La bastarda postmoderna (revista), Pulporama (revista), Mordedor (revista) y en el III concurso de Libélulas Negras.
Publica también relatos y reseñas de libros en el blog Relatos y mentiras.
Twitter: @LibertadVillada
Jesús Durán ha participado en diversas antologías y revistas literarias. Con poemas, en Legado, Sueños de Nieve, Recuerdos de Tinta y Pulporama (revista). Con relatos, en Droids and Druids (fanzine), Hay Otros Mundos y Sueños, Visiones, Terrores.
Ha publicado poemas y relatos escritos a cuatro manos con Libertad García-Villada en Droids and Druids, La Savia de El Bosque, Melodías de papel, Una biblioteca sin libros, Muchas patas, La bastarda postmoderna (revista), Pulporama, Mordedor (revista) y en el III concurso de Libélulas Negras.
Publica también poemas, relatos y reseñas de libros en el blog Relatos y mentiras.
Twitter: @joseyshepard
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