En el salón de la casa de los Condes de Mansillas, palacete para los de dentro y casita pretenciosa para los de fuera, un cuadro de la condesa presidia la estancia. Posaba joven con 16 años, la edad que ahora tenía su hija. Lucía hermosa y con tez seria, sin joyas, recordando que no tuvo dinero hasta casarse con el difunto Conde de Mansilla.
Los chillidos de la condesa recorrían los pasillos rompiendo el tedio doméstico, retumbando en cabezas y oídos.
- ¡¿Dónde está?! ¿Dónde está la sortija de la esmeralda? Ladrones, sinvergüenzas, desagradecidos. ¿Quién es el malnacido? – Gritaba iracunda la dama con la cara arrugada y enrojecida.
Le habían robado diversas alhajas, pero sólo una ocupaba sus pensamientos.
- ¡Devolvedme las joyas! Quiero mi sortija ¡YA! ¡QUIERO LA SORTIJA DE LA ESMERALDA!
El servicio aguantaba los gritos sin mirarla a los ojos, como si de la propia Medusa se tratara. Permanecían silenciosos, blancos e inmóviles, bien podría ser que ya estuvieran convertidos en piedra. En una esquina, la hija no pudo aguantar más la risa ante tal espectáculo, el enfado desmedido de su madre y el sádico goce que le provocaba. Por fin se hacía justicia y la condesa, serpiente venenosa, sufría por un ser querido. La madre se abalanzó furiosa sobre su hija. Cogiéndola del vestido la abofeteó con tal fuerza y rabia que cayó al suelo con las telas desgarradas, desparramando por el suelo anillos, collares y pendientes que salían de entre las ropas rotas…
- ¡Oh arpía descastada! Hacerme esto a mí, que te lo he dado todo y que nunca me has dado más que disgustos…
- ¡Yo no he sido madre!
- La sortija… ¡Dámela! ¡¡LA SORTIJA!!
La Condesa se lanzó al suelo rebuscando como un animal que escarbaba y gruñía con la respiración acelerada entre maldiciones indescifrables. Inspeccionaba cada pequeña pieza de joyería: oro, perlas y piedras. La joven miraba con cara asustada y pálida, y se alejaba arrastrándose sin valor para levantarse. Mientras tanto, su madre se frustraba buscando una sortija que nunca encontraría.
La hija de la condesa no volvió a disfrutar de las comodidades del palacete familiar ni de otro similar. No volvió a asistir a evento alguno. No salió del pueblo donde vivía el terrateniente con quien fue obligada a casarse, uno con más tierras que gusto o clase.
En el salón de la casita pretenciosa, la condesa posaba joven, con 16 años… Presidía la estancia plasmada en óleo sobre lienzo. Su anterior seriedad mutó aquel día de gritos y furia en sonrisa. Seguiría teniendo la mayor belleza de la casa y, desde aquel instante, también una cara feliz y orgullosa. En su mano lucía una hermosa sortija con una preciosa esmeralda engarzada… una sortija robada.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Soy un ingeniero industrial, de cabeza habitualmente cuadriculada. Por otro lado, siempre estoy dándole vueltas a alguna idea, a menudo trivial. Escribir me ayuda a parar, tomar perspectiva y estructurar todo un poco.
Desde pequeño uno siempre imagina historias, jugando con sus juguetes, con sus amigos, o solo, haciendo que huye de un monstruo o salva al mundo. Yo seguí jugando, pero de una forma más pausada y reflexionada. Con tinta y papel se guardan estas historias, como quien recuerda un momento especial, una foto de la mente. Para bien y para mal, nos hacemos diferentes del niño que disfruta de lo que hace sin pensar en perder ese instante.
Ahora soy simplemente alguien que a veces escribe, que escribe para sí mismo. Atesoro recuerdos, ideas y pensamientos en cajas de narrativa y ficción.
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¡esta vez si! me ha gustado mucho el relato, la narración, me imaginaba los gritos, todo. Y el final sorpresa. Felicidades Juan Gómez