Estamos acostumbrados a ver la transformación de lo que nos rodea, es natural y no le damos importancia; edificios que un día ya no están, vecinos a los que hace tiempo que no vemos y solo en un momento determinado somos conscientes… Entra en lo que se conoce como normalidad. Incluso nuestra forma de entender el mundo cambia con el paso del tiempo; las tradiciones y el afrontar el día a día tienen hoy un punto diferente y nos parece sorprendente pensar en cómo se llevaban a cabo en el pasado. Tenemos la impresión de que en torno a nosotros todo es precario, incierto e inestable.
Ante esta premisa, es lógico que la protagonista de La encomienda se perciba fragmentada; vive en una constante modificación, llegó a Argentina dejando en Colombia a su familia y, tras muchos años de residir en el mismo edificio aún se siente sola.
La encomienda es una novela densa, íntima y plurisignificativa; cada lector puede aplicar la relación madre-hija a su intimidad. Los silencios y la distorsión del recuerdo que nos acompaña, para que la rutina o la soledad no lo sean tanto, pueden ser percibidos por todos. Pero hay dudas en la novela que no tienen respuesta, probablemente como en la vida real, por lo que no llegamos a conocer del todo a la protagonista. No es una novela redonda, las aristas van marcando el aprendizaje por el que se llega a una madurez, y esto es un continuo; los recuerdos son escogidos (casi siempre) así que rara vez transmiten una idea clara de la infancia. Lo único evidente en esta novela es la ausencia de la madre y que nadie la puede sustituir.