Había pasado cientos de años detrás de un mostrador en espera del siguiente cliente de aquella librería infinita. Estos entraban a capricho de Poderes que él no controlaba, así que tenía mucho tiempo disponible.
Tal vez de eso se trata. De pensar una y otra vez sobre los errores y las miles de maneras para no haberlos cometido o de haber resuelto las situaciones en formas más adecuadas.
Ya se había acostumbrado al procedimiento: En cuanto entrara un cliente los libros de la librería serían el mismo. Escrito en todos los idiomas, en todas las presentaciones. Sería el indicado para las preguntas de ese cliente, preguntas pasadas y futuras; en él encontraría consuelo, sabiduría, información… lo que necesitara. Un libro distinto cada vez para cada cliente en particular. Él, como encargado, debía ayudar a que se decidiera por una u otra edición.
Solo una vez encontraría la Librería. Solo una oportunidad para conseguir de forma privada las respuestas. Como encargado, tenía una gran responsabilidad. Entendía que la vida de esas personas estaba en sus manos y que sus decisiones repercutían en ellas.
II
El cliente insistía en que el librero encontrara un ejemplar en particular:
—Debe ser la edición española del siglo XVII editado por el Conde de Mejía y Albanda, pasta dura e ilustraciones de Cosío Ortega.
—Entienda la situación, señor —replicaba el librero— Era una edición condenada por la Iglesia, cada copia de ella fue destruida. Incluso les costó la vida al Conde y al ilustrador. Le ofrezco éste, es una buena edición de mediados del siglo XX
—¡No! —el hombre golpeó el mostrador—. En esta librería he visto ediciones de todo tipo. ¡El libro debe de estar aquí!
La situación era extraña. Los clientes venían con dudas, miedo, depresión incluso. Un comprador tan determinado por obtener una edición específica…algo no estaba bien.
Decidió revisar la información sobre esa edición. Casi nunca necesitaba llenar su cabeza con los datos o la historia del libro que aparecía; solo la información más general. Después de todo, las preguntas eran las del cliente, no las suyas.
Lo que encontró lo llenó de horror. El libro y sus ilustraciones eran la descripción de actos y rituales hechos con el afán de obtener poderes malignos. El librero siguió buscando el porqué de esa edición, aunque empezaba a imaginarlo. Y así fue. La edición española era la fuente primaria de ese conocimiento, la fuente más pura, sin problemas de traducción o fallos en las ilustraciones. ¿Qué tipo de persona encontraría sus respuestas en un libro así? Y mientras se desplomaba en su silla tras el mostrador, llevándose las manos a la cabeza, miró la edición que había aparecido frente a él. Una edición más moderna, muy expurgada de información realmente importante o trascendental, un mamotreto absurdo para consumo de los que se creían oscuros.
Este ejemplar era el que solía acabar en las manos del solicitante que, abrumado por las múltiples ediciones, pedía consejo al profesional y aceptaba su decisión.
El librero se levantó tras el mostrador.
El cliente seguía buscando con determinada desesperación entre los anaqueles; ya tenía pilas de libros en el suelo y seguía vaciando los estantes. Su voluntad era muy grande. Virtud que el librero reconocía, pero el problema era el propósito de esa voluntad. El libro era demasiado peligroso en cualquier lugar o momento, no debía ser encontrado. La edición española debía permanecer a resguardo. Se decidió. Lo tenía que sacar del local. El cliente debía perder la oportunidad de encontrar el libro.
Sin saber qué hacer se le acercó mientras evitaba los libros en el suelo y se situó a su lado.
—¿Qué? ¿Ya lo encontró? —preguntó.
—No…. Y no pienso hacerlo —dijo el librero
—El cliente siempre tiene la razón, mi amigo. Siga buscando.
—No
El comprador se detuvo y lo vio desde su altura. El vendedor le llegaba al pecho.
—¿En serio cree que tiene posibilidades contra mí?, —sonrió seguro.
—Habrá que evaluarlas. Es mi deber.
—A usted no le pasará nada. Aquí, en su prisión, estará a salvo. ¿Por qué debería importarle?
—Es mi deber, ya le dije
El hombre asintió y le habló en una lengua que le sorprendió al resultarle incomprensible.
—Exacto. Puedo hacer cosas más allá de los poderes de este lugar.
—¿Quién es usted?
—Somos lo que está después —recalcó.
La campanilla de la puerta sonó al entrar alguien más al local. No podía ser; un cliente a la vez. El librero miró hacía los anaqueles; no cambiaron. El recién llegado también buscaba este libro.
—Somos lo que vendrá.
La campanilla repitió su sonido.
—Somos lo que no puede ser detenido.
Campanilla. El librero supo que lo estaban rodeando por el sonido de pasos en los corredores cercanos.
—Somos una idea a la cual le ha llegado su momento.
La campanilla sonó una última vez. Los anaqueles seguían mostrando el mismo libro.
El librero comenzó a retirarse hacia el mostrador. En su rostro se notaba el terror. Su respiración se aceleró sin control. Ningún arma, nada con qué defenderse. “El libro no cambió. El libro no cambió. ¿Por qué? ¿Por qué?”
Todos los pasillos coincidían en el mostrador; había que hacer que los clientes siempre llegaran a él. Desde cada uno de los pasillos, figuras iguales lo veían. Figuras iguales al primer cliente. Esta última visión hizo que el librero se derrumbara. “El mismo cliente, el mismo libro.” Gateó balbuceando el último metro y se recargó con la espalda hacia el mostrador. “El mismo cliente, el mismo libro”.
Todas las figuras sonreían. Una sonrisa de triunfo anticipado, de seguridad en el futuro.
—Lleva mucho tiempo aquí, ¿verdad? ¿Hace cuánto que no se comunican con usted?
El primero en entrar comenzó a caminar hacia él a través del pasillo central. No dejaba de mirarlo fijamente.
—Un pobre peón asustado, abandonado a su suerte en medio de un conflicto que lo supera. Triste. La edición española será nuestra. Muchos más como nosotros vendrán ahora que sabemos dónde está su local, y entre todos la encontraremos.
Las demás figuras comenzaron a acercarse también.
FIN
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Alejandro Lanzagorta es un escritor mexicano de cuento corto de horror, ciencia ficción y fantasía radicado en León, Guanajuato. Cuenta con dos libros publicados: “La Certeza de su Muerte” (2010) y “Caná, después de la boda” (2019). Actualmente prepara un tercer volumen de cuentos con título tentativo “Un lugar llamado hogar”
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