Era el único de la familia Juanes que todavía quedaba en pie, como un viejo árbol de raíces fuertes. En el velorio de su padre, un hombre que llego a vivir hasta pasados los noventa y un años, la gente reunida allí, por lástima hacia el heredero o por cariño al muerto, comenzó a esparcir rumores; que había una maldición que venía de la época en que los Juanes habían pisado por primera vez la tierra argentina. El patriarca tuvo la mala suerte de cruzarse con una gitana quien, no se sabe si por amoríos no correspondidos, le lanzó la maldición a él, y a todos sus descendientes. El último descendiente era Raúl Juanes, un solterón, no tan mal parecido que no se había casado aún.
Lo cierto es que alguien la oyó de alguien con lengua filosa, como suelen tener los envidiosos, en el transcurso de esa larga noche de velorio, en la que los muertos no tienen la deferencia de resucitar para ofrecer la verdadera versión de lo ocurrido.
Años después, el último heredero de los Juanes defendía su escape del sortilegio. Vivía en las habitaciones desmanteladas del viejo caserón heredado de uno de sus tíos, también soltero. Sus lujos eran el salir al club náutico los fines de semana, jugar a las fichas del casino los sábados a la noche, la reunión con sus amigos de la secundaria los viernes, el trabajo de oficina, trabajo al que lo había recomendado el tío antes de fallecer, en una vieja dependencia del gobierno, y al cual tenían acceso los hijos de los primeros inmigrantes.
En una de esas tardes, con el sol resplandeciente y la brisa marina suave, Raúl Juanes tuvo la certera idea de asistir, previa recomendación de uno de sus compañeros de trabajo, al restaurante famoso que se hallaba desde tiempos fundacionales a orillas del mar. Debajo de un árbol de plástico estaba dispuesta la mesa; había una tarima con la orquesta de la asociación de eslavos unidos, y algunas personas, las más atrevidas bailaban decorosamente. Les tocaron sillas contiguas durante el almuerzo. No se hablaron al principio, pero en seguida se sintieron recíprocamente atraídos. Existe el amor a primera vista, sin duda En un momento dado la sacó a bailar; Se animó y le preguntó cuál era su nombre. María, respondió ella. Y Raúl quedó embobado.
Ya declinaba el sol cuando Raúl le preguntó dónde vivía; en la pista una pareja de ancianos seguía bailando como si fueran profesores de una academia de danza internacional. María, divertida, le contestó que en la parte norte de la ciudad, y él se entristeció porque esa era un área marginal. Pero un caballero no debe mostrar el desánimo ante una candidata posible, pensó con rapidez. Al despedirse y pasarse los teléfonos, le dijo sinceramente que desde ese día su vida había cambiado rotundamente. Ella como es habitual en las mujeres, solo sonrió.
Pasó poco tiempo del encuentro y se le ocurrió llamarla al teléfono que le había dado. En vez de contestarle su voz, melodiosa y aguda, la saludó una voz grave de varón con un hola. De inmediato, cortó la comunicación. Decidió, en un acto que le pareció de arrojo para lo que él creía que era, a veces un cobarde, a veces un tunante, que la llamaría a la noche. Pero a la noche, estaba encendido el contestador. Lo intentó de nuevo a las seis de la mañana, hora en la que se debía estar despierta para ir al trabajo. Tuvo la suerte de encontrarla, pero su voz sonaba muy distante mientras le decía que por la noche no atendía y que se tenía que ir a trabajar, pero podrían verse en la plaza San Juan a las siete de la tarde, en el banco que está delante de la estatua de la prócer Juana de Azurduy. Estuvo todo el día yendo y viniendo en su departamento como si estuviese parado en una nube y no podía dejar de evocarla; recordaba los ojos rasgados como de mujer oriental, la mansedumbre que emanaba de ella cuando lo escuchaba, la voz dulce y cristalina que surgía de su boca, pero ella no estaba a su lado.
Cuando llegó a la plaza San Juan una nube oscura se posó sobre el firmamento como anunciando lo aciago. Las palomas se posaban en los bancos vacíos y su gorjeo le daba la idea de pequeños infantes que recién comienzan a gatear. La plaza estaba casi vacía. No tenía ganas de levantarse y salir corriendo como un adolescente ingenuo pero las manecillas del reloj daban las siete en punto y ni rastro de María.
La esperó, nervioso, como un enamorado fiel, hasta las nueve de la noche, pero la muchacha de sus sueños no se presentó. Las palomas habían desaparecido y cuando se fue de la plaza cansado de la espera, solo la oscuridad de la noche era la única compañía que le deparaba el destino.
A la mañana siguiente despertó con la mente clara en un solo objetivo: encontrarla.
Al llegar al restaurante del Muelle de Pescadores se encontró con el hombre que limpiaba y le dijo que ella, su María, se había ido al país de origen de su padre, que resultó ser el mismo que el de él.
Como no le gustaba abandonar la batalla, aunque esta se ponga cruda, fue a preguntarle a Leónidas, el presidente del centro eslavo, si sabía algo de María, pero su expresión taciturna lo consternó.
—El apellido de esa mujer es Kostac. Yo conocía a su padre, que iba a tocar el bandoneón todas las noches al restaurante del Muelle de los Pescadores. Espero que tengas todos los papeles para sacar la ciudadanía del país de tus ancestros. El país de donde viene esa mujer es difícil. No es como los demás.
—No entiendo dónde está la dificultad –dijo–. No entiendo que es lo que hay que entender.
El hombre lo miró como si fuera su padre, mas no le contestó.
Presentó todos los papeles pertinentes para obtener la visa y sacar la doble nacionalidad. Otra vez, para su sorpresa fue fácil hacer el trámite. Si en tres meses no encontraba a la mujer de sus sueños, debería conseguir un trabajo o lo deportarían. Al bajar del barco no pudo menos que asombrarse. Todas las mujeres que paseaban eran iguales a la mujer de su vida. Todas con la misma estatura, el mismo color de cabello y la misma masa corpórea. Casi enloqueció al buscarla en cada mujer, que al final constataba que no era ella, porque no tenían exactamente el mismo color de ojos, o la nariz se le doblaba un poco, o los dedos de las manos eran más largos que los de su María, o la amplitud de los hombros difería en milímetros.
Entonces pensó, casi al borde del abismo, que decidir un camino lógico para encontrarla era lo más adecuado. Deambuló consternado por el puerto hasta que llegó al muelle donde festejaban el día de los Pescadores en esa ciudad costera.
Debajo de un árbol de plástico estaba dispuesta la mesa; había una orquesta folklórica que sacaba los mejores temas de su repertorio. No tuvo más opción que sentarse en una de las mesitas. Curiosamente, a su lado había una mujer que le hizo sentir un escalofrío al mirarla. No se hablaron al principio, pero en seguida se sintieron recíprocamente atraídos. Algo más rubia que María y sus ojos, verde agua, un poco más oscuros, pero tan parecida que la tomó por el brazo y le preguntó su nombre. La muchacha, algo asustada, le dijo que se llamaba Marisya. La orquesta se destacaba por el guitarrista que sacaba los mejores acordes, los paisanos del lugar danzaban como era habitual en las fiestas en que se conmemora lo patrio. Se acordó de repente de la lluvia que, como un augurio, apareció aquella tarde en aquel otro muelle de pescadores.
La lluvia ahora también está presente una garua finita que se deshace en gotas de rocío, mientras le deja ver a una mujer, su verdadera mujer que lo mira profundamente con sus ojos verdes, como un regalo que la vida le da en el lugar indicado tras una búsqueda incorrecta. Sin saber, que la maldición que afectaba a la familia Juanes había desaparecido en ese instante.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Noemí González asiste, desde el año 2005, a diversos talleres literarios.
En 2015 ganó el Primer Premio en Cuento y una Mención de Honor en Poesía, convocados por la Biblioteca San Martin de Santa Clara del Mar y otorgados por la Secretaria de Cultura de Mar Chiquita, Argentina.
www.matitaderelatos.blogspot.com
Twitter: @MissQiGong
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Un relato que va haciendo círculos para que cuando llegue el final solo recuerdes el principio. Me ha gustado mucho. La búsqueda del enamorado que no se conforma con las copias de la amada me parece como esas pesadillas que te hacen buscar y buscar en hilo correcto para tirar.
Os felicito por escoger este relato y a su autora, también.
Excelente Noemi; mucha imaginacion!!! E increible como el relato va dando vueltas; con la siempre orquesta de fondo; hasta tal punto de romper el hechizo o maldicion familiar
BRILLANTE