Klaus estaba triste. No lo malinterpreten, le encantaba visitar las bóvedas cósmicas. Contaba los días que faltaban para que su madre tuviese la tarde libre y así poder llevarlo. Ella guardaba en su contractor las raciones preferidas de Klaus, las de chocolate, y cruzaban Hogar hacia una de las bóvedas. No le importaba a cual. Estribor o babor, ambas eran preciosas. Quizás, si alguien le obligase a elegir, Klaus se quedaría con la de babor. Si alguno de ustedes prefiriese la de estribor, por favor, no se lo tengan en cuenta. Klaus tiene un motivo muy válido para argumentar su decisión; desde allí se veía el Conglomerado. Miles de soles, muy juntos, navegaban el universo. Pasarían años antes de que la enorme constelación atravesara el cielo de la bóveda y dejara de observarse. Pero hasta entonces, los habitantes de Hogar podrían disfrutar de aquella convención de gravedad y fuego. Klaus siempre intentaba contar el número de estrellas que lo conformaban. Sin embargo, o bien su madre le distraía, o bien algo le hacía apartar la vista del cielo, perdiendo la cuenta. A pesar de ello, él nunca se desanimaba. Algún día lo conseguiría. Estaba seguro.
El problema fue —y he aquí el fruto de la tristeza de Klaus—, que aquel día, poco después de llegar a estribor, el sistema de Hogar cubrió las bóvedas sin previo aviso. ¿Por qué haría eso? No era festivo. Miró a su madre, confundido.
—Parece que también las cubrirán para el Regreso —contestó, casi tan desconcertada como él.
Por supuesto, el Regreso. Con el revuelo que se había montado durante los últimos ciclos con aquel evento, no le extrañó que también cerrasen las bóvedas. Klaus no quería ir a verlo, pero todos los habitantes debían asistir. «El Regreso cambiará el mundo». Lo había escuchado desde que tenía uso de razón. Los clérigos abrirán el Cubo y despertarán a los Ancestrales, quienes poseen la última sabiduría que cambiará Hogar tal y como se conoce. Disculpen, no pretendo aburrirles con los detalles sobre el Regreso, todo el mundo los conoce. En resumen: «el Regreso cambiará el mundo». Pero, ¿qué tenía de malo el mundo tal y como era? A Klaus le gustaba así, ¿y unos Ancestrales iban a decirle que era mejor de otra manera? Pues no. Klaus no quería ir a verlo.
Como una retorcida broma pesada, una voz se extendió por la bóveda ciega.
—Atención. Todos los habitantes de Hogar deben dirigirse a la cámara primitiva. El Regreso comenzará en una hora.
La poderosa voz rebotó por el espacio diáfano durante varios segundos. Cuando el estruendo se apagó, su madre le tendió la mano.
—Vamos, Klaus. Debemos llegar a tiempo.
Con un bufido, agarró a su madre y ambos abandonaron la bóveda estribor.
Tardaron más de lo normal en llegar a su destino. La gente venía de todos los rincones de Hogar, formando enormes colas en las puertas de acceso. Cuando por fin llegaron, se tuvieron que quedar casi a la entrada de la cámara primitiva. Al menos, esta estaba ideada para que todo el mundo pudiera ver el monumento sin importar dónde estuviese. El techo se perdía en las alturas, y en medio de la cámara habían construido un enorme pedestal donde se erguían los Ancestrales. Cuatro estatuas, dos de hombre y dos de mujer, dominaban la cámara. Las cuatro estaban de pie, hombro con hombro, mirando a proa. Los clérigos ya habían subido y danzaban en círculos alrededor del Cubo, que también se encontraba en lo alto del pedestal, aunque un poco más apartado.
A Klaus le sorprendió la cantidad de gente que albergaba Hogar. Era la primera vez que los veía a todos en un mismo sitio. Arracimados en la cámara, donde no cabía un alma, cuchicheaban nerviosos. Algunos estaban excitados. Otros, solemnes. Todos ellos impacientes. De pronto, la voz del Primer Clérigo acalló los murmullos.
—Habitantes de Hogar. Hermanos —dijo desde lo alto del pedestal—. Sentíos afortunados, porque en nuestra generación ha recaído el deber de despertar a los Ancestrales. —Acompañó sus palabras con un ceremonial movimiento del brazo, abarcando las cuatro estatuas. —¡Y por fin ha llegado el momento!
La cámara tembló cuando miles de almas vitorearon al unísono las palabras del clérigo. Klaus, incomodado por el ruido, miró a su madre.
—¿Podemos marcharnos?
—No. Ya lo has oído. Es nuestro deber despertarlos.
Klaus suspiró. No estaba siendo un buen día. El clérigo continuó, haciéndose oír entre los gritos que llenaban la cámara.
—Observad la magia de Hogar. Los Dioses fijaron este momento hace miles de años, y nosotros debemos obedecer. ¡El Hogar en el Cosmos!
—¡El Hogar en el Cosmos! —Gritaron todos al unísono. Incluso Klaus, de forma refleja, repitió las palabras con los demás.
El Primer Clérigo asintió satisfecho y se unió a los otros, que habían cesado su danza y esperaban inmóviles, rodeando el Cubo. Sus huesudas manos deslizaron la cobertura superior, dejando a la vista las entrañas del objeto. Desde abajo, nadie podía ver el interior, pero todos sabían lo que había; diez muescas donde cada uno de los diez clérigos emplazaría un dedo, para inocular su poder y así despertar a los Ancestrales.
El alboroto continuaba en la cámara, cada vez más alto. Con sumo cuidado, los clérigos posaron sus dedos en las muescas del Cubo.
Pero nada ocurrió.
Los segundos pasaron y la algarabía nerviosa del público fue apagándose. Los clérigos intercambiaron miradas de preocupación. Justo cuando algún que otro grito impaciente comenzaba a asomar entre los asistentes, un temblor se extendió por Hogar. Leve, al principio, pero fue escalando hasta que la palabra seísmo no hubiera sido exagerada para describirlo. De pronto, el temblor cesó y todos sintieron cómo una mano invisible los empujaba hacia proa. No fue un impulso violento pero la sala estaba repleta de gente y algunos perdieron el equilibrio.
Sin dar tiempo a nadie a reponerse de la sacudida, las cuatro estatuas cobraron un brillo azulado. Daba la sensación de que perdían solidez, de que la roca que conformaba la escultura se derretía. Así pasaron unos momentos hasta que el resplandor se hizo tan fuerte que todos tuvieron que apartar la vista. A la explosión de luz le siguió un ruido descomunal. Klaus se tapó los oídos, pero aun así le dejó un incómodo pitido.
Después, silencio.
Los presentes lanzaron exclamaciones de sorpresa y Klaus alzó la vista hacia el pedestal. Vio a los clérigos arrodillados ante cuatro personas que estaban de pie donde antes se erguían las estatuas. Los Ancestrales habían despertado. Klaus vio cómo observaban a su alrededor con expresión de sorpresa. Parecían confundidos, desorientados. Comenzaron a hablar entre ellos, sin importarles que toda la humanidad los estaba observando. Al fin, asintieron varias veces en su reunión secreta y se volvieron hacia el público.
—Viajeros, nosotros os saludamos —dijo, adelantándose, la más mayor de las dos mujeres—. Somos la tripulación original de la fragata Hogar 438. Os agradecemos que hayáis seguido las directrices y nos hayáis despertado conforme nos acercamos a nuestro destino.
Se levantaron murmullos a lo largo de la cámara. Antes de que los asistentes se pusieran más nerviosos, el Primer Clérigo se levantó y se dirigió a ellos.
—Es un honor haberos traído de vuelta —dijo, tan confundido como los demás—. La profecía dicta que vosotros compartiréis la última sabiduría para hacer de Hogar un palacio de Dioses.
Los cuatro Ancestrales lo miraron desconcertados.
—Señor, nosotros somos la tripulación de la nave.
—¿Qué nave? —Preguntó el clérigo, con el ceño fruncido.
—Esta nave.
—Esto no es una nave. Esto es Hogar. —No se supo con certeza si el clérigo afirmó o preguntó.
La Ancestral miró a sus tres compañeros, quienes se encogieron de hombros. Encaró de nuevo al clérigo.
—¿Dónde crees que estáis? —Preguntó cautelosa.
—Esta es la casa de la humanidad. —El Primer Clérigo estaba perdiendo la paciencia. —¡El Hogar en el Cosmos!
—¡El Hogar en el Cosmos! —Rugió el gentío.
La mujer se apartó del clérigo y se dirigió a todo el mundo.
—¡Escuchadme bien! Cuando los descendientes del equipo científico introdujeron su información genética en el descrionizador — dijo, señalando a los clérigos y al Cubo—. Los motores de la nave se han detenido, y nosotros hemos salido del estado de congelación al que fuimos sometidos al abandonar la Tierra. Habéis hecho lo correcto. Nos acercamos a nuestro planeta destino, y solo nosotros tenemos los conocimientos para maniobrar un aterrizaje seguro. Sentíos afortunados, porque sois la generación que finalizará un viaje que comenzó hace milenios. ¡Por fin podréis abandonar esta nave!
El gentío volvía a murmurar. ¿Un viaje? ¿Abandonar la nave? Nadie parecía comprender nada. Las preguntas fueron creciendo en intensidad, y poco después se convirtieron en gritos. No era lo que estaban esperando. Los Ancestrales habían vuelto para enseñarles a convertir Hogar en un paraíso. No para aterrizar una nave. Y por supuesto, no los iban a sacar de Hogar.
—¡Por favor, escuchadme! —La Ancestral intentaba hacerse oír entre el rabioso clamor—. Debemos ir a la cabina de control para comenzar la fase de desaceleración. De lo contrario, la nave pasará de largo el planeta y perderemos…
No pudo terminar la frase. El Primer Clérigo se acercó por detrás y la empujó al vacío. El alarido de la mujer acompañó la caída, terminando de golpe con un sonido sordo. Los otros tres Ancestrales rompieron su silencio profiriendo gritos y amenazas. Hicieron ademán de avanzar hacia el Primer Clérigo, pero los otros nueve se interpusieron, blandiendo amenazantes sus báculos.
—¡Hermanos! —Gritó el Primer Clérigo—. A esto se refiere la profecía. Los Ancestrales vienen del pasado con ideas profanas y destructivas. Quieren parar nuestro mundo errante.
Quieren sacarnos del Cosmos. Es nuestra misión evitar que lo consigan. ¡Y entonces Hogar se convertirá en el paraíso!
Estoy seguro de que todos ustedes recuerdan lo que sucedió después. Como el clamor que provocó aquel discurso. O cómo la masa, asustada por las palabras de la Ancestral y arengada por el clérigo, se abalanzó hacia la base del pedestal. En medio de tan salvaje alboroto, Klaus sintió cómo él y su madre eran arrastrados. Las personas estaban cada vez más juntas, y Klaus solo alcanzó a ver cómo los clérigos empujaban a los Ancestrales. Los obligaban a retroceder hacia el acceso al pedestal, por donde subía la turba enfurecida.
Quería salir de ahí. La gente los empujaba de un lado a otro y no sabía cuánto tiempo aguantaría agarrado a la mano de su madre quien, en medio del caos, estaba a punto de perder el contractor que asomaba entre los pliegues su túnica. Klaus reparó en ello. Sin pensar, lo cogió con su mano libre, a la vez que con la otra se zafaba de la mano que lo retenía.
—¡Klaus! ¡Klaus!
Los gritos se perdieron en la batahola y él se escabulló entre incontables piernas. Se llevó algún golpe, pero apretó los dientes y continuó hasta la salida de la cámara. Fuera no había nadie, así que empezó a correr. Corrió durante mucho tiempo. Le ardían las piernas, pero debía continuar. Quería alejarse de lo que estaba ocurriendo en la cámara primitiva.
Por fin llegó. Pensó que estaría ciega, como su hermana de estribor, pero la bóveda de babor estaba descubierta. Quizás, al despertar a los Ancestrales los sistemas se habían reiniciado. Klaus no lo pensó demasiado y se limitó a agradecer que podía ver el cielo. Una vez recuperado el aliento, se tumbó en el suelo, justo debajo del Conglomerado. Extrajo del contractor una de las raciones de chocolate y le dio un bocado. Sonrió, saboreando aquella delicia, y comenzó a contar estrellas.
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
Mario Fernández (Cantabria, España) es desarrollador de software e ingeniero industrial. Comenzó a escribir en 2019 y ha participado en diversos talleres de escritura creativa. Su primera novela, «Al otro lado de la esfera» fue publicada en 2020. Ha ganado reconocimientos como el Certamen de Relatos Caseros de la editorial Autografía y el Certamen de Relatos La Voz de Horus.
Escritor de Fantasía y Ciencia Ficción, y host del podcast «De Historias y Voces». Actualmente trabaja en su próxima trilogía «Hierro y Bronce» (2025) y colabora con los podcasts La Torre del Cuervo y KT Mercenarios.
Puedes seguir su trabajo en ivoox (https://go.ivoox.com/sq/2107328),
y en X (https://x.com/MarioFCarballo)
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