La hechicería está a un manuscrito de ser ciencia, y la ciencia a un desorbitado avance de ser hechicería. Dicho esto, a los desesperados gobiernos anglo-estadounidenses no les pareció descabellado unirlas para tumbar al Eje de una vez por todas.
Sacaron cadavéricos magos, malabaristas de las artes oscuras, de todos los lugares donde sus zarpas llegaron: desde pantanos hediondos en Luisiana hasta tenebrosos garitos de Nueva Orleans, desde exiliados en ponzoñosas cabañas en Rusia hasta chamanes perdidos en las interminables estepas de Argentina. Cábalas de nigromantes y maestros de vudú trabajaron codo con codo con expertos en física, biología, ingeniería y matemáticas en el que se acabó por conocer en los archivos clasificados como el Proyecto Tártaro. Este consistía en la creación artificial de una puerta a un etéreo lugar donde llevar hasta el último alemán con ansia de levantar su brazo, de aplastar regímenes desde Italia a Grecia pasando por España.
Crearon una base subterránea bajo más kilos de cemento que almas cayeron en la Gran Guerra y allí desarrollaron un armatoste metálico, todo lleno de nodos eléctricos, situado sobre un espejo reforzado que daba a una piscina de varias decenas de metros de profundidad, llena de cientos de litros de agua. Miles de hombres y mujeres trabajaron a destajo para construir aquellos ingenios de acero y rayos, carne y cristal. Su destino fue aciago, parco pago por el sufrido trabajo en el que muchos más de los esperados perecieron o sufrieron inenarrables penurias durante su construcción. Se hablaba de sombras oscuras o, aún peor, luminosas y aladas siluetas que causaban terribles accidentes y desgracias sin explicación.
El pago gubernamental consistió en acabar con la vida de todos los obreros una vez terminada la construcción, certificada por hechiceros y científicos por igual. Era comprensible desde el gélido punto de vista del impersonal que veía al Proyecto Tártaro como una solución deshonrosa pero acertada para conseguir su fin. Y nada viola mejor las leyes y la moral que quien las dicta.
La estructura era un semicírculo de acero cuyos cables parecían venas palpitantes, nodos para captar electricidad, algo que a veces parecía moverse sin sentido, que los miraba sin ojos. De la tecnología más puntera de la época colgaban plumajes y cráneos, fetiches paganos malditos en un millar de lenguas perdidas. Runas de sangre de recién nacidos contando cosas inenarrables en dialectos cuneiformes. Una puerta, la que necesitaban para acabar con sus enemigos. Derrotar al Eje, ya fuera consiguiendo nuevos soldados o desterrándolos a la oscura poza de la que sin duda nunca debieron salir.
Aquella puerta se dirige a un lugar muy concreto y siempre fue el mismo desde los primeros informes usados para plantear el proyecto pues, y aquí los maestros de las artes arcanas y los concienzudos catedráticos estaban de acuerdo, no se podía pretender causar un gran daño sin contar con el amparo de un gran mal. Las doctrinas de perdón y comprensión quedan asfixiadas bajo el venenoso polvo de la guerra. Era peligroso, todos lo sabían, pero precisamente contaban con que esa comprensión les ayudaría a ser más precavidos y a salir airosos en esta batalla, igual que en otras tantas invenciones para la destrucción en la larga y patética historia del ser humano.
Fue el prominente físico Lawrence Donner, del que no encontraréis nada por mucho que busquéis dado a la eliminación de cualquier rastro de su existencia por razones que serán obvias más adelante, el que dio la orden de realizar el primer contacto. Como líder del proyecto, le pareció lo más adecuado.
Lawrence tenía unos ojos de un azul pálido y polar mientras observaba cómo se conectaban a la maquinaria unas baterías de inmenso voltaje y unos gerifaltes de ojos ónices y pieles tatuadas y consagradas a deidades oscuras. Aquello podía dar a entender que Lawrence era un hombre cruel y despiadado, rayando incluso la psicopatía, No obstante, era todo lo contrario. Detestaba su trabajo, mas lo hacía por verlo necesario. Era, sin duda, un hombre de deber, con sus luces y sus sombras como cualquiera de nosotros. Tenía un gusto demasiado afilado por las faldas y una tendencia a beber algo más de la cuenta, pero manifestaba una personalidad positiva, un espíritu bondadoso que le incitaba a ayudar y un amor exacerbado por sus hijos y su mujer. Es de vital importancia que comprendáis esto para el desarrollo de nuestra historia, pues Lawrence, más allá de su notable inteligencia, sus destacados estudios y su obvia habilidad de liderazgo, la cual había sacado el proyecto hacia delante, no era tan diferente a cualquiera de nosotros. Humano, ni más ni menos.
Fue él quien, tras los debidos procedimientos de seguridad, pulsó la tecla final que activaba el mecanismo. No hubo dramáticas demoras, chispas de un azul brillante saltaron cuando el dispositivo comenzó a funcionar. La electricidad corriendo por sus cableados, hechiceros lanzando sus salmos, versos de serrada magia que cortaba el tejido aullante de la realidad. Lisérgicos destellos estroboscópicos azotaron la sala, sobrecargando los circuitos.
Aun así, el aparato aguantó.
Todos esperaron, alterados tanto por su funcionamiento como por el miedo a que este dejara de hacerlo. Un nuevo panorama se abría paso conforme las gráficas iban normalizándose. Con el estertor de quien contempla lo impío, todos observaron el recién abierto portal al infierno.
La imagen se fue aclarando paulatinamente como un río cristalino. Todos se miraban con una leve sensación de desasosiego, sin tener del todo claro, a pesar de los numerosos procedimientos planeados, qué hacer cuando el portal estuviese operativo. Todos menos el redondeado rostro del doctor Lawrence, que observaba y elucubraba sobre los siguientes pasos a dar.
Fue él, sin embargo, (o quizás a causa de esto) el que se quedó sin aliento cuando el espectáculo se descubrió y mostró el reflejo invertido de la realidad. Pidió que lo volvieran a calibrar y comprobasen todo una y mil veces, pero el portal estaba perfectamente abierto, apuntando a las entrañas del averno.
Bajó hasta la sala donde se situaba la estructura sobre el agua borboteante. Ni lenguas de llamas entre lagos de azufre ni témpanos en cavernas eternas y congeladas. Nada de eso, tan solo lo que nos rodea en sentido contrario. Aquella era la verdadera cara del infierno: exactamente lo mismo, una repetición. Era tan extraño como cruel.
Causó gran turbación en el, normalmente sereno, semblante del doctor Lawrence el ver su reflejo en el espejo, su forma como un alma atrapada en la infernal dimensión, tan parecida a nuestro día a día. Era exacta, ni una leve diferencia podía captarse. Se quedó petrificado, incapaz de atender a sus compañeros que le instaban a regresar a la sala de control. Miraba a sus propios ojos en aquel espejo distorsionado y no podía apartar la vista.
Entonces, una sonrisa pícara, casi infantiloide, se dibujó en el rostro perfectamente delineado del doctor Lawrence en el espejo. Se movió por cuenta propia. La forma tocó el espejo cual inamovible barrera y dijo algo que solo Lawrence llego a oír, a pesar de los diecisiete micrófonos que cubrían la sala para captar hasta el más mínimo de los sonidos.
El doctor cayó de espaldas y la figura del espejo rio con timidez. Intercambiaron más palabras que no fueron captadas y alguien dio la orden de detener el portal. Hay quien afirmó que, instantes antes de que lo hicieran, la figura del espejo infernal alzó su rostro y clavó su enturbiada mirada en aquél que dio la orden. Nadie sabe a ciencia cierta quién fue, mas se comenta que murió devorado por una jauría de perros salvajes unos meses después, aunque todo ello puede que se trate de simple superchería.
Al cerrar el portal, según el protocolo, sometieron a Lawrence a una revisión médica y a varios interrogatorios en los que afirmó no recordar nada. Los médicos alegaron conmoción y, dadas las circunstancias, a todo el mundo le pareció que tenía sentido. Sin embargo, hórridas pesadillas latigaron las esquinas más tenebrosas de la mente del hombre de ciencia, mostrándole las interminables columnas de huesos depositadas allí por las innumerables almas condenadas. Fantasmas, con formas que no deberían ser familiares, se presentaron entre el inenarrable mensaje que nunca tuvo tiempo a compartir, para suerte o desgracia del resto de la humanidad. Observó incendios congelados y mares ardiendo y supo que aquellas eran las señales del Apocalipsis. Un paraje donde cosas sin forma adoptaban las de sus huéspedes, observando tras cada reflectante superficie, y llamaban con fuerza, esperando que alguien abrirse la puerta.
Debido a la censura ejercida sobre este proyecto clasificado, es difícil decir si fue esa misma noche o un par después cuando ocurrió. El doctor Lawrence se coló en la base. Nadie sabe con qué método, pero logró hacerlo sin ser descubierto y tan solo las cámaras grabaron un leve reflejo de lo que hizo. Él mismo encendió la maquinaria, saltándose así todos los protocolos de seguridad.
Durante treinta y tres segundos, ninguno de los aparatos de grabación de audio o vídeo funcionó. Menos de un minuto después, el doctor Lawrence había sido arrestado y encerrado por su propia seguridad y la del resto de sus compañeros.
Una vez sin él, aunque todos rehusaran admitirlo por el profundo respeto que le profesaban, comenzaron a sentirse más seguros. Pero extraños sucesos culminaron el final de aquel proyecto, mostrándose de manera casi simultánea, como capas en una pintura que le dan más profundidad a la obra.
El doctor Lawrence desapareció de su celda misteriosamente en el mismo momento que se realizaba la tercera y, de manera oficial, última prueba con la maquinaria del Proyecto Tártaro, que volvía a mostrar aquella superficie cristalina idéntica a la realidad, invertida como en un espejo. Todos observaron desde la sala de mando y comenzaron a hacer pruebas cuando algo interrumpió la calma. La figura en el reflejo infernal del doctor Lawrence apareció, cosa totalmente carente de sentido dado que de ningún modo se hallaba delante del ingenio. Su reflejo golpeaba con fuerza la etérea puerta sin poder abrirla, mostrando un rostro frenético lloroso y melancólico, difícil de describir con palabras pero que hizo llorar a más de un miembro del equipo.
Sus palabras no podían ser captadas por micrófono alguno, pero un santón pagano venido de Texas dijo que sabía leer los labios y procedió a traducir. Para ser completamente fieles a la realidad, no hubiera hecho falta su ayuda para comprenderlo, pues la palabra socorro permanecía dibujada en sus labios de manera ostensible.
Por otro lado, quizás es revelador que mencionase a su mujer y sus dos hijas, las cuales aparecieron muertas menos de veinticuatro horas después. Los cadáveres, completamente desgarrados, violados y partidos, mostraban unos rostros tan deformados por el tormento, que apenas parecían humanos. Testigos presenciales aseguraron haber visto al propio doctor Lawrence cubierto de sangre en la escena del crimen, antes de desaparecer en una sombra cualquiera.
Un proyecto cancelado, miles de libras a la basura y más gente mirando con recelo a los espejos es lo único que este proyecto consiguió. Desde el otro mundo, el doctor Lawrence golpea una puerta cerrada, rodeado de calaveras de sonrisas huecas y burlonas. Mientras, él mismo vaga por nuestra realidad, sonriendo tímidamente y cubierto de sangre siempre fresca.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Carlos Ruiz Santiago (Sevilla, 1998) es escritor de género fantástico, profesor de idiomas acreditado por TEFL International y estudiante de cine. Ha publicado y participado en obras tanto de manera independiente como con editoriales, así como en el ámbito nacional e internacional. Tiene dos novelas (Salvación Condenada y Peregrinos de Kataik) y una recopilación de relatos (Miedos que me sangran). Ha participado en numerosas antologías (Crann Bethadh, Devoradoras, Transfórmate o muere, …) y en revistas (La Cabina de Nemo, Ab Terra Flash Fiction,…) y diversas páginas web (Fabulantes, HorrorAddicts,…). También es redactor en las páginas web Dentro del Monolito, El Cementerio de Espadas y Espiademonios. Da talleres sobre cine y literatura con Manuel Castilla Gómez y es el co-creador de La sociedad boticaria de amigos de la fantasía, el terror y la ciencia ficción, dedicada a dar charlas sobre literatura de género en la librería Botica de Lectores.
Su instagram: Carlos Ruiz Santiago (@darko06) • Fotos y videos de Instagram
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