Coincidiendo con la presentación de su último libro, entrevistamos a Paco Santos, un autor que siempre nos sorprende y crea adicción. Hoy trataremos de conocerlo un poco mejor.
P. Has ejercido como profesor de Filosofía ¿Lo dejaste por algo en particular? ¿Tienes de esa época alguna anécdota que puedas compartir? ¿Qué destacarías de esa época?
R. Me he dedicado a la docencia durante 15 años, aproximadamente. La filosofía ha sido mi segunda vocación, después de la literatura. Dejé las aulas por problemas de salud. Anécdotas de esa época hay muchas, como cabe imaginar. Empecé muy joven, recién licenciado (con 23 años). Si a eso añadimos mi aspecto informal y mi estatura, es fácil comprender que muchas personas me confundieran con un alumno. De esa época destacaría mi dedicación apasionada a la enseñanza, más allá de lo estrictamente programado en el curriculum y de los objetivos evaluables; mi relación próxima con el alumnado (sin menoscabo de mi autoridad); mi insistencia en las preguntas más que en las respuestas; mi utilización de recursos dramáticos para mis exposiciones (el teatro me parece una herramienta didáctica indispensable, y en todos los centros en que trabajé promoví proyectos teatrales); mi atención al cuerpo y a los sentidos, y no sólo a lo cerebral; mi idea abierta y colaborativa de la enseñanza, implicándome con otros departamentos tanto de humanidades como de ciencias. Tuve la suerte de coincidir en estos intereses con un grupo de colegas con más experiencia que yo, que me asesoraron, me acompañaron y colaboraron conmigo.
P. ¿Qué te aporta escribir?
R. ¿Qué me aporta respirar? Respiro porque vivo. Escribo porque vivo. No escribo para que me aporte algo. Otra cosa es mi objetivo a posteriori con el manuscrito. Escribir, como respirar, he escrito siempre. Desde muy joven, desde la niñez. Y, con el apoyo de mi familia, mis primeros cuentos me permitieron ganar concursos (muchos) de ámbito municipal y nacional, lo que me trajo confianza, dinero, y sobre todo colmó mi vanidad. Con esa edad, recibir los aplausos y el reconocimiento de los adultos es equiparable a ganar el Nobel. Gracias a eso, hoy puedo marcar distancia respecto de los premios que he ganado y que pueda ganar como adulto, sin “creérmelos”, sin volverme imbécil, asumiéndolos pragmáticamente como un mero recurso para promocionarme.
Más allá de todo eso, que no deja de ser extrínseco a la escritura, la literatura significa para mí una comunión maravillosa con todos aquellos que una vez, hace cien años, mil años, contaron sus propias historias con las mismas palabras que yo he heredado, las compartieron junto al fuego, espantaron los miedos, avivaron otros, despertaron el asombro, la risa, el estremecimiento. Escribir para mí es un juego, y no hay nada más importante en la vida que el juego. Me exijo jugar con las palabras, jugar a cosas distintas en cada novela, a veces apostando por la sencillez, otras veces apostando por recursos más complejos, más sofisticados si se quiere. Pero nunca me aparto de contar una historia, de sentarme junto a un fuego.