Es una pena que la última novela de Domingo Villar haya sido la última. El último barco empieza de forma tranquila. El ambiente es sosegado y familiar a pesar de la tormenta que abre la trama. Es la tercera entrega del inspector Leo Caldas; una historia más familiar, en la que el paisaje gallego actúa como protagonista y se une a los personajes hasta conseguir que todos se fundan en él. No solo los principales, un gran número de secundarios ofrece un panorama bastante completo del hombre unido a la naturaleza y los misterios que encierra. Incluso el aragonés Rafa Estévez, a punto de tener un hijo vigués, está más relajado e intuitivo, aunque su presencia siga imponiendo a los vecinos y los animales experimenten cierta ansiedad a su alrededor.
Es un deleite leer a Domingo Villar pues consigue que nos fijemos en un estilo de vida un tanto atípico, una vida en contacto directo con la tierra, el mar y todo lo que nos ofrecen. Las descripciones exhaustivas, que incluso personifican a la naturaleza, aportan gran profundidad a la narración.
Domingo Villar escribe una novela negra apartada de clichés. El asesinato es fortuito pero nos lleva a otros casos más sórdidos que iban causando estragos y sembrando el miedo absoluto entre los habitantes. El último barco engancha desde el principio porque todo es verosímil, lo que ocurre y las hipótesis. Cualquiera de los que aparecen puede ser el asesino. La prolija exposición de posibles hechos consigue hacernos cambiar de opinión una y otra vez por lo que la angustia se intensifica con el paso del tiempo y el temor de los investigadores a no poder solucionar el caso. Hay muchos candidatos para explicar una posible conclusión. Hay muchos personajes sin coartada, pero el círculo se va cerrando con evidencias aunque no podamos descartar a nadie hasta casi el final de la lectura, hasta que somos conscientes de que no había otra posibilidad.