Cuando una pareja funciona bien en la literatura, la lectura de sus peripecias es agradable. Cuando a esa pareja se le añade un equipo, no hace falta que sea numeroso, en el que sus miembros se respetan, creen en ellos, en sus posibilidades y en las del otro y, lo más importante, además de ser buenos compañeros, son amigos, la lectura es amena. Cuando la novela en la que se mueven esos personajes tiene 420 páginas y estás en tensión porque no sabes cómo acabará todo hasta la última línea de la página 420, esa lectura ha sido trepidante.
Esto ocurre cuando abres El procurador. El comienzo es desasosegante, no entiendes bien qué ocurre pero es cruel, de un sadismo absoluto. Es solo una página. Después, la Navidad se instala para darnos un respiro; entonces leemos más relajados aunque tras cada capítulo esperamos que todo cambie para Washington Poe y su equipo, Matilda Bradshaw y Elizabeth Flynn.
Cada vez estoy más convencida de que las peores acciones del ser humano son las que derivan de la envidia. El envidioso sufre una tortura psicológica constante por lo que perfectamente puede torturar a quien sea. Sin piedad.
Nada es lo que parece en las novelas de Craven, los secretos están agazapados hasta que el autor quiere revelarlos, poco a poco. Seguro que los protagonistas también esconden algunos de los que nos enteraremos en las siguientes entregas.
El show de las marionetas nos descubrió la fragilidad del ser humano. Verano negro pone de manifiesto hasta dónde puede llegar la ambición. El procurador evidencia el poder de la envidia. Todas estas transgresiones conscientes transforman al hombre en un absoluto psicópata.
¿Qué se reserva Craven?
Sea lo que sea sus personajes son los suficientemente fuertes como para impulsar la historia y su pluma lo suficientemente clara como para denunciar aspectos de la realidad ocultos en su ficción.