Mary no dejaba de dar vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Cada vez que lo intentaba, volvía a ella la necesidad de crear un buen relato lo antes posible. Por más que se esforzaba, sin embargo, ninguna historia lo suficientemente original y apasionada, a la par que terrorífica, acababa de dibujarse en su cansada mente.
Horas antes, cuando Byron propuso el juego, Mary se mostró mucho más entusiasmada que Percy y su anfitrión. Solo Polidori parecía tan dispuesto como ella a llevar a cabo el ejercicio de crear una buena historia de miedo aquella noche de tormenta en Villa Diodati.
Sabía que su amigo estaba escribiendo algo brillante y no quería quedarse atrás. Ansiosa, se puso a emborronar página tras página. Nada de lo que escribió, no obstante, le pareció lo suficientemente bueno al terminar la velada. Esperando que, tras el merecido descanso, la gran idea alcanzara como un rayo su mente, se fue a la cama.
Y fue precisamente un brillante rayo lo que entró por la ventana para cambiar para siempre la vida de Mary Wollstonecraft. Atravesó las cortinas, cruzó la estancia y, ante la atónita mirada de la joven escritora, hizo que el armario se abriera de par en par.
Lejos de asustarse ante un hecho tan sorprendente como improbable, Mary se levantó y caminó hacia el armario. Tras sus vestidos, divisó una pequeña luz. Parecía encontrarse lejos, en algún lugar más allá del fondo del mueble. Su voz interior la invitó a meterse dentro para comprobarlo. Ni siquiera se tomó un minuto para pensárselo.
La luz se encontraba al final de un largo pasillo, sobre una puerta de madera. Mary giró su desgastado pomo y atravesó con cautela el umbral. Al otro lado había una diminuta estancia de paredes color crema y extrañas luces blancas en el techo.
La puerta se cerró tras ella nada más entrar. Acto seguido, se fundió con la pared. En su lugar apareció enseguida un espejo de cuerpo entero que le proporcionaría a la joven una clara imagen del miedo que sentía en aquel momento.
Mary miró a su alrededor desesperada. En las paredes, tan cercanas las unas de las otras que le provocaron claustrofobia, había unos extraños garfios de metal. Una música estridente llegaba desde fuera del habitáculo. El aire olía raro, a flores muertas.
¿Era aquella la antesala del infierno?, se preguntó, mientras fijaba la vista en una nueva puerta, en la pared opuesta a la del espejo, y en el pestillo que la mantenía cerrada.
–¿Está bien, señorita? –preguntó una voz ruda al otro lado.
Mary, deseosa de salir de aquel encierro, forcejeó con el pestillo hasta conseguir abrir la puerta. Ante ella había un gigante de pelo rojizo, barba espesa y aros plateados en la nariz, el labio inferior y ambas orejas. Aquel individuo llevaba un extraño calzado verde brillante con cordones azules y medias blancas que solo cubrían sus tobillos. Sus piernas apenas estaban tapadas por unos calzones cortos de color tierra, y las mangas de su blusa, amarillo chillón, habían sido cortadas de forma que sus voluminosos brazos quedaban completamente a la vista.
El conjunto no podía resultar más pavoroso. Aun así, Mary no podía apartar sus ojos de él. Le llamaban especialmente la atención sus extremidades. Aquel hombre había hecho tatuarlas de arriba abajo, como los marineros o los piratas. Extraños símbolos arcaicos surcaban la piel de su brazo derecho, mientras que en el izquierdo había frases en idiomas que la joven desconocía. La pierna derecha parecía estar siendo devorada por un dragón verde de tres colas, mientras que la izquierda era un jardín donde crecían exóticas flores.
–¿Eso que llevas es un camisón? ¡Qué vintage! –dijo el tipo con su voz cavernosa a la par que se rascaba la barba-. ¿Y la otra ropa?
Mary miró desconcertada al gigante, incapaz no solo de entender lo que quería decir en la lengua que hablaba, sino también de descifrar el rompecabezas de su cuerpo. Era como si alguien hubiera cogido partes de aquí y allá y las hubiera pegado para componer un ser terrorífico.
–Señorita, ¿qué ha hecho con las prendas con las que entró en el probador? –insistió rudamente–. Espero que no las esté intentando robar. Aunque, si no lleva bolso, ¿dónde podría esconderlas? Bueno, tal vez dentro de ese camisón tan amplio.
El hombre alargó el brazo. Mary, tan enfadada por la descortesía como asustada por la anatomía de aquel ser, cerró la puerta. Él golpeó la madera mientras ella forcejeaba con el cerrojo para cerrarlo. Sus gritos hicieron que a la joven se le erizara el vello de todo el cuerpo. En verdad, aquel no era un hombre: ¡era un monstruo!
Aterrada, Mary se dio la vuelta. Por suerte, la puerta que la trajo allí volvía a estar en su lugar. Tras abrirla, corrió por el pasillo hasta llegar a su habitación en Villa Diodati. Sudorosa y con temblores en tod0 el cuerpo, cerró el armario y puso ante él un par de sillas y el secreter. Seguidamente, se metió en la cama y se tapó hasta las cejas.
¡Qué terrible pesadilla había sido aquella! ¡Qué hombre tan horrible! Y, sin embargo, había algo fascinante en él. Algo que no la dejaba apartarlo de su mente. Era como si le siguiera llamando desde el fondo del armario. Como si quisiera que ella lo trajera a su mundo.
De pronto, se imaginó a aquel hombre como fruto del trabajo de un científico que uniera partes de cadáveres para crear un nuevo ser. Un ser que debería de resultar perfecto, pero que, por obra del destino, jamás llegaría a serlo. El científico, frustrado, renegaría de su obra; el ser, marginado tanto por su creador como por una sociedad incapaz de comprenderle, volvería para reclamarle una vida mejor a su padre.
Decidida, Mary se levantó de la cama. Encendió una lámpara, cogió papel, preparó su pluma y se puso a escribir.
Aquella noche nacería el monstruo.
FIN
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Cristina Monteoliva (Almuñécar, 1978) es licenciada Ciencias Ambientales y Máster en Medio Ambiente y Gestión del Agua. Ha resultado ganadora del concurso de microrrelatos “Yo no me libro” (organizado por Tres Pies al Gato y Librería Yerma) con su microrrelato De rimas y leyendas y finalista del Concurso de Narraciones Breves del diario Ideal en 2007 y 2008 con sus relatos Mala suerte y El cambio. Ha participado en las antologías de relato De mes en cuando (PuraVida Ediciones, 2009) El libro del perrillo solo (Amazon, 2016), Amor con humor se paga (Artificios, 2017) y Monsters Mash, una antología monstruosa (Suseya Ediciones, 2019). Como novelista, ha publicado Elías y los ladrones de magia (Círculo Rojo, 2013), Corazones en barbecho (Amazon, 2014) y Gatitos (Círculo Rojo, 2019). En la actualidad compagina sus labores de escritora con las de reseñista en el blog La Orilla de las Letras, www.laorilladelasletras.blogspot.com.
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