A veces todo es más sencillo de cómo lo vivimos. A veces deberíamos dejarnos llevar por nuestros sueños. Otras, por nuestros impulsos. A veces tendríamos que intentar, simplemente, ser felices
Vivimos en una sociedad próspera, tenemos todo aquello que necesitamos para mantenernos cómodamente y dedicamos nuestro esfuerzo a que nada de eso cambie; queremos seguir con nuestra familia, porque somos la continuación de ella; con nuestros amigos, que tanto se nos parecen; con nuestro trabajo, que da sentido a lo que somos. Queremos permanecer en nuestra zona de confort porque no conocemos otra, porque tememos que, al salir de ella, todo se derrumbe.
Belén Conde ahonda en la inutilidad de normas establecidas. No todos aceptamos ni nos adaptamos a lo mismo por lo que, la autora rompe una lanza en favor de la eliminación de roles preasignados. La mujer no tiene por qué realizar labores (que se suponen) destinadas a ella. El hombre tampoco. Deberíamos tener libertad para elegir lo que queremos ser, con quién queremos vivir y dónde.
El mar de los sueños podría formar parte de los cuentos maravillosos; está claro que su argumento narra hechos extraordinarios, increíbles, en los que intervienen hechizos, magos con grandes poderes que realizan conjuros buenos y malos, para los que hay anillos y talismanes capaces de contrarrestar sus efectos. Los protagonistas, buenos, deben defenderse de los antagonistas y superar las pruebas que estos ponen —como la guerra, el ataque de las mantícoras o la travesía por el mar— para salvarse. Asimismo deberán eliminar un hechizo para poder ser felices.