Jöel Dicker lo ha vuelto a conseguir. Nos guste más o menos su novela, terminamos hablando de ella, para bien o para mal, creemos, ingenuos, los lectores, porque en realidad siempre es para bien. Es difícil resistirse a sus macronovelas, esta última de casi 600 páginas. Y seiscientas dan para mucho, para leer tranquilo, para quedar perplejos, para pensar que vaya terminación, para asombrarse con el final… Es un genio.
Está claro, los lectores ávidos de entretenimiento apostamos por las historias fragmentadas, casi constantemente, de este autor; giros imposibles que hacen del autor un mago, en el que no queda más remedio que destacar la técnica empleada: colocar las historias que, aunque narradas en pasado, se cuentan a modo de informe, algo que da la impresión de ocurrir en un presente inmediato. Los propios implicados en la investigación van dando sus testimonios diferentes, mientras los lectores encontramos coherente lo que afirman unos y otros. Todo es posible.