El artilugio regio no fue ni más ni menos que un cojín circular, con un agujero en el centro, para facilitar el coito a María Cristina cuando se casara con su tío carnal Fernando VII. El tamaño descomunal del pene real es conocido, pero para saber de sus estragos no es conveniente acudir a la historia, porque concluiríamos que al rey Felón habría que haberlo llamado, según los cánones actuales, el violador Felón; sí podemos ver un capítulo de la serie televisiva El ministerio del tiempo, que trató el caso con humor, o leer la novela de Paco F. Moriñigo, que también. Con su lectura nadie puede sentirse ofendido, ni siquiera los descendientes de Fernando VII. El autor aprovecha todas las posibilidades a su alcance para mostrarnos, en un espejo deformante, la imagen cómica y a la vez tan acertada de la realidad del siglo XIX.
Así, a veces en serio, otras no tanto, Paco Moriñigo construye el retrato de una España oprimida en la que los únicos que creían tener libertad eran los integrantes de la corte y, por supuesto, la curia.
Después de leer El artilugio regio me han quedado claras tres cosas, la primera es que el humor puede ser un vehículo excelente para tratar temas serios; la segunda es que no se pueden justificar actuaciones medievales en las que asumamos que una persona está por encima de cualquiera y la tercera, que hay periodos de nuestra historia que sería mejor disolver pero como no podemos, es más no debemos, de vez en cuando conviene leerlos, recordarlos y no repetirlos.