Lo que vamos a contar sucedió cuando aún no existía la ciudad de Jerusalén, en los fértiles campos sobre los cuales fue luego edificada, y que eran cultivados por una desparramada población de campesinos judíos.
En aquellos lugares estaban las viviendas de dos hermanos, muy cerca una de otra.
Ambos eran casados. El menor tenía cuatro hijos, y el mayor ninguno.
Al morir el padre, en lugar de repartirse la tierra que heredaron, habían decidido sembrarla en común, y cuando maduró el trigo y se hizo la recolección, partieron la cosecha en dos porciones iguales.
Pero aquella noche el hermano mayor no podía conciliar el sueño.
-¿Habremos repartido bien el trigo? –Pensaba-. Mi hermano tiene más familia que yo, que sólo tengo a mi mujer. Él necesita pan para sus cuatro hijos.
No podía apartar esta idea de su espíritu, ni retrasar para otro día el pensar sobre eso. Al fin, mucho antes del amanecer, se levantó, fue a los graneros, y con trigo suyo acrecentó la parte de su hermano. Después se fue a dormir tranquilo.
Pero también el hermano menor se había despertado inquieto con la duda de si el reparto había sido hecho según la justicia.
-Mi mujer y yo somos fuertes –se decía-. Tenemos, además, cuatro hijos que pronto han de poder ayudarnos a trabajar. En cambio mi hermano y su mujer son menos jóvenes que nosotros y, por otra parte, no tienen hijos en que fundar esperanza. ¿Quién les ayudará cuando ellos se debiliten? Hay que anticiparse a la hora de su vejez y aumentar desde ahora su fortuna.
Y como era todavía de noche, le pareció el mejor momento para hacer con sigilo su propósito. Se fue a los graneros y añadió una buena cantidad de trigo al acopio de su hermano. Después volvió a su aposento y se durmió rápidamente, cuando empezaban a cantar los gallos.
Al siguiente día, ambos notaron con sorpresa que sus montones seguían siendo iguales. Se miraron, pero ninguno dijo una palabra.
Por la noche cada uno hizo lo mismo que la vez anterior. Pero al llegar la mañana, como si fuera cosa de magia, vieron que no se había alterado la igualdad de las partes.
Lo mismo sucedió durante varias noches y días consecutivos, y no sabían qué pensar, pues los montones permanecían siempre iguales, como si en vez de hacer lo que se proponían lo hubiesen soñado.
Hasta que una noche se levantaron por casualidad a la misma hora, y se encontraron frente a frente, a la puerta del granero.
Entonces, sin decirse nada, hicieron con todo el trigo un solo montón y se fueron a dormir con un sueño tan profundo como el de la niñez.
Y así fue después todos los años, hasta el término de sus días.
Liev Niloláievich Tolstoi nació en 1828. Autor de fama universal fue el más destacado representante del Realismo ruso. Hijo de un noble y de la princesa María Volkonski vivió entre la gran ciudad y el campo. Con nueve años quedó huérfano a cargo de unas tías. En 1843 empezó a estudiar letras pero abandonó esa carrera por la de Derecho aunque sus rendimientos académicos siguieron siendo pésimos y se entregó al juego, al alcohol y a las mujeres hasta que al salir de la universidad, en 1847 se refugió entre los campesinos, donde conoció el dolor y la miseria de sus siervos.
Ingresó en el ejército y se enfrentó a las guerrillas tártaras. Cuando estalló la guerra de Crimea pidió ser destinado al frente pero no toleraba la ineptitud de los generales. Se retiró al campo donde decidió consagrarse por entero a escribir y reformar la vida social de su patria. Abrió una escuela para pobres, sin castigos y con total libertad para los alumnos. Reivindicó la libertad de palabra para todos. Negó la parafernalia litúrgica de la iglesia ortodoxa. Cargó contra la hipocresía de los popes y contra la violencia del ejército. Concedió la emancipación a sus siervos.
Excomulgado por la iglesia ortodoxa se convirtió al catolicismo. En 1861 se estableció definitivamente en el campo, tras el trágico fallecimiento de su hermano En 1862 se trasladó su esposa de 18 años, Sofía Behrs, con quien compartió toda su vida. Sofía se encargó de la educación de sus 13 hijos, además de corregir Guerra y Paz, novela que empezó a publicarse por entregas en 1864 y concluyó en 1869.
A esta le siguieron casi un centenar de volúmenes, Ana Karenina o La muerte de Ivan Illich entre otros.
Al final de su vida terminó distanciado de su familia, que no entendía sus extravagancias de extrema pobreza, y abandonó su casa en 1910, pero a los pocos días le sobrevino un ataque pulmonar que lo obligó a refugiarse en casa del jefe de estación de Atapovo. Sofía llegó a la estación pero no quiso turbar su paz hasta que murió.
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