Suelto el volante y me enciendo un cigarro. Miro por el retrovisor. Kayla y Deborah duermen. Rose hace lo mismo a mi lado. No puedo creerme que no se hayan enterado de nada. Fumo e intento sonreír, aunque lo cierto es que no me hace ni puñetera gracia. ¡Maldita sea! Estamos en la carretera del bosque y el jodido coche no arranca. Se ha parado, sin más, como por arte de magia. Y a estas horas de la madrugada veo complicado que pase algún insensato por aquí, y ni siquiera tengo cobertura. Cuando se despierten me van a matar. Rose odia venir por aquí, es demasiado supersticiosa.
Aspiro humo.
Saboreo la sangre de mis encías.
Expulso el humo.
El cigarro me dura tres minutos.
Rose estira los brazos. Bosteza y abre los ojos. Bendito momento para una de nuestras discusiones. Pagaría un millón de euros por desparecer.
—¿Ya hemos llegado?
—No —no puedo ser más seco y rotundo.
—¿Y qué hacemos parados?
—El coche ha decidido morir.
—¿Dónde estamos? —su tono es odioso, pero la quiero.
—En la carretera del bosque.
—¿Por qué coño te has metido por aquí? Y encima de noche.
—Ya sabes, para atajar.
—A mí no me hables así.
—¿Así? ¿Cómo, Rose? ¿Así cómo? ¡Por favor!
—¡Que te jodan!
Rose cierra la boca y se cruza de brazos.
Me enciendo otro cigarro y bajo un poco la ventanilla.
—Voy a mear —expone sin mirarme a la cara.
—Tú misma.
Veo cómo se adentra en la oscuridad del bosque. Las chicas, pese a todo, siguen dormidas. El papel de padrastro no me queda todo lo bien que debería, pero las quiero y hago lo que puedo con ellas. Sigo observando el reflejo de la linterna de Rose.
Entonces un grito rompe con todo. Un chillido intenso. Agudo. Estridente. Es ella, no me hace falta analizar el sonido.
Las niñas se despiertan sobresaltadas y me cosen a preguntas.
—¿Qué está pasando, Joan?
—¿Dónde estamos?
—¿Y mamá?
Las tranquilizo como puedo. Las pongo al día de la situación sin mostrar signos de nerviosismo. Salgo del coche a toda prisa, no sin antes advertirles de que no salgan bajo ningún concepto. Así pues, las llaves se las dejo a ellas y voy en busca de Rose.
Ella vuelve a gritar. Lo cual facilita la búsqueda y me indica que sigue viva. Llevo la navaja abierta y no hago ruido. Mi idea es dar un pequeño rodeo y observar desde un lugar oculto. Cuando llego no hay nadie, solo ella. Entonces me dejo ver y Rose, aterrada, vuelve a gritar. Esta vez soy yo el culpable. La miro. Me hace tanta gracia que empiezo a reír.
—¡Joder, Joan, vete a tomar por culo!
Rose tiene la cara llena de sangre. Los ojos como platos. No deja de temblar y señala un árbol.
—¿Has visto eso, Joan?
Cuando miro tengo que contener el ahogo. Procuro no gritar y guardar la compostura. El cadáver de una mujer pende de una rama. Está prácticamente descuartizada. Es como si la hubiesen abierto en canal. Su cuerpo parece un recipiente sin carne, sin vísceras.
—¿Estás bien, cariño? Anda, dame un abrazo —le digo.
Se apoya en mi pecho y levanta la vista hasta que se cruza con la mía. Siento su temblor, su miedo.
—Joder, ¡qué coño está pasando!
—¡Vámonos! —suelto con prisa—. Es mejor no pensar en nada.
Corremos hasta el coche sin mirar atrás. Cuando llegamos llamo a la ventanilla para que nos abran, pero en el interior del vehículo no hay ni rastro de las niñas.
—¡Mi puta madre! Se habían quedado con las llaves, encerradas, ¡cago en dios! —exclamo con furia.
—¡Joder, Joan, hostias! ¿Cómo has podido? —dice mientras me golpea con los puños.
La miro.
Llora desconsolada.
¿Y qué hago? Me quedo de piedra. Helado. Descompuesto. Es la única realidad que puedo contar. Las chicas no están. No tengo mis llaves del coche. No tengo cobertura en el móvil. Nada de nada. La impotencia se acaba de hacer con los mandos de todo.
—¡Tenemos que buscarlas, Joan! ¡Tenemos que buscarlas!
—Vale, pero no grites.
—¡Gritaré si me sale del coño! Porque aquí hay un hijo de puta que sabe de sobra dónde estamos. Se dedica a jugar.
—Insisto, no grites. Igual han salido a mear. O a buscarnos.
Solo queda regar. Solo queda plantar. Eliminar malas hierbas y que vuelvan a hablar como siempre hicieron. Cortar. Replantar. Cultivar, a fin de cuentas. Es mi huerta. Es mi coto privado. Son mis manías, mis normas. No sé por qué tienen tanto miedo. Y de tenerlo, no me explico ciertas cosas. Se empeñan en seguir pasando por aquí. Utilizar la carretera del bosque. Pararse a mear. Desnudarse dentro de sus coches y fornicar en mi presencia. Sobre todo, odio que fumen. Sus caras de supremacía. Me repugnan.
Son unos blanquitos de mierda. Basura blanca. Hill Billy’s. Olvidad esto último, yo también soy blanco, pero me gusta meter estas cosas dentro de mis líneas de pensamiento. Los temas relacionados con la supremacía blanca en las zonas rurales suelen causar controversia. Pero, y no me digáis que no es brutal, ¿blancos violando y descuartizando a blancas, asesinando a blanquitos, a niños, a niñas? Joder, es sublime.
¿Verdad? ¿Tú también lo estás viendo? Sí, te digo a ti.
Es insensatez. Estupidez. Gilipollez. No sigas leyendo si no quieres envenenarte. Esta historia es bazofia. Joan es un payaso. Rose es tonta. Y las niñas, oh, las niñas, tan suculentas. Tiernas. Apetitosas. Las convertiré en mis perritas de presa. Sedientas de sangre fresca. Mis putitas. Mis asesinas. Oh, joder, la oscuridad, mi amada oscuridad, tú que tanto me has dado, mi amada.
Solo queda regar. Solo queda plantar la semilla que no tarda en germinar. Sus frutos son la discordia. La duda. La ofensa. Y, por último, nos regalan una muerte agónica, el espectáculo.
Encontramos su zapatilla en una pequeña vereda, a pocos metros del coche. Nos miramos. Es de Kayla. Ambos lo sabemos.
La desesperación crece en nosotros.
Rose no puede evitar salir corriendo y atravesar el bosque siguiendo la senda. La oscuridad es tan absorbente que apenas deja que las linternas de los teléfonos hagan el efecto deseado. Pero no hay lugar a dudas, vamos siguiendo una buena pista. A esa primera zapatilla le sigue una segunda. Luego las botas de la pequeña Deborah. Camisetas. Braguitas. No puedo evitar el vómito. Y Rose acelera.
Pirosis.
Falta de aliento.
Ansiedad.
Me temo lo peor.
—Rose, no corras tanto, te estoy perdiendo la pista.
—¡Mis niñas, joder! ¡Mis niñas, Joan! ¡Mis jodidas niñas!
Cuando consigo llegar hasta Rose está paralizada por completo. Pero eso no es lo peor. Las niñas están a pocos metros. En el suelo. A cuatro patas. Desnudas. Con el pelo delante de la cara.
Intento dar un paso al frente e ir en su ayuda, pero Rose me frena.
—No son ellas, Joan.
—¿Qué dices, Rose?
—No son ellas.
—Chicas, somos nosotros.
—No son ellas.
El foco de la linterna las convierte en protagonistas de excepción. Su pelo, ensangrentado y grasiento, cubre sus tersos y blanquecinos rostros infantiles. Se agarran a la tierra, cubierta de agujas de pino y hojas. Levantan la cabeza y nos miran a través de la cortina capilar, esa por la que tantas veces llegamos tarde a fiestas y eventos.
—Mira, Joan. No son ellas, ya no.
De sus bocas emerge baba sanguinolenta, pegajosa y espesa.
—Se están comiendo un cadáver —digo.
—Lo veo.
Rose empieza a llorar en silencio. Son sus niñas. No es justo que las tenga que ver así, en este estado.
—¿Qué coño está pasando? —lanzo mi pregunta al aire.
—No lo sé.
Las niñas se acercan con lentitud. Acechando. Olisqueando. Sabemos perfectamente lo que viene a continuación.
—Vamos a morir, Joan. —Me agarra del cuello y me da un beso con lengua. Llevaba meses sin darme un beso así—. Te quiero, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Las niñas saltan sobre nosotros. Como depredadoras hambrientas. Cegadas por completo. Ajenas a toda realidad.
Por mi mente, mientras siento el abrazo de un final inesperado, pasan cientos de pensamientos y recuerdos que me producen paz. No me arrepiento de nada. Quizás hubiese elegido otra ruta, eso es un hecho, tampoco voy a rozar la ineptitud. Solo digo que algo me lleva a pensar que, pese a todo, estoy viviendo algo irrevocable. Es como cuando evitas hablar con tu padre o alguno de tus hermanos, sabes que tarde o temprano no lo vas a poder eludir. No importan los problemas que tengas o hayas tenido. Ellos siempre están ahí, aunque sea para mal.
Lo siguiente que siento es una especie de silencio entre sueños. No sé si estoy muerto. La sensación de vacío, de pérdida, de estancamiento, es tremenda. Me abordan unas ganas de llorar que rozan la impotencia de lo prohibido. A la par, escucho frecuencias extrañas: susurros, silbidos. Es como un sueño vívido del que no quieres despertar. Intento hablar, pero soy incapaz de controlar nada de lo que ocurre a mi alrededor.
Entonces despierto. Abro los ojos. Parpadeo. La forma en la que transcurre el tiempo es anormal. Podría describirlo como flases a intervalos indefinidos. Ya sé que existo de un modo físico, pero aún soy incapaz de controlar mis movimientos.
Poco a poco me doy cuenta de que me tienen enterrado de cintura para abajo, igual que a Rose. Veo a las niñas en una jaula que les viene justa. Colgada en una gigantesca rama de árbol. Y no es la única jaula ni las únicas niñas. Al menos distingo otras veinte o veinticinco criaturas. No hay niños. Se trata de un lugar sucio. Quiere parecerse a una cueva o caverna, pero no es así. Solo veo árboles retorcidos, secos, agotados, muertos. Troncos viejos que hacen a su vez de paredes y techo. Un espacio cerrado en mitad del bosque.
Delante de mí hay una copa de vino. Denso. De un rojo vivo y penetrante. Lustroso. Ajeno a todo cuanto me rodea. Me toca pagar un tributo pasado, no hay lugar a dudas. Mi hora ha llegado, y no tengo modo de eludir mi compromiso con la muerte, con la transformación, con la desaparición completa. Durante años pensé que nunca llegaría este momento, pero es indiscutible, ya está aquí.
Saco una mano de la pantalla, de la página, del auricular, y la meto dentro de tu ojo. Puedo hurgar en tu cerebro y volverte loco. Hacerte sentir miedo. ¿Estás solo? Puede que sí, ¿es de noche? ¿Quieres probar el vino de las brujas y gozar de una vida plena hasta que decida cobrar mi tributo? Joan dijo que sí, y aunque se resista, volverá a beber el elixir, creerá que su destino dará media vuelta.
Quiero otro árbol. Y sangre. Y otro árbol. Y más sangre, mucha más sangre. ¿Qué decides, Joan? ¿Quieres morir de forma definitiva? No, mejor olvidamos a estas zorritas que tanta felicidad te han dado y continúas tu marcha triunfal. ¿Qué dices, que yo soy el malo de la película? No, no, tú decides, gamberro, y no me hagas reír. Puedes elegir. Oscuridad, claridad, vida o muerte. Si vuelves a beber me las quedo.
Rose, cariño, este cabrón elige primero, es la ley, si decide que bebas, y bebes, tendrás la oportunidad de matarlo cuando te llegue el momento.
Y vosotros, los del otro lado, ¿qué pensáis? Vuestras vidas son así, cada vez que tomáis una decisión estáis creando desequilibrios. No, no, yo no tengo la culpa de nada. Me dedico a reponer estantes emocionales, a recoger mi sueldo, que no es otra cosa que sangre, carne, vísceras, suerte.
Lo sé, Rose, le cortarías las pelotas a tu putito. Y contesto NO a eso que piensas. Él te quiere, pero tú llegaste a su vida gracias al vino de las brujas. Es un desgraciado de mierda. No tiene suerte. Sí, te digo sí a eso otro. Debió disfrutar más. Y a lo último, lo siento, pero esto era ineludible. Siempre hubieseis acabado aquí.
¿Qué decides, Joan? ¿Quieres probar suerte de nuevo y beber?
¡BRAVO! ¡BRAVO! Sabia decisión.
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
Daniel Aragonés Cuesta nace en Almuradiel (Ciudad Real) allá por 1979. Es conocido por su estilo ácido y satírico, y sus historias anárquicas, dispares, metafísicas y sangrientas. Navega libremente entre géneros. Neo noir, terror, ciencia ficción, bizarro, realismo sucio. Si tuviera que describirse a sí mismo seguro que soltaría algo soez y pasaría del tema, pero en realidad es un tipo con la autoestima bastante alta y muchas ganas de hacer algo importante dentro de la literatura, de ahí que sus historias estén cubiertas por varias capas y que siempre escondan algo distinto en su interior. Aunque le gusta leer biografías en primera persona odia hacerlo así con la suya, le pasa con infinidad de cosas. Se podría decir que su afición por la lectura y la escritura le viene de joven, pero no sería verdad del todo. Si quieres leer algo distinto no dudes ni un segundo, Daniel es tu autor, surrealista al 90%.
Trabajos publicados:
Novelas: Basura no compartida (Alfasur 2012), Creosota: crónicas del pantano I (Alfasur 2014), Óxido: crónicas del pantano II (Alfasur 2015), Sórdido: crónicas del pantano III (Alfasur 2015), Ausencia de conducta (Createspace 2016), Fotograma subjetivo (Ápeiron 2017), Relacionado con las crisálidas (Open City 2017), Efialtes (El transbordador 2018), Hedor II (Open City 2019), Decadencia (Gradiente 2019), Pavura (Open City 2020), Colonia Caos (Open City 2021), Wormhole (Gradiente 2022), Desesperación (Open City 2022: Proyecto Mínimo), El vacío (Open City/ Gradiente 2023) y Cuaderno Rojo (Open City/ Gradiente 2023, escrita junto a Francisco Santos Muñoz Rico) .
La otra realidad (Createspace 2015), antología de terror.
Poesía: Tres Ochos y Tres Ochos Versión Dissident (Alfasur 2013). Pensamientos en espiral (2009), Trapos sucios (2010) y Maleta de ironías (2011). Colaboración especial en Lenguas de lava (Open City 2017) y en NO (Open City 2021). EdenFobiA: Un poemario mínimo (Open City 2022: Proyecto Mínimo).
Relatos en antologías: Globo Sonda (2014 Editorial Alfasur); Fanzine (2013 Editorial Alfasur); Como matar a… (2013 Editorial Universo); Antología del relato negro V: Matar a quienes manejan la economía (2015 Ediciones Irreverentes); Historia de un revólver (2016 Ronin literario). Participa como editor y escritor en el recopilatorio de diarios y vivencias reunidos en Crónicas salvajes de un encierro (Open City 2020), relacionados directamente con el confinamiento producido por el Covid 19. Relato en la revista. Historias para morir (Cat Skull Project 2022). El camino para alcanzar un sueño (Casa drojan 2022). La Bastarda Postmoderna #1: Drogas (2023). Y muchos más, demasiados.
Premios:
Ganador del 3º certamen de Relato-Putada de la revista Espía Demonios:
Bardem al otro lado del espejo
Ganador del 4º certamen de Relato-Putada de la revista Espía Demonios:
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Brutal.
Menuda lectura para empezar el día.
Empezamos fuerte la mañana…. ❤️
Brutal, desgarrador, inmersivo!
Bravo, Dani.
Me puede encantar!…es magníficamente crudo y aterrador… Y ni vi venir el final…