El cadáver del técnico de la caldera yacía sentado en el suelo con la espalda apoyada en la lavadora. De la cuenca ocular izquierda asomaba el mango de plástico negro del cuchillo de cortar pan, y un hilo de sangre brillante, como una diminuta babosa roja sin destino, recorría la mejilla parsimoniosamente.
La moderna lavadora emitió un pitido electrónico, parpadearon unas luces led y el centrifugado comenzó, trasladando su vibración al malogrado trabajador, parecía uno de aquellos pequeños soldados de hojalata que caminaban mecánicamente, solo que sentado y con el mecanismo atascado. La diminuta gota de sangre aumentó su velocidad.
«¡Joder, Ramona! No hagas nada, voy para allá, estoy en media hora como mucho». Le había remarcado David a su esposa en una urgente conversación telefónica. De eso hacía ya más de veinte minutos. Ramona continuaba en la cocina, inmóvil, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida.
Su mente estaba sumergida justo en el instante en que había empuñado el cuchillo y ejecutado el movimiento; inesperado, pero perfecto. Letal. Y el sonido… El sonido se repetía en su mente una y otra vez; la hoja de sierra al penetrar, un levísimo flop acompañado de una especie de estertor rasgado y sordo.
Desde su posición escuchó el tintineo del manojo de llaves, la cerradura girando y la puerta de entrada al abrirse y cerrarse. Su cerebro se desbloqueó, pero Ramona no se movió.
David entró en la cocina y miró a su mujer; el hombre estaba sin aliento, la frente le brillaba a causa del sudor y se le veía alterado.
—¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? —preguntó.
Ella no dijo nada, pero su mirada apuntó al pequeño lavadero. El hombre traspasó la puerta y contempló la macabra escena.
—¡Me cago en la puta, Ramona! ¿Qué ha pasado? ¿Qué coño has hecho?
Durante unos larguísimos segundos Ramona se mantuvo en silencio.
—Ramona, ¿me quieres contestar de una jodida vez? ¿Qué ha pasado?
El semblante de la mujer cambió de repente, todos sus músculos se tensionaron y en su mirada algo cambió.
—Has sido tú, tú lo has matado —susurró.
—¿Yo? ¿Qué estás diciendo? Si acabo de llegar.
—Has sido tú, siempre con tus miedos y tus advertencias, como si yo no supiera cuidarme solita. «Ten mucho cuidado, Ramona, no te fíes de nadie, que te enseñe el carnet de técnico de la marca, si pasa algo me llamas, hay muchos atracos… bla, bla, bla…». Maldito seas.
—Pero, si yo solo…
—¡Cállate! —chilló enajenada señalándole con un dedo acusador—. Has sido tú, tú me metiste el miedo en el cuerpo. ¿Quieres saber lo que ha pasado? El tipo llegó, se identificó, pero me dio mala espina. Me miraba raro, tenía las manos muy sucias, olía mal y hablaba mal, como si masticase algo todo el tiempo. Miró la caldera y me dijo que necesitaba unas herramientas que tenía en la furgoneta y se fue a buscarlas. Tardaba mucho, me entró miedo y empecé a imaginarme que me atacaba y que me manoseaba. Así que empecé a esconder cuchillos por todo el piso. Volvió y se puso a trabajar. Desde el comedor podía oler su asqueroso aliento, te lo juro. Al rato me llamó y me pidió un trapo, fui a la cocina, debajo de un paño tenía escondido el cuchillo de cortar el pan, algo se apoderó de mí y se lo clavé. Es tu culpa. Maldito seas.
—Vale, vale, cálmate… Lo solucionaremos… Diremos que…
—Has sido tú —repitió Ramona.
Su mirada se desvió a la esquina de la encimera donde aguardaba un salero blanco con el lema inscrito: «SAL, PERO CONMIGO». David siguió la mirada de Ramona y vio el pequeño mango marrón del cuchillo de hoja corta que utilizaba para pelar manzanas escondido bajo la tapa del recipiente. La mano diestra de Ramona ejecutó un movimiento tan veloz como preciso y agarró el cuchillo.
—Has sido tú, has sido tú, has sido tú, has sido tú… —chillaba Ramona completamente fuera de sí mientras le propinaba a su marido dieciocho cuchilladas en el bajo vientre.
El hombre cayó agonizante y a su alrededor se comenzó a formar un charco de sangre.
Mientras Ramona observaba como los ojos de David perdían el brillo de los vivos, el timbre del interfono sonó.
—¿Quién es?
—Hola, soy de la compañía de la luz, vengo a comprobar el contador.
Ramona oprimió el pulsador de abertura del interfono.
En la mesa del comedor, junto al portátil, bajo unos folios de apuntes, aguardaba el jamonero.
Relato inspirado en una idea de Cristina Coletas
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
El de la ilustración de arriba soy yo, mi nombre es José Carrero y nací en Barcelona en el año 1980. Soy de esa generación que vio volar tizas y borradores por encima de sus cabezas entre los precarios pupitres de E.G.B. En esa época era un auténtico zoquete. Ahora sigo siendo un zoquete, eso no ha cambiado demasiado, pero hace mucho tiempo que me encanta leer, sobre todo novela negra y de terror, aunque no le hago ascos a casi nada. También me gusta el viejo Rock&Roll y la cerveza bien fría. Soy desconfiado por naturaleza y no me gustan las personas que no dicen tacos. Tampoco me gusta el Reggaeton, lo odio; lo prohibiría. Desde hace algunos años dedico parte de mi tiempo a escribir, para mi sorpresa resulta que no lo hago del todo mal, incluso hay quien dice que soy bueno, no sé yo si… Mis dos novelas publicadas por el momento son: “Bellotas con Leche” (Premium Editorial, 2020) y “La Glock” (Ediciones Atlantis,2023).
José Carrero (@jose_carrero_) • Fotos y videos de Instagram
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