Volver a Jordi Sierra i Fabra es apostar a caballo ganador. Cuando además es novela policíaca, sabemos que encontraremos en sus páginas la dosis justa de tensión, afectividad, ritmo, atención y sentimiento, porque la serie de Miquel Mascarell es policíaca histórica; en realidad no sé si existe esa denominación lo que es innegable es que el autor coloca a su policía en la Barcelona de la guerra civil y la posguerra.
En Cinco días de octubre se cierra la trilogía primitiva, cuando Miquel, tras haber estado prisionero en el Valle de los caídos realizando trabajos forzados, vuelve a Barcelona. Ya parece que ha rehecho su vida con Patro, a la que siendo una niña le salvó la vida. Ahora la ha liberado de la prostitución y llevan viviendo juntos un año. Cuando todo parece haber alcanzado cierta estabilidad, se presenta en su casa Benigno Sáez, un extorsionista, maltratador y asesino que, tras una amenaza velada, consigue que Miquel, aunque ya no es policía, acepte encontrar el cuerpo de su sobrino, a quien mató en la guerra un republicano, con la excusa de que la última voluntad de la madre del chico, hermana de Benigno, es que sus restos reposen junto a los de su hijo en el panteón familiar.
Jordi Sierra se implica hasta el fondo en los aspectos que pueden ayudar a que una sociedad resuelva sus problemas. El inspector Miquel Mascarell protagoniza una serie policíaca de gran concienciación social porque el autor plasma sus sentimientos, en ocasiones como narrador omnisciente, en otras de manera epistolar capaz de contener cierto lirismo: «Esto es todo, hermano. Te quiero. Amalia te manda muchos besos. La vida nos separó pero nuestras mentes jamás serán holladas. Nos pertenecen».