El concepto “alma” ha supuesto un enigma para mí durante toda mi vida. En el colegio nos hablaban de un alma espiritual que solo tenían los seres humanos y nos abandonaba al morir (hay pinturas que lo demuestran) para seguir viviendo libremente, incorpórea, por el cielo o abrasándose en el infierno esperando ocupar de nuevo nuestro cuerpo el día del juicio final, cuando adoptásemos forma corpórea eterna en un lugar u otro. Lejos de tranquilizarme, entré en shock. Llegué a pensar que el día de la resurrección supondría otro fin del mundo pues, que millones y trillones de hombres volvieran a él lo aplastarían sin duda. Como tantos misterios de la religión quedó sin resolver y con el tiempo fui asociando el alma a la personalidad de cada uno.
Al ver Acerca del alma, de Aristóteles, en Babelio, no lo dudé, opté por leer el primer tratado filosófico-psicológico a ver si me despejaba alguna duda
Como siempre, estoy agradecida a esta página literaria que constantemente nos ayuda a leer. Y ahora, tras leer este libro, estoy más admirada, si es que eso fuera posible, de la inteligencia que, no solo Aristóteles, los intelectuales de hace más de dos mil años demostraron. ¿Cómo es posible que ahora se cuestionen menos conceptos que antes?
Este tratado, del siglo III a.C., influyó en la Escolástica Medieval y en el Humanismo Renacentista. Incluso hoy me ha hecho pensar.
El alma reside en el intelecto por lo que es inseparable del cuerpo. El alma es incorruptible pero la acción de entender se puede deteriorar; de ahí que podamos tener un alma corrompida.
Pues ya quisiéramos muchos, del siglo XXI, tener las cosas tan claras. Por mi parte, me ha quedado claro, por fin lo entiendo, que cuando decimos de alguien que no tiene alma, no es ni más ni menos que su intelecto está pervertido y es incapaz de razonar.
Habría que leer más a los clásicos, (sobre todo) en las escuelas.