Confiamos en que, si aplicamos la lógica y el sentido común, todo saldrá bien. Pero lo cierto es que un mismo acto puede definirnos como valientes, locos, incautos o necios. En la vida no todo es cuestión de juicio y sensatez. Algunas veces hay que echarle agallas a lo desconocido o ser impredecible. Otras, solo nos queda confiar en el azar.
¿Me he puesto demasiado filosófico? Tal vez, pero es lo que he pensado cuando Francisco Tapia-Fuentes me ha atrapado en su ratonera.
La última vez que me sumergí en un librojuego, era un preadolescente. Ahora soy un señor mayor al que le ha dado por ver westerns los fines de semana, así que, cuando Tren de largo recorrido llegó a mis manos, no pude evitar abordarlo con cierta sonrisilla de superioridad. Pillé papel y lápiz, dispuesto a anotar todo lo relevante y a demostrarme a mí mismo que soy mucho más inteligente que entonces, pero terminé por darme cuenta de que, como en tantas otras facetas de mi vida, en esto tampoco he mejorado. Tras un arranque prometedor, comencé a tropezar. Un primer reinicio, gracias a mi sangre india (bueno, a la de Quincy), me infundió esperanza. Pero, a partir de ahí, noche tras noche, fui descubriendo “las posibles vidas de Mr. West” y opté por deshacerme de esos apuntes que no me ayudaban a salir mejor parado de mi particular «Día de la Marmota». Sí, lo confieso, sentí algo de frustración hasta que decidí aparcar la lógica y me decanté por la temeridad de la que no suelo hacer gala en mi día a día; a partir de ese momento, me enganché de mala manera.
“A partir de ahora, tú serás yo y yo seré tú, y si te sientes tentado de hacer un chiste fácil, te voy a sacudir las posaderas hasta que no puedas sentarte en una semana”
Tren de largo recorrido es el segundo librojuego de la Trilogía del Ferrocarril (aunque totalmente independiente de Oro de sangre). Cuenta con ciento ochenta y dos páginas, casi una docena de finales diferentes y, si los cálculos no me fallan, diecinueve reinicios. La historia, entre el spaghetti western y el terror, presenta momentos sorprendentes (algunos muy sangrientos). En cuanto a la narración, Francisco Tapia-Fuentes opta por una prosa ágil, asequible y desenfadada, acorde al mundo de Quincy, pero atenta a no levantar ampollas en pieles demasiado finas. Los diálogos son frescos y, a veces, muy divertidos, al igual que algunas de las expresiones que utiliza. Respecto a la edición de Suseya, es muy chula: tamaño bolsillo, con un par de fotografías en blanco y negro, pequeñas ilustraciones y marcas de disparos por doquier.
Pensadlo dos veces antes de subir a este tren: os acecharán espíritus y fuerzas oscuras que harán que os juguéis la vida incluso en sueños. Ah, y cuidado con los mexicanos, son tipos bastante duros. Aún estáis a tiempo de evitar tomar las riendas de esta aventura, porque, si lo hacéis, tendréis que defenderos a golpe de revólver… o de tomahawk.
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