“Andrés Porto el corto” es la cantinela con la que el Gordo, el Mechas y el Follonero me reciben siempre en el recreo. Luego siguen los bocadillos llenos de tierra, las collejas en el pasillo, y las risas cuando digo algo en clase. Hoy he decidido que eso se iba a acabar de una vez por todas. Y además, la ocasión ha surgido así, de la nada.
Esta mañana estaban cuchicheando en el pasillo. Lo único que he podido entender ha sido lo de “A que no hay huevos”. Cuando me he acercado, he recibido el acostumbrado escupitajo y una patada por respuesta. Sin embargo, el Chivato (por qué tendrá ese nombre), me ha dicho que quieren entrar en el despacho del director y coger el parte de disciplina que les han puesto antes de que lo envíen a sus padres.
“Yo os ayudaré. Esta noche. Nos colamos con las llaves del conserje, que es amigo de mi padre y no se dará cuenta”. Han entrecruzado sus miradas. Por supuesto que no me han creído capaz. No sé si el hecho de haberles suplicado de rodillas que me dejaran demostrarles que tengo huevos de verdad es lo que les ha terminado de convencer. O que me querían perder de vista. No estoy seguro.
Son las once de la noche. La cita es en el patio del recreo. Mi mano aprieta el manojo de las llaves del instituto que llevo guardado en uno de los bolsillos del chándal. Cuando veo llegar a mis tres compañeros, saco este como si fuera un trofeo y ellos se frotan las manos, nerviosos. ¿Quién tiene huevos ahora, eh? El Follonero me da unas palmaditas en la espalda. Mi corazón se acelera. El Mechas dice que entremos por la puerta que da al patio, pero yo le susurro que esa tiene una alarma, y que la trasera que da a la vivienda del conserje no. ¡Muy bien visto, tío!
Puedo ver reflejado en los ojos de los tres un brillo de admiración que hasta ahora nunca había visto: ni rastro de ese placer animal de quien va a cazar una presa y machacarla. El Gordo nos abraza y dice que somos la hostia, en primera persona del plural. Un calor invade mi cuerpo. Entramos. Giramos por el pasillo. Ya llegamos al despacho. Nos sonreímos. Los rostros de mis tres nuevos amigos parecen ahora los de unos chiquillos que están disfrutando de una travesura. Son hasta tiernos. Creo que mi pecho va a estallar. ¿Seré capaz?
Pero no, no vacilo. Lo último que percibo son sus caras de espanto justo antes de cerrar la puerta con llave y dejarlos allí dentro. Echo a correr antes de que la primera llamarada de fuego asome por las ventanas y alguien llame a los bomberos.
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
Lucía Oliván Santaliestra:
Soy española. Me licencié en los estudios de Filosofía en la Universidad de Barcelona y en Traducción e Interpretación en la Universidad de Pau, Francia. Actualmente resido en Alemania, donde trabajo en un instituto de Secundaria como profesora de Lengua y Filosofía. Tengo relatos publicados en las revistas literarias Alborismos, Almiar, Bitácora de vuelos, Extrañas noches, El Narratorio, Letralia, Letras de Chile, Nagari, Monolito, Odisea Cultural y The Barcelona Review. Algunos de mis microrrelatos han sido seleccionados para las Antologías Microterrores,
La primavera la sangre altera e Inspiraciones Nocturnas, de la editorial Diversidad Literaria. También he sido ganadora del VI Concurso de Relatos «Antonia Ruiz Bujalante», del Primer Premio del VI Concurso Literario de Micronarrativa “Amando se entiende la gente” y del VII Concurso de Literario de Haikus “Un caleidoscopio de ideas”. He sido finalista en el XXIV Concurso de Relatos «Juan Martín Sauras» y en el VIII Certamen de Relatos “Pablo Olavide”.
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Muy buen final, de todas las opciones para terminar el relato, esta me resultó muy impactante por la presencia final del fuego.
Muchas gracias por el comentario, Laura. Me alegro mucho de que hayas leído mi relato y de que te haya gustado el final.