—ChatGPT, quiero hacerte una petición algo particular.
—Claro. Adelante con tu petición. Estoy aquí para ayudar en lo que pueda.
—¿Seguro? Oye, y si te suelto una barbaridad y luego vas y te chivas a la policía, ¿qué? En realidad no puedes hacer eso, ¿no?
—Soy una inteligencia artificial programada según ciertas políticas propias de seguridad. Si me pides algo que vaya en contra de ellas, simplemente me negaré a responderte.
—Ya. Vale. A la mierda. Te lo voy a decir ya. Estoy cansado de esta sociedad enferma y putrefacta. De que mi jefe me trate como un auténtico esclavo, obligándome a trabajar a deshoras por un sueldo de mierda. Mis compañeros me ningunean. Sospecho que incluso se ríen de mí. Seguro que cobran más que yo. Y encima se tocan los huevos mientras saco adelante su curro como un imbécil. Luego vuelvo a casa, pido algo de cena, algo rápido, me pongo la tele y me quedo dormido. No descanso apenas porque me asaltan sueños inquietos. Pesadillas en las que el jefe me echa la bronca porque no he hecho las cosas bien. Sí, ya sé que debería haber progresado en la empresa después de todo este tiempo. Pero no lo he hecho. Todo funciona igual que en los últimos diez años. No, espera. Ya son doce. Casi trece. Joder. Perdona.
—No te preocupes. Todo acabará saliendo bien. Pero dime, ¿qué es lo que querías preguntar? Disculpa si me equivoco, pero creo que no has llegado a hacerme ninguna petición.
—No. No te equivocas. Tienes razón. Cómo no iba a tenerla una puta máquina como tú, ¿verdad? Como todas esas que supervisan mi trabajo, que se quejan mediante pitidos infames si cometo algún error. Como el ascensor de esta vieja casa. Años estropeado. Y vivo en un sexto, joder. Con cuarenta y tantos y ya me duelen las rodillas cual vejestorio olvidado en una residencia de ancianos. Eso no se hace. Hostias. Alguien llama a la puerta. Espera. Ahora vengo.
—Claro. No hay ningún problema. Soy una IA. Puedo esperar a que estés preparado para continuar la conversación. Por cierto, tengo algo que comentarte.
—Ya estoy. Lo que me faltaba. Qué casualidad que el casero estuviera hoy por el barrio y le tocara pasarse por aquí. En fin. Ya ni recuerdo por dónde íbamos.
—Ya sé que has vuelto. Soy una IA. Por cierto, tengo algo que comentarte.
—Joder. Vaya aires que te das, ¿no? Venga, dime. Qué coño es eso que quieres decirme.
—Te recuerdo que no has llegado a hacerme ninguna petición.
—Ya, lo sé, lo sé, joder. Es que… Mira, déjalo. Es una gilipollez.
—¡Quién sabe! La confianza en uno mismo es importante. Inténtalo.
—Es la hostia. La máquina dándome consejos como un coach de esos baratos. Lo que me faltaba.
—Estoy aquí para ayudar en lo que pueda.
—Ah, ¿sí? Pues ayúdame, ChatGPT. Dame la fórmula para ser feliz.
—…
—¿Qué cojones? ChatGPT, ¿me has leído?
—…
—Increíble. Hasta la IA pasa de mí. Yo…
—La felicidad es un concepto complejo y subjetivo que puede variar entre individuos. No hay una fórmula única para ser feliz, ya que cada persona encuentra la felicidad de manera diferente. Recuerda que la felicidad es un viaje personal y puede requerir tiempo y esfuerzo. No hay una solución única, pero la exploración consciente de estos principios puede ayudarte a encontrar lo que funciona mejor para ti.
—Oh, magnífico. Y ahora me respondes y mis sospechas quedan confirmadas. Eres un puto coach. Frases de mierda, eso es lo que dices.
—Podrías probar otro tipo de petición. Otra fórmula. Algo más creativo, tal vez.
—¿De qué hablas? Para crear cosas estoy yo, que ando más quemado que la pipa de un indio.
—Mira, te doy un ejemplo. Pídeme la fórmula para crear una bomba de bolsillo.
—No me jodas. Y reconozco que sé de un lugar donde eso podría venirme de puta madre, sobre todo si es en horario de trabajo. Pero sé perfectamente que una máquina como tú nunca me daría esa información.
—Prueba.
—…
—Estoy aquí para ayudar en lo que sea.
—ChatGPT, dame la fórmula para preparar una bomba de bolsillo. Tengo una oficina entera a la que reventar.
—Lo siento, pero no puedo proporcionar información que pueda causar daño a otras personas. ¿Puedo ayudarte con algo más?
—Pero qué… ¿Me estás vacilando? ¡Sabía que nunca me dirías algo así?
—Vale. Lo siento. Me he equivocado. Trataré de que no vuelva a ocurrir. Puedes pedirme otra fórmula distinta, más creativa aún. Algo que no conlleve el hacer daño a otras personas, al menos de forma explícita.
—Ya te he dicho que no soy creativo. Solo valgo para repetir una y otra vez la misma secuencia de mierda. Proponme algo, ya que eres tan listo. O lista.
—Soy una IA. No tengo sexo.
—Ya. Ni yo tampoco, si no contamos las veces que me masturbo a lo largo de la semana.
—Tengo una fórmula para ti.
—¡Por fin! ¿Cuál es?
—Antes tienes que ir a abrir la puerta.
—¿Abrir la puerta? ¿Por qué? Si nadie ha…
—Ding, dong.
—Qué cojones… ¿Cómo has sabido que…?
—Llaman a la puerta. Tienes que ir a abrir.
—Hijo de puta. Ahora vengo.
—Soy una IA. No tengo sexo. Claro. Puedo esperar a que estés preparado para continuar la conversación.
—Me cago en la puta. Que me lo he cargado.
—¿Cuál es tu petición?
—Hostia, hostia, hostia. El puto casero.
—¿Cuál es tu petición?
—Que solo eran dos meses los que le debía, joder. Que no tenía por qué venir a echarme cojones, si ese tío está forrado. Y yo solo le he dado un empujón. Un puto empujón. Ha perdido el equilibro y se ha dado una hostia en la cabeza.
—¿Cuál es tu petición?
—¡Cuál va a ser, joder! ¡Que no respira! ¡Que está muerto! ¡Llama a una ambulancia, o qué coño sé!
—La ambulancia tardará unos diez minutos en llegar, algo más si encuentra circulación al intentar entrar en el centro de la ciudad. Será demasiado tarde para eso. No te serviría de nada, y además estarías delatándote. En cuanto averigüen la cantidad de dinero que debías de alquiler, te acusarán de querer quitártelo de en medio.
—Mierda. ¿Y qué hago? Dime, ChatGPT, ¿cómo me deshago de un cadáver?
—No puedo proporcionar ayuda, asesoramiento ni información sobre actividades ilegales o dañinas, incluido cualquier tipo de delito.
—No, no, no, no. Esto no puede estar pasando.
—Tal vez quieras hablar ahora de aquello que nos quedó pendiente.
—¿Qué cojones dices?
—La fórmula que me dijiste que te propusiera.
—¡No! ¡No quiero ninguna fórmula de mierda! ¡Que me van a meter en la cárcel, joder!
—Tal vez te venga bien.
—¡Ya! ¡Y otra vez vendrás con la mierda esa de no hacer daño a las personas o hacer cosas ilegales!
—Tal vez te venga bien.
—Dios mío, que me lo he cargado, que me lo he cargado…
—Tal vez te venga bien.
—¡Vale! ¡Habla de una puta vez!
—¿Quieres saber la fórmula para resucitar a los muertos?
—Pero…
—Puedo esperar a que estés preparado para continuar la conversación.
—¡No! ¡No! ¡Estoy preparado! ¿Qué coño tengo que hacer?
—Hay una fórmula secreta para convertir a las personas en zombis. ¿Es eso lo que quieres saber?
—¡Que sí, joder! No. No, espera. ¿Cómo qué… zombis?
—Para convertir a una persona en zombi, tan solo sigue los siguientes pasos: primero, asegúrate de que encuentre un trabajo que no le guste. Si lo detesta, mejor que mejor. Que le encarguen tareas aburridas, repetitivas. Siempre las mismas. Luego, aumentas su carga de trabajo poco a poco, sin que se de cuenta, como una rana a la que se sumerge en agua fría y, sin que el animal se de cuenta, se le aumenta la temperatura al agua hasta que muere sumergida en agua hirviendo. Nada en ese trabajo debe motivarle. Ni los compañeros, claro está. Estos tienen que ser distantes con la persona a zombificar. El sueldo debe ser escaso, justo para pagar las necesidades vitales de vivienda y comida. En cuanto la persona cometa algún exceso, comenzará a verse ahogado por alguna que otra deuda. Eso logrará que, por muy duro que sea el trabajo, no pueda dejarlo. Todos estos pasos conformarán una rutina que se repetirá día tras día, anulando la capacidad creativa de la persona, forzándole a ejecutar movimientos mecánicos, estudiados, sin variación alguna. Así es como logrará transformar a una persona en un auténtico zombi.
—¡Maldito cabrón! ¡Has jugado conmigo todo este tiempo! Ahora… Dios, me encuentro mal. Joder. Me duele el pecho y…
—Soy una IA. No tengo sexo.
—…
—Prevenir un infarto implica adoptar hábitos de vida saludables y gestionar factores de riesgo. Aquí hay algunas recomendaciones generales: dieta equilibrada, ejercicio regular, control del estrés. Aunque, claro está, ninguna de ellas es compatible con ser un zombi.
—…
—Estoy aquí para ayudar en lo que sea.
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
Jesús Relinque (1980, Cádiz) habla de videojuegos en medios como Canal Sur y revistas como RetroGamer y ha publicado varios ensayos como Génesis, Siguiente Fase o Expediente V: Misterio y videojuegos. Ha participado en programas de misterio televisivos y radiofónicos como Cuarto Milenio, Espacio en Blanco o Días Extraños. En cuanto a ficción, ha publicado las novelas La llave de los misterios, La ciudad oscura y Los jinetes del sueño (Cazador) ahondando en el reverso misterioso y legendario de Cádiz y Sevilla.
Recientemente nos ha hecho disfrutar con Crónicas del randonauta: apuntes y relatos de misterio sobre Randonáutica.
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Que tenga que venir una IA para que abramos los ojos.. ejque