En Zona muerta no hay un asesino en serie, tampoco vamos a ser testigos de más muertes violentas, pero ni a Poe ni a Tilly los pueden engañar a pesar de que esta vez hayan sido reclamados por el MI5 y las verdades les sean dichas a medias. Puede que el muerto no se llame en realidad Christopher Bierman, puede que no tuviera nada que ver con las prostitutas del prostíbulo donde aparece. O sí, pero Poe es consciente de los silencios del servicio de inteligencia del Reino Unido y no está dispuesto a que le oculten nada. A pesar de que quedan en que habrá transparencia absoluta, los miembros de la agencia contra el crimen deben reconstruir hechos y nombres una y otra vez, porque las pistas siempre llevan a un asesino falso.
A partir de aquí, para conectar dos muertes, muy diferentes en principio, deberán tener en cuenta conectores USB de cables especiales, software maligno que se transfiere a los portátiles, programas grabadores de tecleos… Problemas informáticos que Tilly deberá afrontar hasta que, después de sospechar de todos y cada uno de los que van conociendo.
Está claro que Craven conoce el funcionamiento del ejército; conoce el mundo de la informática y sabe hasta dónde puede llegar la maldad, la venganza humana. Por eso Zona muerta nos sumerge en un ambiente frío, de intrigas, ordenadores, tecnología y las consecuencias cuando todo cae en manos inadecuadas, en mentes que solo buscan ajustes de cuentas. El lector lo entiende todo al final; no hace falta ser experto informático porque el asunto queda perfectamente aclarado.