Bienvenidos a nuestras instalaciones. Antes de empezar el recorrido me gustaría hacerles un resumen de los inicios de esta empresa. Somos tres socios y nos conocimos en la prestigiosa UPAC, la Universidad para Personas con Altas Capacidades. Como ya saben, acceder a ella es para unos pocos elegidos. Nuestro trabajo de final de máster nos trajo hasta aquí. Éramos tan jóvenes, atrevidos e inteligentes, que teníamos los recursos y la audacia necesaria para que nuestro estudio fuera un éxito abrumador.
Para nuestro trabajo de final de máster necesitábamos voluntarios y nos acogimos al programa de presos Experimentos por reducciones de condena. La universidad destinaba un importante presupuesto para cada estudio, realizado siempre por un grupo de alumnos. Nosotros tuvimos que invertir casi todo en la construcción de nuestro famoso laberinto. Ya sólo el solar se llevó una parte importante del presupuesto. El resto fue destinado a la compleja infraestructura. Más de veinte mil metros cuadrados y cinco quilómetros de pasillos. Con esas dimensiones no podíamos invertir en árboles, tampoco eran necesarios, así que las paredes eran de conglomerado, ladrillos o, incluso, de metacrilato opaco. Los sujetos tardaban más de dos horas en conseguir salir, cuando lo conseguían.
Desde luego, salir no era el reto, eso habría sido un mero entretenimiento. Los sujetos tenían que hacerlo lo más pronto posible, ya que cada vez que topaban con un callejón sin salida podían verse reducidos diez centímetros. Explicarles a ustedes la tecnología utilizada sería como darles la receta de la antigua Cola-Loca, pero les podemos ofrecer unas cuantas pinceladas para que entienda bien el proyecto. Se basa en los principios de microscopia de expansión. El sujeto es sometido a un baño ácido que produce una reacción en cadena que hace que las moléculas se contraigan cuando se les aplica disparos láser.
Si un sujeto conseguía salir en dos horas, siendo esta la media, habría reducido su tamaño un metro y veinte centímetros. Tomando la altura media en un metro setenta, el sujeto salía con tan sólo cincuenta centímetros. Estos datos se basaban en que, en general, topaban con una pared reductora entre cinco y seis veces en una hora. Ah, las estadísticas, en fin. Demasiado fácil, ¿no les parece? Efectivamente, en este punto le dimos una vuelta de tuerca al proyecto.
Colocamos una torre en un punto estratégico del laberinto. Si los presos conseguían encontrarla podían subir, ver en qué zona estaban y diseñar una estrategia de salida. Además, una vez que subían a la torre aumentaban veinte centímetros. Sigue siendo fácil, ¿verdad? Bueno, pues no sólo tenían que encontrar la torre, además, para subir a ella primero debían conseguir llegar al centro del laberinto. Allí se hallaba la llave que permitía abrir el ascensor, la única manera de subir al fortín.
La llave estaba custodiada por un Gran Danès, una réplica casi perfecta. Su pelo parecía de terciopelo azul, como acero oscuro. Su figura proporcionada y la expresión viva de su cara lo hacían el Apolo de las réplicas caninas. Pesaba noventa quilos y llegaba a los dos metros de altura cuando se levantaba sobre sus patas traseras. Los presos debían entretener al perro, ganarse su confianza, hasta que la luz intermitente de su lomo pasaba del rojo al verde. Con luz verde podían coger la llave, que se hallaba colgada del collar del animal. ¿Les sigue pareciendo fácil? Quizá lo sea con una altura normal, pero con diez o veinte centímetros corrías el riesgo de acabar siendo el juguete.
El laberinto todavía se puede visitar, de hecho, ahora es una atracción turística. Ya no reduce a nadie pero sigue suponiendo un reto. Además, las marcas que dejaron los presos son visibles en muchas paredes. Algunas son tan diminutas que el segundo reto del laberinto consiste en descubrirlas. Después del recorrido podrán visitarlo. No se preocupen. Si lo desean, la visita puede ser guiada, además ya no hay ninguna réplica canina que custodie la llave de la torre, a la que también podrán subir.
En el proyecto participaron treinta presos. Sólo uno de ellos hace vida normal en la actualidad. Consiguió la libertad, ya que estaba casi en el tramo final de su condena. Mide un metro treinta y no se le aprecian secuelas psíquicas. Veintitrés sujetos no consiguieron pasar la prueba laberíntica, murieron antes de llegar a la salida. Los seis restantes, con tan sólo diez centímetros de altura, aceptaron seguir trabajando con nosotros después de que finalizase el proyecto, evitando así volver a la cárcel.
La idea comercial surgió gracias a esos seis sujetos: Figuras de coleccionismo, humanas, de carne y sentimiento; no sólo decoran, también interactúan con sus coleccionistas. Son las seis joyas de nuestra empresa. Aún viven. Formaron nuestra primera colección: Grandes científicos de la historia. Albert Einstein, Galileo Galilei, Marie Curie, Charles Darwin, Nicolás Copérnico y Margarita Salas. Un grupo de profesionales del cine y el teatro nos ayudaron en la caracterización de los personajes y los formaron en la famosa técnica de la Actuación del método. Esta técnica combina el trabajo sobre el papel, con énfasis en la investigación y experimentación de la vida del personaje, creando así actuaciones sinceras y emocionalmente expresivas. No están a la venta pero los podrán ver en nuestro pequeño museo, además de otras colecciones que hemos ido sacando a lo largo de estos años.
En fin, como pueden observar, nuestro proyecto fue un éxito. Como premio, el gobierno nos becó generosamente para llevar a cabo la comercialización de nuestro estudio. Así nació el Magic Molecular Gadget, una empresa pionera en la reducción molecular de personas. Desde entonces, hace tan sólo diez años, reducimos individuos para que ustedes puedan disfrutar de las más fantásticas y realistas colecciones. Acompáñenme, por favor, comenzaremos por la sala de los pre-reducidos y terminaremos el recorrido en el museo, donde nuestra colección de Grandes cocineros de la historia les servirá un pequeño, pero delicioso, catering.
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
Ana del Río, Cornella, 1977. Gana un concurso literario con el relato «Vías verdes» (Centre Cívic Tomasa Cuevas, 2018) y con el dinero del premio paga el primer curso del Itinerario de Narrativa y Cuento del Ateneu Barcelonès, que termina en 2021. Publica sus primeros cuentos en la “Revista Espiral”: «La playa dijo basta» (2018), «Lo de siempre» (2019) y «Perro flaco» (2020). En 2023 participa en la antología “Todos los demás planetas” (Kaótica libros) con el relato “De alquimia y niñas”.
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Es un relato estremecedor e ingenioso, con una trama novedosa.
Lo que me estremece es pensar que pueda suceder, como siempre me pasa, ese miedo a un futuro distópico; sin dejar atrás que, tristemente ya hay seres humanos que son tratados como objetos, de colección, de posesión, etc.
Una muy buena lectura
Yo, desgraciadamente, creo que lo peor es posible. Y que el ser humano repite una y otra vez sus peores errores…
Un abrazo!!