Moduló la voz y entonó el hechizo. Años de estudio y memorización evaluados en un solo instante. Nada sucedió.
Tras un leve carraspeo, repitió el proceso. Mismo resultado. Desde la tribuna, el jurado se removió en sus asientos, escépticos unos, inquietos otros.
Hizo un último y patético intento de ejecutar el encantamiento. Se equivocó. A la expresión de espanto de su mentor le siguió un conjuro neutralizador. Toda precaución era poca en la torre. Una fórmula incorrecta podría tener consecuencias nefastas.
El acólito bajó apesadumbrado del púlpito, arrastrando su pesada túnica gris. Los eruditos bisbisearon comentarios contrariados bajo sus estrafalarios sombreros, mientras el Gran Chambelán anunciaba al siguiente candidato.
—No entiendo qué ha fallado —dijo el joven neófito, apesadumbrado.
—No es culpa tuya —dijo su mentor, con voz trémula—, a veces pasa. Ha sido un leve traspiés. Sé cómo ayudarte para que no te suceda de nuevo. Te prometí que bajo mis enseñanzas aspirarías al mismo poder que alcanzaron los mismísimos Archimagos. Y nunca falto a mi palabra. Acompáñame.
Atravesaron el umbral de la sala de tránsito e iniciaron un largo descenso por las escaleras de caracol. En el nivel más bajo se encontraban las catacumbas.
—¿Qué hacemos aquí, maestro?
—Paciencia, pronto lo verás.
Después de cruzar varias estancias abovedadas repletas de nichos, los restos de los escogidos por la Orden de Alta Hechicería, llegaron a una habitación circular. En su centro había un estanque luminoso. No contenía agua, sino pura energía que fluía sin cesar, adentrándose en las profundidades de la tierra. El estanque no era más que una pequeña abertura que daba acceso al inagotable caudal. Alrededor del orificio, ocho tumbas muy recargadas. El acólito las reconoció. Formaban parte de las principales leyendas de los libros de iniciación: eran los sepulcros de los fundadores, los Archimagos que dieron orden al mundo en el que vivían. Estaban situadas en torno al manantial del origen.
—Ven. Acércate —ordenó el mentor—. Observa el flujo de la fuente. Siente su presencia. ¿No adviertes nada extraño?
El joven se concentró. Intentó conectar con la energía mágica que daba acceso al poder. No pudo.
—Examínalo bien —insistió el maestro.
El aprendiz abrió los ojos y se acercó a la abertura. Había algo siniestro allí. Un manto opaco oscurecía el germinal fulgor de la fuente.
—¿Lo ves? —preguntó el Gran Mago.
—Sí. ¿Qué es?
—Es el inicio de una Nueva Era. El fin de la magia tal como la conocemos. El retorno al origen que estos engreídos corrompieron —abrió los brazos señalando a las sepulturas—. Una vuelta más en la rueda eterna. Y tú me ayudarás a acelerar su rotar.
Conforme pronunció estas últimas palabras, empujó al joven hacia el estanque. El chico hizo un escorzo imposible e intentó aferrarse al brazo de su maestro, pero este lo esquivó. Se precipitó en la fuente y un estallido oscuro se produjo en su interior.
El Gran Mago contó hasta diez, pronunció un conjuro y el joven salió flotando del flujo. Presentaba un aspecto terrible. Carne derretida y pestilente se mezclaba con jirones de túnica, pero seguía vivo. Mientras mantenía al deformado joven en alto con el gesto de una mano, ejecutó otro sortilegio con la otra y una de las ocho tumbas se abrió. Después, con cuidado, hizo descender al desfigurado acólito sobre los huesos que yacían en el sepulcro abierto y observó su fusión con deleite.
—Tardará un tiempo en completarse la unión transcorporal. Volveré. No me olvidaré de ti, querido.
Acto seguido, cerró la tumba y miró a su alrededor satisfecho. Siete de ellas presentaban leves signos de haber sido abiertas. Las lápidas tenían una tenue luminosidad cárdena.
—Solo queda uno y la Era del Caos volverá —expresó en voz alta su pensamiento—. Destruiré su Orden y a todos esos mojigatos que se creen superiores por impresionar a ancianas con trucos de circo. Cuando mi plan culmine, nadie podrá enfrentarse a mi poder. Se arrepentirán de no haberme elegido Gran Chambelán.
Con una sonrisa siniestra dibujada en el rostro, se dirigió a los pisos superiores en busca del siguiente candidato fracasado al que convertir en Archimago.
Relato nominable al III Premio Yunque Literario
Natural de Cartagena, soy profesor de Filosofía desde el año 1998 y actualmente trabajo en la provincia de Alicante.
Me apasiona la lectura y la escritura, disfruto descubriendo historias e inventando mundos, por ello dedico mi tiempo de ocio a la creación literaria. Gracias a mi pasión, he sido galardonado con algunos premios literarios, como el 1er premio en el III Premio Internacional de Relato Corto sobre Olivar, Aceite de Oliva y Oleoturismo; o el premio del VII Concurso de Microrrelatos convocado por la Biblioteca Pública de Torrepacheco.
Suelo escribir microrrelatos y nunca falto a mi cita con el Concurso de Relatos en Cadena, organizado por la «Cadena Ser y Escuela de Escritores», donde he sido finalista en dos ocasiones.
También he dado el salto al gran formato, donde espero que mi primera novela, «La Academia», sea pronto publicada.
https://www.facebook.com/juanpedro.agueraortega/
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