Hundió la latita de cerveza vacía en la arena y se reclinó contra el respaldo de la reposera. La silla era de una comodidad insuperable y el hombre podía sentir cómo la abultada piel de su espalda intentaba escaparse por entre los resquicios de la trama cuadriculada, provocándole suaves pellizcos de placer. Apoyó sus brazos sobre los soportes de madera y enterró los pies dentro de la finísima tierra dorada. Un eructo de satisfacción escapó por entre sus labios.
La playa se encontraba vacía y el mar sonaba como una confusa conversación en otro idioma. Todo era deleite, paz y concordia. Pero entonces, como si una mano invisible hubiera puesto al máximo el termostato del ambiente, el calor se intensificó. El sol aumentó de tamaño y se transformó en una bola de fuego gigantesca, la arena hirvió y burbujeó hasta vitrificarse y la silla de playa se recalentó como una herradura al rojo vivo…
…Atado a esa misma silla, el reo abrió los ojos. Vio a los costados paredes negras y entornó los párpados ante la luz cegadora de una lámpara que colgaba del techo. Oyó voces animadas y distinguió del otro lado del vidrio una hilera de cabezas humanas, inmóviles. Los estímulos iban y venían como el flujo y reflujo del oleaje.
La silla no alcanzó la potencia necesaria…
Problemas con el transformador…
Un instante después la pesadilla había desaparecido y el ambiente había vuelto a la normalidad. La misma arena dorada, el mismo mar sereno. El hombre estaba de nuevo en la playa, sentado en su silla favorita. Esta vez, sin embargo, no estaba solo. A su alrededor, una docena de niños con baldecitos y palitas de plástico de colores en las manos lo miraban fijamente, como si lo conocieran. El hombre notó que los niños tenían marcas oscuras en el torso y en el cuello y rasguños en las extremidades. Sus rostros le resultaban familiares pero no podía recordar dónde los había visto. Los niños dieron un paso al unísono y avanzaron hacia él.
¿Qué quieren? ¡Vamos, ya! ¡Fuera! ¡Déjenme en paz!
Pero los niños continuaban allí, inmóviles, formando un semicírculo alrededor de su silla. El hombre trató de ahuyentarlos, como si fueran moscas, pero entonces sus manos recordaron lo que habían hecho y retrocedieron con horror. Había sangre bajo las uñas de sus dedos.
Ya está arreglado… Lo intentaremos otra vez…
En ese preciso instante, un vendedor vestido de blanco, con una heladerita de telgopor colgando del hombro, pasó canturreando por la orilla:
—¡Heladoooo! ¡Heladoooo! ¡Manden al infierno al desgraciado!
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
Maximiliano Ponce (Buenos Aires, 1984). Es traductor técnico-literario de lengua inglesa. Sus relatos han aparecido en publicaciones tales como Revista Axxón, El Narratorio Digital, Círculo de Lovecraft, Revista The Wax y Revista Lafarium, entre otras. En 2019 ganó el segundo premio en el concurso de microrrelatos del Día del Tentáculo, celebrado en Madrid. Su relato «Operación Gualichu» apareció publicado en CoLiPuCiFa, una antología de cuentos de ciencia ficción y fantasía (editorial Caminos de Tinta). Su relato “Una visión en el Castalio” fue seleccionado para formar parte de la antología T.ERRORES, organizada por Dentro del Monolito y publicada en 2021 por Editorial Medina. Actualmente se encuentra trabajando en su primer libro de relatos. Se lo puede encontrar en Twitter como @MadoxPOE.
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