En esta novela la culpa vuela por encima de los personajes, de todos, incluso de los que creemos que no la tienen. Y es difícil vivir con sentimiento de culpa porque conlleva rencor, ira, depresión, ansiedad…, un cóctel incendiario capaz de destrozar lo que lo rodea sin que el culpable sea consciente de la responsabilidad de sus actos.
Arantza Portabales dirige una mirada inquisitiva a los poderes de la culpa, más fuertes que los del amor incluso, y es capaz de transmitirlos en un thriller que no ofrece sosiego. El lector cambia constantemente de sospechoso, como les ocurre a los policías y como es habitual en la novela de la autora. Hasta la última página no tendremos descanso.
Los personajes se arrepienten de los fallos cometidos pero no del todo, por lo que el remordimiento es cada vez mayor, así que no pueden dejar atrás lo que pasó. El lector se va enterando poco a poco y se va dando cuenta, despacio, de que no hay solución para ellos. El argumento es triste, desolador, y la trama se va desarrollando a modo de tragedia griega. En realidad están determinados por el destino, fueron personajes marginados que poseen personalidades existencialistas.