Cuando Fabricio Ojeda se vio en una cárcel de Venezuela pensó que aún no estaba todo perdido… Los compañeros de celda fueron desapareciendo dejándole el olor de sus cuerpos abrasados por el calor. Agarrado a los barrotes, los jirones de la camisa enredados en ellos, aseguró que alguien traería la ansiada justicia para el mundo. Fuera, las voces clamaban Libertad. El pueblo lloró intentando contener la rabia ante la noticia oficial: «Se ha suicidado». Y en el corrillo, la voz de un niño se alzó por encima de las otras, «¡Nos lo han matado. Han asesinado a Fabricio!»
A miles de kilómetros, esa misma noche de 1966 una mujer paría hundida en el abatimiento, hasta que el llanto de su hija se mezcló con sus lágrimas.
La vida sigue apareciendo, tozuda, frente al horror.
Microrrelato nominable al II Premio Yunque Literario
Nací en Cartagena, una tierra donde el aire huele a mar, un día del verano de 1966. Hija única de un matrimonio de origen humilde. Estudié enfermería, pero la fortuna tenía otros planes para mí. Me he convertido en superviviente de mi propio destino, amante de la aventura, mochilera, alma inquieta, devoradora de chocolate y una enamorada de la vida.
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No termino de entender qué quiere contar.