Siguiendo la estructura de Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957), doce adolescentes se reúnen en casa de una de ellos para reflexionar sobre un juicio al que han asistido. M.A. ha sido acusado de agredir a una compañera y robarle el iPhone. En principio parece claro que todos están de acuerdo en que es culpable. El chico puede ser ingresado en un reformatorio, pero es evidente que ha actuado mal. La sorpresa viene cuando uno de ellos, en la votación, lo declara «inocente». Leo deberá convencer a los once restantes de que el acusado pudo no haber cometido la agresión. O sí, pero antes de juzgar a la ligera deberán analizar los motivos que tuvo M.A.
No podemos enjuiciar cuando nuestra forma de vida, nuestro pensamiento, están llenos de prejuicios. Griot induce a sus personajes (y con ellos a nosotros) a que se olviden de sus propios intereses en favor del conocimiento de la verdad.
La exposición de la duda por parte de Leo, su manifiesto interés en que prevalezcan sus argumentos sobre las evidencias que la mayoría da por válidas, hacen que los demás se vayan viendo reflejados en alguna de las acusaciones que ellos mismos formulan, por lo que van cambiando su manera de pensar respecto al acusado. La humanidad no es un rebaño, aunque a veces se comporte como tal.