A Molly le pareció un hombre extraño, que sólo tuviera una mano no ayudaba a generar confianza en la gente. Pero lo cierto es que Molly necesitaba un jardinero y James Cooper era precisamente eso, un jardinero manco.
Desde que su marido había dejado sus tripas desparramadas en la playa de Omaha, nada había sido igual para ella. Por eso Molly decidió mudarse al Sur, el hogar de su marido.
Pennysville acogió a la viuda de un héroe de guerra, como solamente sabe hacer una ciudad sureña, hospitalidad fingida, agasajos y cierta indiferencia. Por eso Molly alquiló una pequeña casa solariega alejada del pueblo, con porche, salón colonial, desván y jardín donde ondearía la barras y estrellas, en honor a los caídos en combate en aquella absurda guerra europea.
Pero Molly sabía que no tenía mano con las plantas y decidió contratar un jardinero.
James Cooper fue el único que respondió al anuncio publicado. Fue a partir de aquel momento cuando comenzaron a suceder eventos en la casa. Sonidos de explosiones cercanas, ajetreo en el desván a medianoche, pero sobre todo el olor. Ese nauseabundo y embriagante olor a formol, antiséptico y muerte.
Al principio Molly no le dio ninguna importancia, incluso bromeó sobre el asunto con su jardinero Cooper. Pero la respuesta que recibió de aquel hombre no hizo sino incrementar su desasosiego.
Cooper le contó como Pennysville había sido el centro de una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil. El décimo cuerpo de ejército de Nueva York se había enfrentado, a cara de perro, contra destacamentos de Virginia Occidental y Alabama. Más de quince mil hombres murieron en un solo día. Muchos de ellos después de sufrir terribles heridas que destrozaron sus miembros. Piernas y brazos fueron amputados en casas como la de Molly, utilizadas como hospitales de campaña improvisados, por cirujanos matarifes. Incluso, si se fijaba bien en el suelo del desván, podría ver aún restos de sangre incrustados en la madera.
Aunque lo que ciertamente impresionó a Molly, fue saber que los miembros amputados se tiraban por la ventana una vez cercenados. Calientes y chorreantes un soldado los iba enterrando en su ahora precioso jardín. Piernas con sus botas, brazos con sus insignias de combate, y manos con sus anillos. Como aquel anillo que Sara Cooper regalo a su esposo James la noche de su incorporación a filas en Alabama. Y que ahora el jardinero manco por fin iba a recuperar después de tanto tiempo.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Juan Mamán: Filólogo e Historiador, estudiante en la actualidad de Criminología. He publicado diversos artículos sobre historia antigua del Oriente Próximo. Autor del libro Lilith & Golem, veterano del Yunque de Hefesto. Escritor por simple divertimento.
Podéis encontrar a este sensacional autor en Twitter como: Juan Antonio Garcia (@JuanAnt91783536) / Twitter
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Me ha gustado mucho, tiene un hilo conductor entre el principio y el final que hace crujir los dientes. Muy bueno. ¡Felicito al autor y a la revista! Un 10 más 10.
Gracias María José.
Sí, Juan escribe muy bien.
Qué gusto leerlo, macabro, sangriento, humorístico, todo en su justa medida.
Una historia genial.