Eres experta en perder el tiempo. Te sientes morir cada mañana con el despertador y agonizas con esos cinco minutitos más. Y vayas lenta o con prisas el destino suele ser el mismo; extraviarte en la infraestructura social, desconectar de tu propia esencia y llamarte con unas u otras palabras débil y cobarde.
Y este discurso te lo suelto cada mañana con unas pocas variaciones frente al espejo. A ella, la del otro lado que luce atrapada tras el cristal, la única que es libre. Te sientes tan viva cuando miras a los ojos a tu bebé, cuando te pierdes en su sonrisa; incluso, cuando lloras con desesperación y agotamiento. Te afliges cuando enferma, cuando no puedes consolarla, pero sobre todo cuando tienes que dejarla con extraños. Nunca más. No quieres eso para ti, ni para ella tampoco.
Por eso alquilaste tu vida a un rico caprichoso, para exprimir cada día. Y es así como te encuentras libre, viendo cómo retransmite tu vida por las redes sociales. Va a trabajar por ti, madruga para sufrir por ti. Comenta la jugada, lo patética que es tu existencia, se ríe de tu sueldo, de tus meses de trabajo que compró sin esfuerzo. Se pone tu ropa desgastada. Aquella que llenaste de recuerdos y no acabó en un contenedor para la caridad. Se ríe de tu casa a la que no llegan aerodeslizadores, ni repartidores de comida y en los días más tristes ni alimento. Pero al bebé lo cuidas tú, si no la experiencia sería demasiado intensa y te alegras por ello, cláusula trece del contrato.
Ahora mismo, tu pequeña estaría llorando en una guardería, pero la tienes en brazos y sonríes al mirar cómo mueve sus manitas, cómo guiña los ojos con la luz. Mientras, contemplas cómo juegan a ser tú, das órdenes a un robot que lo hace todo. Abrazas a tu bebé, disfrutas sin presiones. La vida es para vivirla así. Lo sabes, no hay duda.
Él es tan caprichoso que el divertimento y un sentimiento de superioridad lo lleva a confiarte el cuidado de su hijo. Cláusula trece bis: durante el tiempo que dure la experiencia adquirida no cuidará de ningún niño, incluyendo los propios, sean biológicos o adoptivos. Su niño preadolescente le estorba, lo tuvo porque le obligó el Estado. No te importa atender al muchacho, sigues siendo libre. Su hijo tiene el carácter que te gusta, tan estudioso, tan responsable. Sabes que el vacío emocional lo conduce a enterrarse en libros o en los implantes de recuerdos. Esas máquinas están prohibidas, generan confusión en la mente, pero estás segura de que siguen de moda entre estos privilegiados adictos a las sensaciones. Miras de nuevo a la pantalla, está soportando la bronca de tu jefe, otro idiota con la mente nublada. Ríes y tu risa despierta la sonrisa del bebé. La vida es tan bella cuando no tienes la obligación de intercambiar horas por dinero. Comprar tu propio tiempo es tu sueño y el de cualquiera. Pero a estos ricos no les basta, además, quieren dominarlo. Y le dejas. Alquiló tu vida, puede hacer con ella lo que quiera, mancillarla, mofarse y tratar de colarse en tus círculos cercanos. Aunque ahí no cuela, eso va de emociones.
La miras cada día, tu hija crece feliz, tan cerca, estáis tan unidas. Pasas el tiempo mirando cómo su pelo rojo baila con el viento, sin límite, hasta que te cansas. Ya no deseas otra meta, ni ambicionas otros objetivos.
Su hijo está aprendiendo a sonreír, te trae regalos en las fechas señaladas. Te abraza y lo observas con ternura, aunque últimamente está algo distraído y triste. El tiempo se acaba, su padre volverá pronto, el contrato se termina y no ha pedido más prórrogas. Pasará un tiempo ausente, recuperando su equilibrio metabólico, el descanso y poniendo en orden su cuerpo desbaratado por tu vida de pobre. Tú también estás triste, tu bebé pasará muchas horas en brazos de desconocidas. La cuidarán, así es como venden su tiempo mientras sus hijos también están con otros desconocidos. Piensas que ni siquiera el estudio tiene sentido, que la vida es tal milagro que solo merece la pena disfrutarla. Hay máquinas que pueden hacerlo todo por nosotros si nos empeñamos. Incluso investigar y avanzar en ciencias. Sonríes, sabes que es una conclusión loca; si le dejamos todo el trabajo a las máquinas salvaríamos el planeta y, quizás, las guerras terminarían. Y la pobreza. Y los males. Ríes con tu bebé. Es tan bonito verla crecer.
Suena el timbre. Es él. Estás nerviosa. Abres la puerta cuchillo en mano apuntando al cuello de su hijo. Lo tienes inmovilizado. El chico parece que tiembla.
—Vuelve al trabajo al menos otros tres meses más o a este solo lo verás en fotos.
Levanta los brazos, suplica por la vida de su hijo. Le pides que se marche, que su turno empieza pronto. Se va sin protestar.
El niño solitario y abandonado te dio todas las claves de tu nueva vida; de bancos, cuentas de correo, suscripciones a plataformas de ocio, contactos. Le diste la atención que necesitaba. Ríe, habla. Os abrazáis.
—¿Lo hice bien mami?
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Susana nació en Madrid, en 1978. Lectora voraz y omnívora, Momo le abrió las puertas de la fantasía siendo una niña y, a partir de ahí, exploró el terror y la ciencia ficción. Caminó por las ciencias puras hasta que la vocación creativa se impuso y se licenció en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid. Ha coordinado la antología «Almas desahuciadas» y tiene un relato titulado «La cocinera del hotel Caronte» en «Madam Sinclair, medium de las estrellas y otros relatos» (ambas disponibles en Lektu). Disfruta reseñando literatura de género en el Literódromo (Facebook), aunque se gana la vida como redactora en una publicación de Defensa. En este momento, está trabajando en dos novelas cortas, una de fantasía y otra de ciencia ficción.
Su Twitter: @SusanaCalav
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Menuda idea loca, la de alquilar la vida. Distópica, irónica y afilada. Me ha encantado el final. ¡Enhorabuena!
sin palabras