A lo largo de esta novela planea el pastiche, que nos recuerda la perseverancia del detective sin nombre de Eduardo Mendoza, Incluso hay guiños a personajes y situaciones de los clásicos; menciones o citas directas al Quijote, conviven con el noventayochista Platero y el aurisecular Lazarillo hasta formar una creación independiente de intenso juego lúdico en el que la degradación de la parodia, con la que maneja espacios y acontecimientos, contribuye a ficcionar el salvaje oeste.
El humor fluye en la novela, un humor que oscila entre el absurdo y el surrealismo hasta que la ética se deshace de estereotipos y el antihéroe adopta, sin querer, una serie de valores que lo enaltecen. Dichos valores son una valiosa posesión que Björn Blanca traspasa a sus personajes.